La tragedia de las guerras religiosas

por Antonio Ostornol

Uno quisiera iniciar el año con un dejo de optimismo. Incluso soy capaz de hacer abstracción del obsceno festival de crímenes que ofrece la pauta informativa de nuestra prensa, especialmente la televisiva. (Ojo, para que no me malentiendan: no digo que no se informe, sino que no lo transformen en espectáculo). Incluso más: puedo abstraerme del show de declaraciones cruzadas entre los distintos parlamentarios e imaginar que alguna vez pondrán los intereses de los demás por sobre los propios. Sin embargo, lo que no puedo obviar y me envenena la sangre, son las guerras religiosas. Y de esas, con o sin espectáculo, estamos inundados.  

Hace tres meses atrás, fuimos espectadores de la muerte de 1.400 ciudadanos israelíes (mayoritariamente población civil joven), asesinados por un comando de Hamas, organización político – religiosa que controla el poder en la franja de Gaza. Según sus creencias, el pueblo judío no tiene derecho a disponer de un estado en tierras ancestralmente demandadas por árabes y judíos. Luego,

durante más de tres meses, se ha ejecutado la venganza: Israel ha sometido a bombardeos y ataques sistemáticos a las principales ciudades de Gaza, provocando más de 22.000 muertos (una tasa aproximadamente de 240 por día), la mayoría de ellos mujeres y niños. El gobierno israelí declara que enfrenta una guerra “existencial”. Hamas declara que lucha por la liberación de su territorio, ocupado por Israel desde 1967. Pareciera que ambas causas son justas, pero esencialmente contradictorias: se trata de una confrontación que, desde la mirada de sus actuales liderazgos, no tiene solución excepto la aniquilación del “otro”, del “enemigo”. Y el fundamento de ambas causas es, en el fondo, religioso.

Hace ya un buen tiempo que la entonces OLP, junto al gobierno de la época de Israel, bajo el aval de Estados Unidos, acordaron que la solución al conflicto era establecer dos estados independientes, propuesta que, además, ha sido avalada ampliamente por la comunidad internacional. Entonces, ¿por qué no se ha podido concretar esta solución? Entre la negación de Hamas del derecho del pueblo judío a tener su propio estado y la convicción de la actual dirigencia israelí de ser el pueblo elegido para habitar esos territorios, argumentos ambos sustentados en el fondo por convicciones o creencias religiosas, es muy difícil encontrar un punto de conversación que pudiese ser constructivo.

Esto no quiere decir que las religiones sean, por definición, impedimentos para alcanzar una convivencia razonable y justa entre pueblos que piensan o creen en cosas diferentes. Es el fanatismo religioso la variable tóxica, es decir, cuando de alguna forma se cree que la convicción propia debe ser impuesta a todos los demás casi como un mandato divino. En nuestra experiencia histórica, o sea, la de países colonizados por occidente, supimos de las peligrosas consecuencias de oponerse al catolicismo español. También vivieron situaciones similares los humanistas perseguidos por la Inquisición o los judíos expulsados de España por los reyes católicos. Y probablemente lo experimentaron los pueblos originarios de México que debían huir cuando se aproximaba la guerra florida para no ser sacrificados a los dioses. 

Los judíos –en su milenaria historia- saben mejor que muchos de estas persecuciones por el solo hecho de ser diferentes o tener creencias distintas. Y siendo claros, hasta el día de hoy muchas veces son discriminados y agredidos por su propia naturaleza. Desde la mirada occidental, a los árabes no les ha ido mucho mejor. Perseguidos, invadidos, colonizados, discriminados, son todas expresiones que hablan de lo que han vivido a lo largo de los siglos. Podríamos imaginar, entonces, que dos pueblos que han sufrido históricamente de modo muy similar debieran tener una mirada particularmente heterodoxa, comprensiva y dialogante para enfrentar sus diferencias. Más aún, siendo pueblos relativamente emparentados (todos tienen su cuna en medio oriente) y pueblos de gran cultura, podríamos imaginar que su disposición debiera inclinarse más a la colaboración que a la confrontación. Y hay grandes políticos e intelectuales de lado y lado que han propuesto mirar con más altura sus disputas, pero inevitablemente terminan chocando contra el muro de las versiones más radicales y conservadoras de sus propias religiones, haciendo infructuosas sus propuestas y perdiéndose en medio de las tragedias que, una y otra vez, han asolado medio oriente.

Sé que este argumento suena ingenuo porque no pongo sobre la mesa el rol de la pluralidad de intereses que se mueven en la zona y que fácilmente podemos asociar a la producción y control petrolero, y el aseguramiento de las vías de comercio mundial, del cual dependen en gran medida las economías occidentales. Y por supuesto también inciden las disputan religiosas y geopolíticas entre Arabia Saudita e Irán. Claro, y la obsesión de los Estados Unidos y sus aliados europeos por levantar trincheras al acoso de las economías de oriente.  Y todas las objeciones que se levanten para desbaratar mi argumento, las acepto. 

Y lo hago por una razón muy simple: no soy experto ni conocedor a fondo ni de la historia ni del presente de los grupos humanos involucrados en el conflicto. Simplemente quiero poner un punto: si dos comunidades humanas fundan sus pretensiones históricas como mandatos divinos estamos jodidos: no hay racionalidad posible para encontrar soluciones justas para todos. Entretanto, el sangramiento continúa y de modo muy desigual. El grupo Hamas no tiene cómo amenazar la integridad de Israel. Puede dar un golpe terrible como el del 7 de octubre, pero no mucho más. E Israel, con el ejército más poderoso y moderno de la zona, no necesita masacrar a una población civil de más de dos millones de personas, ni someterla al hambre y la pobreza, lo que equivale a muerte prolongada. ¿Podemos imaginar acaso que el estado de Israel no tenía cómo anticipar e impedir el atentado de octubre? Relajo o complicidad, todas las hipótesis son posibles.

Del terrorismo islámico (y no necesariamente de los seguidores del islam) ya sabíamos mucho por la experiencia de Al Qaeda y Estado islámico. Lamentablemente, también sabíamos, aunque con mucho menos difusión, de los evidentes excesos de las represalias estadounidenses que incluyeron invasiones de países sin fundamento, instalación de cárceles secretas en el mundo y uso reiterado de la tortura. En otra versión, con otros actores, hoy en medio oriente se vive un escenario similar. Por una parte, visiones religiosas llevadas a la política; y por otra, visiones políticas vividas como religión. Cuando se configura así la escena, solo podemos tener una certeza: seremos espectadores de una tragedia.

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1 comment

Eugenia enero 14, 2024 - 12:28 pm

Excelente tu texto Antonio. He leído mucho sobre el tema y creo que tu mirada es una de las más pertinentes!
Gracias!

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