La ronda de los héroes y las estatuas 

por Fernando Balcells

Hacer competir a Gabriela Mistral con Manuel Baquedano por un asiento en la Plaza Italia es una forma de suicidio perpetuo. Es el brillo de una política hecha de enemigos y derrotados, en la que unos aplastan a otros, cada vez con mayor frecuencia y los vuelven mas brutos y cercanos a la gloria. Es necesario dar un pequeño salto fuera de ese ring y entrar en otro más compatible con una sociedad inclusiva, democrática y capaz de poner sobre la mesa las opciones de porvenir que se abren desde la técnica y el arte. 

Si queremos saber qué hay de cierto y de generativo en los cambios simbólicos de los últimos dos siglos, es cosa de observar la estatuaria del centro de Santiago y la de los barrios más nuevos y adinerados de Providencia o las Condes. Bronces elevados para próceres y héroes en el lado antiguo y esculturas a ras de suelo, no tanto para recordar como para experimentar sensaciones distintas. Son dos conceptos diferentes de escultura pública; lo que está fuera de alcance y lo que está a la altura de la mano, envuelven tipos de organización de la comunidad que van del autoritarismo secular o sagrado a la democracia formal o ampliada. Digamos que, allí donde el arte importa menos como pedagogía directa, la modernidad puede instalarse. Siempre y cuando sea vista solo como juego sin consecuencias. Sin embargo, el plinto es más perturbador que la hoz y el martillo porque no pone en valor a una figura histórica sobre otra de las páginas siguientes, sino que valora lo menor y todas las minoridades se desatan en él.

El plinto de la antigua estatua de Baquedano, abandonado a su suerte, ha empezado a mirar a quienes lo miran. Ha empezado a interpelar a paseantes curiosos y se ha convertido en objeto de extrañeza; en una mole que llama (a) la atención sobre lo incompleto y lo pendiente y que parece interrogar al espectador. ¿Qué me ves?  ¿Ves mi pasado con tus propios ojos o con los dichos de tus oídos? ¿Qué tambores marcan el ritmo de mi marcha? ¿Acaso me ves todavía como el primer peldaño de una escalera al cielo? Deja de escuchar preguntas lesas y muévete. 

La ruina de una estatua presenta la clave del arte clásico interpretado por los renacentistas y por los modernos imitando el gesto de los anteriores. 

En el mito que funda la historia del arte, la parte vale por el todo; lo que resta, anima a una totalidad añorada y que debe ser repuesta. Plenitud y reconciliación son los términos soñados con los que se evita la dignidad propia de los conflictos. Apenas hace un siglo, la ruina empezó a valer como supervivencia, huella y cicatriz de un acontecimiento. Un acontecimiento y una experiencia empezaron a ser definidos por la cicatriz que han dejado en el cuerpo. De ese modo el arte inventó el reciclaje y el ready made en los inicios de la sociedad de los desechos y en el final de las épocas sagradas. El arte pasó a ser un modo de hacer habitable un lugar y un mecanismo de habitabilidad que cada cual lleva consigo. Para que esto sea posible, no es necesario un bolsillo para la estampita de Jesús sino una disposición para ver a las cosas más allá de su utilidad y de su representación.

Cuando el plinto es abandonado por su cabalgadura y su jinete, adquiere el estatuto de una cosa que se presenta ella misma como provocación de roces y resistencias que no hacen fácil la tarea, pero invitan al encuentro. Una plataforma vacía, sin ocupante es, sin duda, un contrasentido, una inutilidad sin propósito. Pero, sorpresa, esa es la definición que Kant da de una obra de arte. Inútil y sin interés.  

In situ, en la plaza y con las historias de cada participante puestas en común, nos encontramos ante pura inclusión sin jerarquías. El lenguaje de lo útil pierde sentido porque ha sido ampliado hasta reventarlo. Notarán que el arte moderno es el procedimiento a través del cual se invierten las jerarquías y donde las cosas menores y carentes de aprecio en la vida práctica se encuentran valoradas por si mismas, sin que sean posible intercambiarlas. Un cuadro de una rosa y una rosa no son intercambiables, ni similares en nada. Uno está hecho para morir en el ciclo brevísimo de la vida y el otro para perdurar, no en recuerdo de un aroma sino por pura alegría de existir y, tal vez, como excedente, como aliento movilizador para el que contempla. 

Ningún reflejo, ninguna proyección, ningún anhelo de elevación hasta lo más alto determina mi encuentro con el plinto de la Plaza. Al contrario, escalando su ladera y parándome en su cima me veo aun más pequeño ante los edificios y las alturas que me rodean. Vea la escultura del Ecce Homo en el cuarto plinto de Trafalgar sq. 

Un monumento a lo abierto, a lo que no deja de sumar posibilidades, a lo que jamás puede completarse en una representación o en la residencia de una vida porque la hospitalidad permanece más allá de cada visita.

La piel de Baquedano[1] es verdad una pieza notable de la historia del arte público. Con el mismo criterio, el plinto de la estatua y su emplazamiento configuran, más que un deshecho insignificante, una herida abierta en la historia de Chile del arte y de su cultura. Hablar de ruinas, heridas abiertas y fragmentos de historia, no debería ser pasado por alto, como si los sucesos y los caminos que emprendamos estuvieran determinados por pugnas estéticas y liviandades políticas sin mayores consecuencias. La estatua, el plinto y la plaza son personajes que están llenos de nuestras historias y de nuestras incompletitudes. La consulta a los artistas y a la ciudadanía a la pregunta ¿Qué hacer con el plinto y la plaza? se debe a que el arte guarda en su memoria el enorme potencial creativo de los fragmentos, las supervivencias y la coexistencia de personajes heterogéneos. La ciudadanía, por su parte, es la que vive cotidianamente la realidad de los mundos partidos y absurdos que buscan una solución de parche y olvido.   

No me parece exacto que exista una enemistad hacia la figura de Baquedano. El mismo general Martínez, excomandante en jefe del ejército señaló que, a su parecer, lo que ha habido es un malestar, en un sector importante de la ciudadanía por los papeles policiales que las FFAA han asumido. El problema con Baquedano no existe. Lo que encuentra oposición, es la imposición de su reinstalación sobre el plinto y en la plaza, como producto de un acto de fuerza de autoridades contingentes que quisieran borrar una parte de nuestra historia reciente. 

Si algo hemos debido aprender en estos años, es que ningún sector ideológico, institucional o político puede vencer sus adversarios y olvidarse de ellos. La historia de los triunfos y las derrotas resonantes en las elecciones de los últimos años debería ser suficiente para aceptar que tenemos que aprender a coexistir en la diversidad y los bullicios de la paz. No estamos obligados a elegir entre un gran héroe militar y una enorme heroína de la poesía. El patriotismo reconoce el valor de ambas figuras, pero también reconoce que el Estado y la sociedad ya no obedecen solo a parámetros de celebración de grandes personajes, sino que necesita que los monumentos que construyamos se abran a escuchar el futuro y a integrar la diversidad de las historias que nos atraviesan. La historia la hacen los pueblos se decía antes y antes no se equivocaban en eso sino en la creencia de que el pueblo sería uno y homogéneo, bajo un Estado centralizado en lo político-policial y descentralizado en la economía. 

Les sugiero que revisen el sitio web www.porelplintoylaplaza.cl  Ahí podrán apreciar que existen otras alternativas de espacio público, postuladas por el mundo del arte y de la cultura. 

Atentamente, Fernando Balcells


[1] La piel de Baquedano es el raspado de las capas de pinturas y químicos derramadas sobre la estatua durante el estallido. Foto gentileza de The Clinic.

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