La “Pulga Chilena” condenada por la Inquisición. El origen de la Cueva del Diablo 

por Hermann Mondaca Raiteri

El primero de enero del mil setecientos cuarenta fondeó en el puerto de Arica el bergantín “San Roque”, con un cargamento muy particular, pues traía para el puerto y para las costas de Chile a varias personas condenadas por la “Santa Inquisición”. Posteriormente y debido a temores de incursiones de corsarios y piratas, que solían aparecer en las costas del Pacífico, por orden del Virrey, el barco después de llegar Arica y desembarcar su cargamento se vio obligado a salir mar afuera y emprender viaje hasta la península ibérica directamente. Sin embargo, su carga quedó en el puerto de Arica.

Este acontecimiento en la vida del puerto dio margen a varias crónicas que ahora referimos.

La mayoría de los que han vivido en Arica por algunos años, conocen la leyenda de la “Cueva del Inca”, pero pocos son los que conocen la de otra que también se encuentra ubicada en El Morro de Arica, a pocos metros más al sur denominada “La Cueva del Diablo”. 

Como lo señala Alfredo Raiteri Cortez, “esta cueva hasta el año 1815 recibió también el nombre de “La Cueva del Infierno”, según lo establece, en uno de sus libros el investigador George Taylor, que vivió algunos años en Arica”.

Como sabemos la leyenda de “La Cueva del Inca”, está relacionada con el acarreo de pescado fresco para el Inca, por su interior. Pero ¿cuál es la leyenda de esta otra cueva? ¿Por qué se le llamaba “del Diablo o del Infierno”?

Las conjeturas en base a los acontecimientos ahora aludidos en el relato responden   la interrogante. Los siguientes documentos lo certifican.

«El trece de noviembre de 1739, fue notificado por el Santo Oficio, el virrey José Antonio de Mendoza Caamaño y Sotomayor, Marqués de Villagarcía, conde de Barrantes que, el 23 de diciembre, se efectuarían autos de Fe a las nueve de la mañana. Según señala Raiteri, que se expone en “Documentos Varios”, Volumen XXI, Biblioteca de Lima 1873.

Efectivamente a esa hora empezó a salir de la cárcel la procesión inquisitorial, y después de ubicarse en la plaza principal de Lima, tomados los juramentos de estilo y leída la constitución de San Pío V, se procedió a leer las sentencias y dictaminar los castigos a los ajusticiados por la Santa Inquisición. 

Eran veinte y nueve los condenados, exponemos acá las sentencias de sólo cuatro personas sentenciadas -tres de ellas mujeres-, por la relación con el puerto de Arica y la materia tratada. Estas fueron:

María Fernández, conocida con el apodo de la «Pulga Chilena», mestiza, natural de Penco, Chile; 59 años, casada, acusada de “ser maestra en hechiceríaencontrándosele, lo que las brujas llaman «mano de gloria». Pena: diez azotes y confinamiento a Arica», junto a su hija.

Feliciana Fernández, hija de María, acusada de seguir el ejemplo de su madrePena: zurrarle la badana y confinarla a Concepción de Chile.

Rosa de Ochoa, natural de Lima, llamada la «Pilis», negra de cuarenta y nueve años, limeña, acusada de llevar “vida airada y de bruja”Pena: confinada diez años a Arica.

«Juan de Ochoa, natural de Lima -lego, no poseía órdenes clericales-, expulsado del convento de Santo Domingo, acusado de ser ductor o guía de brujosPena: confinamiento diez años a Valdivia de Chile».

Estos cuatro condenados fueron embarcados en el puerto de El Callao, en el barco español «San Roque» que regresaba a la Península ibérica y que debía recalar en Arica y otros puertos de Chile, pero cuando ancló en Arica el Virrey ordenó que saliera mar afuera, por existir peligro de presencia de piratas y corsarios en las costas chilenas. La notificación fue ejecutada por el Corregidor de Arica, general Tomás Bocardo Mesías, quien notificó al maestre del barco que completara el desembarque, y dejara todo el cargamento para Chile en el puerto de Arica, hasta nueva oportunidad. Por este motivo las tres condenadas y el condenado por el Santo Oficio, debieron quedarse en Arica. 

Entretanto en la población de Arica, se había creado un clima de expectativa y preocupación, pues la gente se aglomeró en la Iglesia de la Matriz, a la espera de noticias sobre las personas condenadas por la Inquisición, que para ellos eran “herejes y muy peligrosas”. En ese tiempo el desembarco del puerto se realizaba en dirección a la Calle del Fuerte, lugar donde se fueron aglomerando un conjunto de fieles y beatas, en una combinación de expectativa, miedo, odio y curiosidad, que deseaban ver a los condenadas y el condenado, cuando pasaran encadenados en dirección al Convento de la Merced, donde les recibiría el Superior de la Orden.

