Las hijas del jazz El adiós a la esclavitud doméstica un largo camino por andar  

por Cristina Wormull Chiorrini

Es cierto que no resulta sencillo fijar un solo acontecimiento como el motivo por el que se escogió el 8 de marzo para conmemorar el Día de la mujer, por ello se ha de entender como una lucha en conjunto, un esfuerzo prolongado en el tiempo. Cada generación de mujeres ha heredado la lucha por sus derechos y por los de las futuras. 

Cuando se aproxima el 8 de marzo de cada año, empieza una polémica acerca de si se “celebra” o se “conmemora” el Día Internacional de la Mujer.  Y en realidad, la sociedad pro – consumo exacerbado en que vivimos, intenta convertir esta conmemoración que busca visualizar las luchas de la mujer para lograr alcanzar una igualdad salarial con los hombres, por mencionar solo una de sus luchas, con un día donde se celebra a la mujer con frases almibaradas y muchos regalos que le permiten al comercio mejorar sus ventas convirtiendo a las mujeres nuevamente en objeto precioso, pero no pensante. Pero nada está más lejos del espíritu del 8 de marzo.

El origen de la conmemoración se puede reconocer en marzo de 1857, cuando en el marco de la Revolución industrial, las trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York salieron a la calle a protestar en masa por las duras condiciones de trabajo. En ese tiempo las condiciones laborales de cualquier trabajador, independiente de su género, eran durísimas, pero las de las mujeres eran particularmente precarias y obtenían salarios de hasta la mitad menos que los hombres, simplemente por ser mujeres. Como es de imaginar, las protestas fueron sofocadas violentamente por la policía, pero obtuvieron gran repercusión en los medios de comunicación.

Luego, en 1907, se realizó la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, liderada por Clara Zetkin, y se fundó la Internacional Socialista de Mujeres cuyo primer objetivo fue obtener el sufragio femenino.

Al año siguiente, en Nueva York se llevó a cabo una huelga de las obreras textiles que, junto con la de 1857 pasó a la historia y condujo a que el año 1909, en la misma ciudad, una organización de Mujeres Socialistas celebrara el primer Día Internacional de la Mujer, aunque solo logró que se plegaran féminas de Nueva York y Chicago, pero a la conmemoración se calcula que asistieron unas 15.000 mujeres.

En 1910, tuvo lugar el segundo encuentro Internacional Socialista de Mujeres, en Copenhague, Dinamarca. En esta ocasión, se propuso fijar un día simbólico –en torno al 8 de marzo– que sirviera para reivindicar los derechos de todas las mujeres, principalmente el derecho al voto. El siguiente año, se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer, el 19 de marzo, en algunos países europeos como Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza.

A partir de 1924 y hasta 1929, la economía vivió un período de bonanza económica originado en el Plan Dawes, que fue acompañado de comportamientos determinados por el optimismo y el consumismo, ambos asociados al fenómeno denominado «felices años veinte», una época que marca el inicio de una nueva era para las mujeres.

Junto con estos hitos históricos, conviene señalar que ya en los 20, años rompedores especialmente para las mujeres, luego de asumir muchas de las labores tradicionalmente masculinas durante la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, no solo las obreras estaban cansadas de ser abusadas en el trabajo, también las mujeres de clases medias y altas (donde tradicionalmente se inician los grandes cambios de la sociedad) estaban cansadas de ser usadas por el hombre como algo bello e intocable y querían mantener  los trabajos a los que habían accedido durante el conflicto bélico. Esta es una de las razones por las que el ideal de belleza femenina cambia por completo a partir de entonces y, por primera vez, en forma masiva, la mujer coge las riendas de su propia existencia y se lanza a vivir la vida con intensidad sin ningún tipo de prejuicio.

En realidad, su intención no era ser como los hombres, sino dejar de ser esclavas de ellos. No buscaban provocar ni escandalizar, pero su mensaje era la búsqueda de la igualdad de oportunidades en la vida cotidiana y uno de los primeros cambios radicales fue el vestuario para adecuarlo a las necesidades de sus nuevas aspiraciones.  Es entonces que se acortan las faldas y se elimina el corsé, permitiendo un mejor desplazamiento de las mujeres que hasta antes de la guerra veían entorpecidos sus movimientos por la ropa obligada a usar a inicios de la guerra que imponía un entubado en los tobillos que casi no permitía caminar. Junto con ello, se corta el pelo y borra la cintura de avispa para cultivar un tipo juvenil casi masculino y fácil de peinar.

