¿Quién puede sostener que cambiar un sistema excluyente y discriminador como el nuestro está a la vuelta de esquina? Muchos que han dedicado sus mejores energías y sueños a ese desafío, miran con escepticismo los empeños de nuevas generaciones que, algo a tientas, asumen esas banderas, aferrándose a la consigna Hasta que la dignidad se haga costumbre. En todo caso ha alentado a muchísimos entrampados o esclavizados en un empleo mal pagado y un futuro de deudas infinitas.
Qué duda cabe que hay una cuota de resentimientos en los que, rompiendo todo vaticinio, prolongan las movilizaciones con epicentro en la llamada Plaza de la Dignidad. Crecen los milenial que cuestionan el mundo heredado de sus antecesores. Aunque las imágenes se van esfumando de la televisión que vuelve a lo suyo (¿qué es eso?) crece la atención de mucho(a)s hacia redes sociales, donde medios de comunicación alternativos (Prensa Opal, Radio Francia, entre otros) muestran a jóvenes en primera línea, aferrados a escudos y seudo armas improvisadas para cubrir a los manifestantes que desafiando el calor y la represión hecha costumbre continúan expresando su anhelo de cambios. Cunde la sorpresa de muchos en los gestos solidarios de encapuchados con mayores angustiados por la amenaza policial. Algunas imágenes, como un beso entre esos jóvenes con capucha, ocupa primera plana internacional. Ya no es sorpresa la reiterada réplica del acierto mundial de LasTesis, mientras estudiantes de medicina y paramédicos improvisan nuevos espacios para socorrer a los agredidos en las manifestaciones, apenas protegidos por improvisados escudos blancos con una cruz negra. Unos y otros sienten que no hay nada que perder. La frase brutal de que es mejor morir en Plaza Baquedano que en una lista de espera, no puede caer en la indiferencia. Se refuerza esa visión cuando se constata que una parte de los Primera Línea viven en la calle, con la degradante opción de regresar a los espacios oscuros del Sename.
Unos y otros sienten que no hay nada que perder. La frase brutal de que es mejor morir en Plaza Baquedano que en una lista de espera, no puede caer en la indiferencia.
En el inconsciente colectivo también perdura la imagen habitual de familiares esperando, hasta la fatiga y no tan excepcionalmente una muerte que llega antes que la debida atención hospitalaria, negando un derecho humano esencial.
En mis desvelos, quisiera tener el poder de mirar los pensamientos de aquellos que pueden acceder a la salud privada sin percatarse que la gran mayoría de nuestra población lo vive de manera tan diferente. Tampoco acepto el pronto olvido mediático y amenazante impunidad para quienes cegaron a cerca de trecientos jóvenes en una práctica criminal que, más allá de palabras que se lleva el viento, no se detiene en las fuerzas represivas.
En contrapunto me espanto escuchando o leyendo a quienes representan el 1% de los chilenos más poderosos, indignados y exigiendo volver a una normalidad, la de ellos, la que ya no será igual que antes. Acuden, con no poco efecto, al lamento por ciudades horribles, marcadas por destrozos y rayados insolentes, con grandes tiendas que se cubren con fortificaciones. Todo ese desastre provocado por vándalos que Carabineros no ha podido detener pese a su tremenda superioridad armada.
En contrapunto me espanto escuchando o leyendo a quienes representan el 1% de los chilenos más poderosos, indignados y exigiendo volver a una normalidad, la de ellos, la que ya no será igual que antes.
Para esa minoría oficial, pasado el terror de los primeros días, no hay espacio para preguntarse por las razones de la imposición de los vándalos.
No pueden entender que para una mayoría de los chilenos hace rato que este país no es tan bello como dicen sus medios. Que tiene mucho más infernal que esa lamentable destrucción material. En el endeudamiento por educación, salud y miserables jubilaciones que refuerzan la amenaza del círculo de la pobreza y las desigualdades en el Chile de los éxitos macroeconómicos que, de un plumazo, perdió esa imagen de exportación que, de paso, transformó al mandatario en un monigote acosado por lado y lado. Quizás ha llegado la hora de que escuchen en serio a los que prefieren arriesgarse a continuar perdiendo la vista o algo más antes de estar condenados a la amenaza latente de una lista de espera, sobrevivir humillados por sus jefes o endeudados por una educación que no sirvió para mucho. Y simplemente porque, aunque sea a ciegas, como les repiten otros, sienten que llegó la hora de aspirar a la Dignidad. La que le cambió la imagen, para bien y para mal, a la emblemática plaza de las celebraciones colectivas de nuestra historia deportiva y política.
En el endeudamiento por educación, salud y miserables jubilaciones que refuerzan la amenaza del círculo de la pobreza y las desigualdades en el Chile de los éxitos macroeconómicos que, de un plumazo, perdió esa imagen de exportación que, de paso, transformó al mandatario en un monigote acosado por lado y lado.
2 comments
Me hace sentido. sobre todo cuando se vive en barrios que son otros paises dentro del nuestro, cuando en el caminar de mis manifestaciones , no una vez, sino varias un@ de ell@s salió a mi encuentro, para protegerme, darme agua de bicarbonato y me tomó en vilo para que corriera más rápido de las lagrimógenas. Ellos ya no tienen nada que perder lo han perdido todo incluso le quitaron la dignidad.
La dignidad es un lujo que pocos se pueden dar. La dignidad es una palabra, un concepto por el que debemos luchar. La dignidad es la esencia de la equidad.