En Arica las condenadas y el condenado fueron puestos bajo la custodia del Superior del Convento de la Merced, quien finalmente les designó como morada las «hondonadas y matorrales» del río en el Valle de Azapa.

En esta época, en cuanto a salubridad, Arica era considerada como «la tierra más enfermiza de los llanos de postrera hacia Chile» y su clima no fue propicio para la hija de la «pulga chilena», pues falleció a los pocos meses. Su cadáver fue quemado y sus cenizas esparcidas al viento en las tierras del Valle de Azapa. 

Pasaron algunos años y nadie se acordó más de las “brujas”, ni del ex lego, que habían quedado abandonados a su suerte, seguramente porque al prior del convento consideraba que, «maldita la cosa si le importaban los brujos y si tenía ganas de custodiarlos».

Una noche de 1745, el Corregidor fue notificado que, desde hacía algún tiempo, la gente de mar no se atrevía a caminar por el pequeño sendero que conducía a la ensenada La Chacota, en las noches o cuando estaba oscuro, viéndose obligados a huir «porque eran sorprendidos por cánticos lastimeros, quejidos y se veían luces que caminaban y se perdían entre el roquerío». En esos tiempos el paso por debajo del Morro de Arica hacia el sur estaba prácticamente unido con el mar, existiendo un pequeño sendero de comunicación por tierra hacia la caleta La Chacota -hoy Balneario La Lisera-, que se une con la ciudad a través de la costanera.

El Corregidor buscó a un hombre valiente que, debidamente armado fuera a investigar todo aquello. Acompañaron al valeroso voluntario durante algunos minutos, un buen número de vecinos, quienes se estacionaron en un punto del costado norte, a los pies del Morro de Arica, a la espera de su regreso. 

No fue mucho lo que se hizo esperar. No hacía ni media hora desde su partida, cuando sintieron gritos quejumbrosos y en la penumbra de la noche se vio un bulto que caía y se levantaba entre las peñas del sendero. Si no hubiera sido porque sospecharon que era el valiente enviado y algunos reconocieron su voz, seguramente todos hubieran huido como almas que se lleva el diablo. 

Pasado el susto acudieron en su auxilio y cuando llegaron a él, lo encontraron sin sentido con su cuerpo lleno de magulladuras y sus ropas destrozadas. 

Cuando al rato volvió en sí, comenzó a decirles con palabras entrecortadas, que cuando iba pasando por el sendero, “de una de las cuevas había salido el mismo diablo echando fuego por los ojos”. 

El pobre hombre repetía y repetía su narración y mientras hablaba, sus ojos se abrían saliéndose completamente de sus órbitas y su cara se desencajaba. 

¡El infeliz había perdido la razón! ¡Estaba loco!

No existe documento alguno que hable sobre el resultado de estos acontecimientos, pero no sería aventurado asegurar, que las “brujas y hechiceras” condenadas por la Santa Inquisición, que habían llegado a Arica y habían sido confinadas al valle de Azapa, habían cambiado de domicilio, y con el objeto de sobrevivir, para ahuyentar y librarse de visitas inoportunas, se dedicaban a hacer sus diabluras desde una de esas cuevas del acantilado sur del Morro y que la gente después la llamó la Cueva del Diablo.

Durante muchos años, de noche, nadie se atrevía a pasar frente al lugar. Sin embargo, aún en el siglo XXI, relatan algunas personas, que cuando transitan allí   de madrugada, se advierten voces suaves y a veces pequeñas risas de una mujer   que inunda el lugar entremezclándose con el ruido de las olas del mar. Algunos dicen que escuchan las notas suaves de una quena o flauta que se funde con las voces y risas de una mujer.

¿Será la voz de María Fernández que viene desde el tiempo colonial, la que resuena en la ladera del Morro de Arica? 

La “Pulga Chilena” -como le decían los españoles-, o simplemente María, fue azotada, condenada y acusada de hechicera y bruja por la Inquisición, quizás por el solo hecho de hablar en público o de haber ayudado con medicinas a salvar la vida de alguna persona. 

La voz de María no se rinde a la espiral del tiempo ni a la injusticia. 

Y su fuerte voz de mujer libertaria, cabalga las noches del tiempo para volver a susurrar y reír en la denominada Cueva del Diablo, que la acogió como vientre materno, como la Pachamama, en la tierra ariqueña. 

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1 comment

Cecilia marzo 24, 2024 - 5:32 pm

Muy interesante. De donde se registro esa historia?

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