“Mientras exista el hambre habrá insurrección”, exclama un joven delincuente- (“no delincuente”)- con un largo prontuario, indultado de forma desprolija. Es decir, habrá siempre una revolución potencial. (Mateluna guarda un silencio prudente). Y se desató el infierno shakesperiano: ¡“Devastación! Suelten a los perros de la guerra”, clamó Cesar.
Los perros de guerra del poder, buscadores del orden a toda costa, conservadores de derecha emboscados detrás del frente político como una quinta columna con muchos nombres, olieron la sangre de sus presas e intensificaron su ofensiva con la ambición oculta (¿o inconsciente?) de desmantelar el gobierno. Sienten que ya tienen su cabeza de playa sólida para enfrentar las nuevas discusiones parlamentarias y elecciones de expertos y concejales constitucionales. Sus armas reales (y especialmente comunicacionales) que repiten sin cesar, son como un mantra: “La economía está en crisis y no creceremos”, sumado a las afirmaciones de lo que “no quiere la gente” apoyado por múltiples y oportunas encuestas: “No quieren la violencia narco y la del crimen organizados, ni la delincuencia. Quieren seguridad, y también cambios lentos, pero con estabilidad. No refundacionales ni octubristas”. Y terminan afirmando sobre los efectos catastróficos que tendría la desaparición de las Isapres y las AFP, todo esto sustentado en el bajo nivel de confianza y rechazo Cadem con el presidente.
Las perturbaciones son catastróficas y ecosistémicas: Fuera una ministra y el amigo personal y jefe de gabinete del presidente. Asume un nuevo ministro de justicia. Se desecha el laborioso preacuerdo de la seguridad atropellando y dejando mal herida de paso a otra ministra, y persiste el riesgo de una acusación constitucional contra el mismo presidente sumada a la de otro buen amigo presidencial, el ministro Jackson. Se afecta la elección del futuro fiscal nacional y la votación de reformas en curso.
No cabe más que preguntarse por la presencia de un impulso de muerte caótico y destructivo (¿y culposo?) que todos arrastramos (como ¿“pecado original”?) ¿Demasiado intenso en Gabriel y sus decisiones? ¿Un suicidio político? ¿O quizás el presidente sigue siendo un cristiano “anónimo” que perdona (y no se perdona) “77 veces 7”?
Veamos. Creo que no se ha hablado sobre el indulto como perdón. Perdón no es igual a arrepentimiento. Un indulto es un tipo de perdón. El perdón se puede regalar. El perdón no significa olvidar ni justificar el daño. Es casi un ejercicio divino con imperfecciones humanas.
“El indulto extingue la responsabilidad penal y supone el perdón de la pena. Es por lo tanto una renuncia al ejercicio del poder punitivo del Estado fundado en razones de equidad, oportunidad o conveniencia pública”.
El perdón está fuertemente ligado a las religiones como ejercicio del amor bondadoso y caritativo. El Estado renuncia a la venganza. Nietzsche lo ubicó más allá de lo humano y Dios nos indicó: “Si perdonas a los hombres sus ofensas, los perdonará a su vez el Padre Celestial”. Cristo muere en la cruz mediante un acto amorosos sacrificial por nuestros pecados.
Emmanuel Levinas afirmó que un proceso de justicia termina con el acto del perdón. Mas aún, afirmó que “todos somos responsables de todos (especialmente los más débiles y frágiles), ante todos, pero yo el primer responsable”, por lo que hice o no hice, por lo que dije o no dije, por lo que pude hacer o decir…con distintos grados de responsabilidad. También llegó a aceptar de que somos responsables de quien finalmente intentó darnos muerte. El perdón se regala considerando eso sí, que también somos responsables de la vida y seguridad de las otras personas, de un tercero.
O, sea, todos seríamos responsables /culpables, menos o más de alguna forma, con todos los indultados y sus actos, así como también de la violencia sistémica y estructural de y en los campamentos, la pobreza, de los marginados y … ¿las futuras rebeliones sociales?
¿Alguien nos indultará?
La culpa angustia y es autodestructiva.
Sólo nos queda la esperanza del perdón y perdonarse.