El Renacimiento, aquella época que sacó del oscurantismo de la Edad Media a Europa, se dividió en dos grandes períodos: el Quattrocento (siglo XV) y el Cinquecento (Siglo XVI). En este último destacaron en Italia, Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel. Tres genios de las artes, pero no tan invictos en su vida privada, vapuleadas por todo aquello relacionado con el viejo y nunca pasado de moda amor.
Ser polímata, por definición un genio de las artes y/o las ciencias, no garantiza brillantez en la vida privada, el amor, la pasión o, en fin, para encontrar la pareja que haga más felices los días y complemente la intimidad personal. Puede suceder exactamente lo contrario.
Tres grandes hombres marcaron el Renacimiento italiano, aunque no fueron los únicos, y sería raro encontrar personas que no los identifiquen con el re-nacer que significó este período después de siglos de dominio de la Iglesia Católica que impuso el oscurantismo en Europa. Renacer fue la consigna y redescubrir aquello que inspiró a los clásicos griegos y romanos: el placer de la música, la belleza de los cuerpos, entre otros. Pero hoy no hablaremos del Renacimiento ni del Humanismo que se desarrolló en forma simultánea porque para ello hay gente más calificada, sino de la cara más íntima de Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, de aquello que los franceses tan bellamente llaman “la petite histoire”.
Leonardo ha sido considerado como el arquetipo del hombre del Renacimiento, descrito por su biógrafo Giorgio Vasari como poseedor de cualidades que «trascienden la naturaleza» y «ser maravillosamente dotado de belleza, gracia y talento en abundancia».
Leonardo mantuvo su vida privada en el mayor de los secretos…lo que ha trascendido se lo debemos a los comentarios y a los chismes de sus contemporáneos y eso, porque Leonardo da Vinci fue un hombre de gran atractivo personal, amabilidad y generosidad. Es más, según Vasari (gran investigador de Leonardo) era tan amable que se ganaba el cariño de todos y agregaba a su amabilidad el ser un conversador brillante que con su verbo e ingenio encantó a personajes como Ludovico il Moro. Vasari agrega que «Su apariencia fue impresionante y hermosa…. Físicamente era tan fuerte que podía soportar la violencia y con su mano derecha podía doblar el anillo de un llamador de puerta de hierro o una herradura, como si fueran de plomo. Fue tan generoso que dio de comer a todos sus amigos, ricos o pobres …. A través de su nacimiento Florencia recibió un regalo muy grande y por su muerte sufrió una pérdida incalculable «.
Leonardo mantuvo en reserva sus relaciones más íntimas, no se le conoció amor femenino alguno y nunca se casó. Pero hay numerosos testimonios sobre dos hermosos hombres jóvenes que habrían sido “queridos” por él pese a que solo en el siglo XX, se empieza a hacer referencia a su homosexualidad, aunque sosteniendo que habría sido latente y nunca consumada.
Leonardo fue acusado al menos un par de veces, de sodomía a través de una denuncia anónima depositada en el tamburo de Florencia que lo acusaba de haber mantenido relaciones sodomíticas. La denuncia fue desestimada por falta de testigos, pero hay que tener en cuenta que era un delito que si bien tenía pena de muerte era muy difícil de probar y en Florencia la homosexualidad estaba tan extendida como para crear la palabra Florenzer (Florentino) para designar a los homosexuales en Alemania y otros países de Europa.
Los registros muestran que Leonardo tuvo dos largas asociaciones duraderas: una con su alumno Gian Giacomo Caprotti da Oreno, apodado Salai o Il Salaiij (nombre que Leonardo tomó de una epopeya de Luigi Pulci, Morgante, donde equivalía a Satanás), que entró como aprendiz en su casa en 1490 a la edad de 10 años; la otra, ocurrió años después con el conde Francesco Melzi, que se convirtió en aprendiz de Leonardo en 1506 a la edad de quince años. Otras relaciones se han sugerido en la biografía que escribió Michael White, pero al parecer fueron tan solo ocasionales.
Las descripciones de Salai lo presentan como «un joven elegante y hermoso con el pelo bien rizado» y su nombre aparece (tachado) en la parte posterior de un dibujo erótico del artista: El ángel encarnado; redescubierto en 1991 como parte de una colección alemana de dibujos eróticos de Salai. Hay otro, un boceto que se encontró en la Colección Real Británica y al parecer es un apunte humorístico sobre el San Juan Bautista que pintara Leonardo y se exhibe en El Louvre. «El pequeño demonio» vivió a la altura de su apodo y su vida fue una seguidilla de robos y abusos, pero Leonardo lo mantuvo a su lado como modelo, criado y asistente por años, haciéndole regalos que solo se brindan a los amantes, dotando a su hermana e instalando a su padre en su viñedo… Por si fuera poco, lo incluyó generosamente en su testamento y fue el retrato de Salai como Juan Bautista, con su sonrisa enigmática, un dedo levantado y apuntando hacia el cielo el que lo acompañó hasta la muerte.
