Escribir es no aceptar lo irremediable. Mis primeros poemas fueron los de un adolescente, los de un muchacho aún con más sueños que mixturas en las palabras. Dispuesto a creer en la amenaza de una guerra atómica y en la opresión de una dictadura ochentera, de que la poesía podía cambiar el rumbo de las cosas.
Sin embargo, desde que comencé a escribir poesía, a los 13 años, no encontré un solo poema en su génesis, mirando hacia afuera, observando el mundo, sin antes, pertenecer y bullir en el mundo interior. Formando parte de lo más intimo y reservado de uno. Creyendo erróneamente, que a los poetas nos pasaban cosas muy especiales. Ante esta contradicción, a mis primeras lecturas les debo todo: no el verdadero asunto de la cuestión poética, como diría un estudioso en el tema, sino la provocación insaciable de bucear en lo desconocido.
Primero fue uva, después agua ardiente
Existe un proceso, una condensación, una ebullición, que diferencia a cada autora, a cada autor. Que, durante la escritura, borra lo que solo concierne a él. Es, lo que creo, no tendría ningún interés para los lectores. Antes del poema, fueron las palabras, juntas destilaron un significado que dieron vida y sentido al poema. A este territorio se llega siempre solo, porque es donde encontramos un espejo de nuestra propia verdad. A veces una sombra de la realidad del tiempo que nos tocó vivir.
Por eso que creo que existen dos tiempos significativos en la creación de un poema: el poema mismo, surgiendo en el interior del su autor, con sus convicciones y dudas, en el mensaje que se quiere compartir, en su gramática; Y, cuando lo ha terminado, cuando el texto está frente a ese lector, a esa lectora desconocida. ¿Qué sucede entonces ahí, en ese momento justo, cuando ese lector, anónimo se para frente al poema?
El acuerdo de la poesía con el lector
Plantea repentinamente la fianza de un misterio que se sostiene en el tiempo y cuya única respuesta, se apoya del lado de la interrogante: ¿qué buscamos en la poesía?
Yo no sé lo que busca el lector en la poesía, lo que, si sé, es lo que intento encontrar al escribirla. Para mi la poesía fue haber hallado un camino, una voz, un lugar. Supongo, que cada lector o lectora debe encontrar en la poesía su propia voz, su propio lugar, y no el que el autor le proponga o imponga. El joven que abrió los primeros libros de poemas encontró en ellos una cantidad de recursos y un amparo único, que solo te da la poesía cuando el territorio fundacional de cada uno de nosotros, te permite la lectura de lo que somos y lo que, en el presente significamos.
Cada persona debe encontrar su propia cadencia, que es como amar a otro. Esto reafirma mi creencia que un buen poema jamás ha necesitado un esfuerzo personal especial para ser entendido. Los versos que se construyen tienen esa carga suficiente de combustible que nos lleva a pensar nuestra propia vida dentro del poema. La lectura de poesía es como agarrarse a las palabras para construir una realidad más, una que te ponga a salvo de la intemperie. El poema crea “universos”. Lo poético es todo aquello que nos provoca en la coincidencia o la discrepancia del mensaje y el tono.
La universalidad del poema
El presente ha entrado en la vida, por tanto, en la poesía. Con el desvanecimiento de la sensación de futuro, que ha sido reemplazado por la de un solo presente, la inmediatez y la incertidumbre. Es aquí, donde la poesía es, ante todo, cuando la leemos, este presente sin mañana, mezclado con simpleza, cansancio, soledad, injusticia, horrores como la guerra, perdida de sentido, amor, placer o tristeza.
Los buenos poemas, agrego a lo anterior, – su fácil compresión – inclusive si emplean, o cuentan, o sugieren algo desolado o conmovedor, es como si la verdad que los define y justifica no les permitiera renunciar a la luminosidad que destellan. Como si el poema estuviera ligado a la vida, que siempre fue más allá de cualquier narración personal, adentro o alrededor de él mismo poema. En lo personal, escribir ese poema hoy, a mis cincuenta y ocho años, a diferencia de mis diez y siete, es, ante todo, buscar y encontrar la “universalidad” del poema. Lo que la vida ha ido dejando dentro de uno, es lo único que garantiza esa universalidad. Es por eso que un poeta puede conmover a alguien distante que no conoce y no conocerá jamás.
Lectores y lectoras de poesía, esa luz desconocida
Hace unas semanas una amiga que vive en la ciudad de Valdivia me envió un WhatsApp con una fotografía de mi poemario “Latido de escombros” (2019), acompañado de un texto que recuerdo, decía algo así: “…recién se lo regalaron a una amiga”. Siempre para un poeta, un lector de poesía es una luz, pero siguen siendo, aún con su luz, personas desconocidas. Porque ni sé, ni sabré nunca quiénes son ellos y ellas. Pero queda la alegría de saber que en algún lugar de Chile o del mundo, alguien lee los poemas que uno escribe. Al mismo tiempo pienso, por mucho que en ocasiones me domine la impudicia del poeta, que pocas cosas hay más superficiales que «la gloria», si, un mayor gozo, es esa luz desconocida de lectores anónimos que, junto al tiempo, ponen en claro si lo que uno escribe es poesía o no.
4 comments
Notable tu escrito y análisis en torno a escribir y leer poesía, una experiencia y expresión alucinante que tiene sus planos territoriales, y que siempre nos sorprenderán. Abrazos
Não sei dizer como teus poemas nos fazem vasculhiar dentro de nós, luces que as veces pareciam apagadas…você é luz!
Me parece muy motivador! las reflexiones respecto a la poesía. Interesante y conmovedor. Creo que aparte de agradeces este gran aporte.. me siento instada a escribir poemas????????
Me parece muy motivador! las reflexiones respecto a la poesía. Interesante y conmovedor. Creo que aparte de agradeces este gran aporte.. me siento instada a escribir poemas????????