Las Mujercitas Duendes

por Hermann Mondaca Raiteri

Las variedades de leyendas que encontramos alrededor del mundo son incontables, destacando aquellas que relatan aventuras o encuentros con pequeños seres. 

Un ejemplo cercano es el de la Cultura Lickan Antai, en donde se narra la historia de los Simmapauna Ckotchaya Ckoiba, pequeños hombres que viven en cuevas.

Ya los conquistadores  del Perú, según Cieza de León, escucharon relatar a los antiguos indígenas originarios de esa época una historia referente a los primeros habitantes del valle de Chincha, en el Perú

Las tierras de Arica y Parinacota, no son ajenas a estos relatos de pequeños seres.

En Socoroma, los Amautas originarios, cuentan que en tiempos de los Gentiles llegaron desde el Norte unas tribus integradas por hombrecitos pequeños llamados jisk’a chachanakas, «hombres chicos, hombres pequeños» y que se instalaron en una colina denominada Chullpa Winko, lugar cercano a donde habitaban los indios chullpas, indios guerreros que pronto los hicieron huir hacia otro lugar denominado Wayqu, donde permanecieron hasta la llegada de los   conquistadores.

Aún se cuenta que por estos mismos sectores, en las noches se encontraban grupos de mujercitas pequeñas, que se entretenían en hacer múltiples diabluras con los pastorcillos que tenían la mala suerte de ser sorprendidos por la oscuridad en medio de los pastizales…

En un hermoso día de sol una bella niña indígena de unos nueve años, salió llevando a su hermanito sobre su espalda, en dirección a las mesetas, con el fin de pastorear el rebaño de corderos de sus padres.

Para llegar a las tierras de buen pasto, la niña debía atravesar dos colinas y muchas veces, cuando el buen tiempo la acompañaba, dormía a campo traviesa y demoraba hasta dos días en regresar a su casa.  Cuando llegaba al sitio elegido, mientras los corderos pastaban, ella hilaba y cantaba, sin otra preocupación que cuidar a su hermanito y preocuparse que los corderos no se fueran muy lejos de su vista.

Un día ya al atardecer, después que ella había comido un pedazo de pan y maíz tostado y dado de mamar de una de las ovejas a su hermanito, divisó que una de las crías se había alejado mucho del rebaño.

Sentó al pequeño al abrigo del viento y corrió tras el corderito travieso. Pero, cuando regresó al sitio donde había dejado a su hermanito, este ¡Había desaparecido!

En un inicio creyó que se había alejado gateando, pero por más que buscó en los alrededores, no encontró ni rastro de él. ¡Había desaparecido como por encanto!

La pequeña lloró desconsolada, continuó buscándolo y llamándolo en alta voz por su nombre, hasta que el sol se perdió en el ocaso, sin obtener resultado alguno.

Rendida de cansancio se sentó y pronto la noche lo envolvió todo con su negro manto.

De pronto le pareció ver un leve resplandor un tanto distante de donde ella estaba, se levantó y corrió hacia el punto de donde salía la claridad. Al llegar al lugar, vio que su hermanito estaba sentado encima de una gran piedra en torno de la cual, una serie de mujercitas, muy desaliñadas y completamente desnudas bailaban y cantaban.

No existía ninguna fogata, pero salía una luminosidad en todo ese sector, mientras las alegres mujercitas batían palmas a cada vuelta que daban tomadas de la mano con sus cabellos cubriendo sus cuerpos con cada movimiento de la danza.

La gritería que hacían cuando giraban y giraban, era grande y estridente; sin embargo, el pequeño niño nada de asustado, reía alegremente y batía palmas contentísimo a cada vuelta que daban las pequeñas mujercitas.

La pastorcita atónita y risueña contemplaba el espectáculo al ver a su hermanito a salvo y contento. De pronto pareció despertar y lo llamó en voz alta. El eco de su voz provocó que la claridad desapareciera y todo volviera a una tranquilidad y silencio total.

Un miedo enorme invadió el alma de la pastorcita y alarmada comenzó a llamar a gritos a su hermanito, ¡Nadie respondía! ¡Silencio profundo! ¡Todo se había esfumado como en un sueño! La pequeña niña volvió a llorar y a lamentarse.

Cuando la luz de la aurora comenzó a iluminar el paisaje del altiplano, inició nuevamente la búsqueda, miró y escudriñó los alrededores, pero ¡Nada encontró! ¡Su hermanito no estaba en ninguna parte!

Desalentada y acongojada reunió como pudo a sus corderitos. Ya emprendía la marcha de regreso a su casa cuando divisó a lo lejos a una viejecita que se movía lentamente. Corrió hacia ella y le preguntó si había visto a su hermanito. La anciana le contestó que no había visto a nadie, pero le aconsejó que, en el camino a su choza, se detuviera en la de Huachancay y le preguntara a él.

El viejo Huachancay vivía solo en una choza completamente aislada. A él acudió la pequeña niña con  alguna esperanza.  El hombre le explicó que por ser trabajadora y bondadosa y porque su hermanito no había llorado ni se había asustado cuando las pequeñas mujercitas se lo habían llevado, había tenido la suerte de no convertirse en una de ellas.

Acto seguido Huanchacay fue a una esquina de la choza donde bien abrigado y cuidado, dormía el pequeño hermano de la pastorcita. Lo cogió suavemente sin quitarle sus abrigos y le dijo a la pastorcita:

-“Toma a tu hermanito llévalo a tu casa y continúa siendo de buen corazón».

La pastorcita, llena de alegría, cargó al pequeño en sus espaldas y emprendió el regreso a casa, guiando su rebaño de ovejas. Ya en el pueblo y sin descansar, contó con minuciosos detalles lo que le había pasado con las pequeñas mujercitas.

Mujeres y hombres de más edad del pueblo de Socoroma cuentan que hasta hace pocos años atrás, era costumbre despedir a sus hijos e hijas,  cuando iban a pastorear, recomendándoles portarse bien y no tener miedo para así evitar que se convirtieran en las pequeñas mujercitas duendes.

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2 comments

Eduardo Oyarce G. agosto 21, 2023 - 12:47 pm

Hermosa historia qué llega a dar pena y alegría por la niña y el pequeño con alegre final. Seguro qué drbe ser así..las tradiciones existen en aquellos pueblos y más aún en la época de los españoles.

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Albina Sabater Villalba septiembre 1, 2023 - 8:05 pm

Me encantan las historias que tan bien relata Hermann Mondaca. Lo felicito por ello y le agradezco que nos ilustre con esas leyendas (para mí desconocidas) que, sin duda, una raíz verdadera deben de tener. ¡Gracias, Hermann!

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