Las flappers, a la vanguardia de los nuevos vientos libertarios, encabezaron en Estados Unidos la revolución en el campo de la moral. Según la describiera el escritor F. Scott Fitzgerald, verdadero agente de prensa de estas mujeres, la flapper ideal era una muchacha de gustos caros, de unos 19 o 20 años, moderna hasta la exageración. Fumaba en público, bebía hasta ponerse como cuba y profería insultos y garabatos. Nada le chocaba. Era franca. Sus faldas, como el mercado de valores, subían más y más; pronto se encaramaron por encima de las rodillas, enseñando a los hombres más longitud de pierna de la que jamás habían visto en público.

Así, recién en la primera parte del siglo XX, después de siglos de estar confinada en el hogar,  la mujer empezó a ir al cine, asumió la práctica de deportes como el tenis o la natación, empezó a manejar autos, a fumar en público y a ser interlocutora en conversaciones con temas antes prohibidos para ella; bailó fox trot, cheeck to cheeck, charleston y más, mientras empezaba a estudiar profesiones liberales, a ganar el derecho a voto, entre muchas otras cosas que antes le estaban vedadas y, también, empezó un lento camino hacia la limitación de la maternidad…

En ese tiempo de los locos años 20, la gran conquista de los hombres fue el cierre de cremallera, acierto de la década de los 20… ¡tan fácil de bajar y de subir!

Los gritos de los “guardianes de la moral”, que siempre existen, fueron inútiles para parar esta primera revolución de las mujeres.  Como en los años de la Prohibición, que hicieron al alcohol más tentador, las persecuciones a “las hijas del jazz” solo consiguieron incentivar su existencia y sumar adherentes.

Junto con este movimiento se desarrolló la producción de alimentos enlatados, las panaderías de barrio, las tintorerías y los electrodomésticos que las liberaron del trabajo doméstico diario.

Luego vino la Segunda Guerra Mundial y las mujeres se unieron a los esfuerzos de guerra como enfermeras, conductoras de vehículos, trabajadoras de fábricas de armamento, operadoras de radio, intérpretes, espías, en talleres y oficinas, y mucho más y ya no hubo vuelta atrás.

“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”. Simone de Beauvoir

Al llegar la década de los setentas, que la aparición de la píldora anticonceptiva consagra el derecho de las mujeres a regular la maternidad y, la segunda ola feminista (la primera se había iniciado en la Revolución francesa, centrándose en la superación de los obstáculos legales a la igualdad como el derecho a sufragio, los derechos de propiedad y otros) las reivindicaciones se empiezan a enfocar en la desigualdad no-oficial (de facto), la sexualidad, la familia, el trabajo y, con mucha fuerza, el derecho al aborto ( como derecho de la mujer y no como imposición legal de los hombres). Todas luchas que se mantienen absolutamente vigentes hoy.

Esta es una breve pincelada sobre qué conmemoramos el 8 de marzo, un día para celebrar las numerosas conquistas de las mujeres en los últimos cien años, pero también, un día para no olvidar que es mucho lo que todavía falta por lograr y que los salarios de las mujeres (para dar tan solo un ejemplo) siguen siendo inferiores a los de los hombres en la mayoría de los países del mundo y que la desigualdad en los reconocimientos se mantiene muy desbalanceada en todos los ámbitos.

Las mujeres han recorrido un largo camino desde la revolución francesa hasta nuestros días, desde que una persona tan brillante y notable como Marie Curie no tuviera permitido el acceso a la academia para exponer los resultados de sus investigaciones hasta el presente en que todos los días tenemos noticias sorprendentes del aporte de las mujeres, hecho que no termina de sorprender y ser mencionado en forma destacada como señal clara que aun se piensa que son excepcionales, pero no habituales las mujeres en la ciencia. También se evidencian estas desigualdades en el deporte donde las ramas femeninas suelen ser percibidas y remuneradas -eventualmente- como amateur y no como profesionales. 

 Mucho camino por andar.

También te puede interesar

1 comment

Melita del Carpio marzo 7, 2024 - 3:13 pm

Muy bueno!! Gracias!!

Reply

Deja un comentario