Hay un dibujo que Leonardo hizo en torno al 1490 y que es conocido como Alegoría del El placer y el dolor o Lujuria y arrepentimiento (se encuentra en la Christ Church College de Oxford) que muestra a un hombre joven y otro anciano unidos en un mismo cuerpo y que se especula ilustraría esta relación.
El conde Melzi llegó a la vida de Leonardo veinte años después y era el reverso de la medalla: tranquilo y menos emocionante, fue el hombre que lo acompañó hasta su muerte y se convirtió en el albacea de sus cuadernos y se preocupó de su póstuma publicación.
En una carta de Melzi al hermano de Leonardo informándole de su deceso describe la cercanía de la relación de Leonardo con sus estudiantes como sviscerato et amore ardentissimo («sentimiento profundo y el amor más ardiente«).
Su contemporáneo Miguel Ángel, el Buonarrotti, de estatura mediana, achaparrado y con su cara desfigurada por un puñetazo que le propinó el escultor Pietro Torrigiano en una disputa juvenil…estuvo obsesionado por la belleza del cuerpo masculino a través de toda su vida y ésta fue su principal fuente de inspiración. Su homosexualidad fue siempre conocida, pero al igual que con Leonardo, poco trascendió de sus amores, por razones similares.
Pero Miguel Ángel no solo se dedicó a esculpir y pintar la belleza de los cuerpos masculinos, sino que escribió cientos de sonetos, todos a muchachos jóvenes, pero el grueso de ellos estuvo destinado a dos personas: Tommaso Cavaliere, el joven romano que fuera su gran amor y a la poeta Vittoria Colonna con quien lo unió un amor platónico, una relación de admiración intelectual mutua en las postrimerías de su vida.
La gran sintonía espiritual entre Miguel Ángel y Vittoria, a los que también unía su afición a la poesía, se convirtió en una relación de amistad muy profunda. Ascanio Condivi, en su biografía de Buonarroti, dice que este estaba enamorado “del divino espíritu de Vittoria”. Realmente, el afecto entre ambos se basaba en la recíproca admiración y en unas convicciones religiosas que entendían de la misma manera.
Los hombres de los que se enamoró Miguel Ángel fueron muchos y tuvieron siempre dos características comunes: hermosura y juventud. Pero de la larga lista de amores, es destacable Cecchino dei Bracci muerto a los 15 años y al que el Buonarroti le compuso más de cuarenta epitafios y diseñó su tumba.
Pero Tommaso Cavalieri, además de hermosura y juventud, pertenecía a la clase alta y tenía un elevado nivel intelectual. Miguel Ángel conoció a Tommaso durante una de sus estancias en Roma, cuando ya se acercaba a los sesenta y se encontraba en una etapa de angustia y extremo cansancio. Sus proyectos se habían convertido en pesadillas y algunos nunca lograron terminarse. Tommaso tenía entre 15 y 20 años y llegó como una bocanada de aire fresco que deslumbró a Miguel Ángel y le provocó una intensa pasión amorosa. Cayó rendido ante este adolescente y, enamorado se puso al servicio de éste a través de numerosas cartas en las que una y otra vez le expresó su adoración.
“… vuestro nombre (…) nutre el cuerpo y el alma, llenando una y otra de tanta dulzura que no puedo sentir ni angustia ni temor de muerte mientras la memoria os conserve en mí”. Miguel Ángel a Tommaso
Indudablemente, Miguel Ángel, que estaba en la cúspide de su carrera, debió de fascinar a Tommaso. También sus cartas revelan su amor por el artista… “Juro devolver su amor. Jamás he querido a un hombre como lo quiero a usted, ni he deseado una amistad más que la que deseo la suya”. La relación entre ambos se convirtió en el arquetipo del eros neoplatónico, aunque con los años Tommaso se casó y tuvo varios hijos, pero nunca abandonó su íntima amistad con Miguel Ángel.
“Leonardo da Vinci nos promete el cielo, Rafael nos lo da”, sentenció Picasso.
Raffaello Sanzio, Rafael, al contrario de Leonardo y Miguel Ángel, era un hombre fogoso y aventurero, permanentemente enamorado de las mujeres y que vivió de prisa para morir joven y famoso a los 37 años, como las estrellas de rock del siglo XX. Pero su mundo era una lotería de enfermedad y muerte acechado por las epidemias habituales durante el Renacimiento. Nació y murió un 6 de abril, producto de la fogosidad del gran pintor.
“Era Rafael persona muy enamoradiza y aficionada a las mujeres, de continua entrega a sus servicios. Sus amigos observaban con respeto su afición a los placeres carnales, por ser persona muy segura”, relata Giorgio Vasari
Según cuentan los historiadores (un chisme que fascina a todos hasta hoy) Rafael, como dije, rico y famoso hedonista “extralimitándose en sus placeres amorosos… una de las veces cometió más excesos de lo habitual y volvió a casa con mucha fiebre…”. El artista, un tanto avergonzado de sus excesos, no se atrevió a confesar la causa real de su debilidad a los médicos y éstos le practicaron una sangría que lo llevó a la tumba.
El objeto de su apasionada lujuria fue, la Fornarina, hija de un panadero de Siena, cuyo sensual retrato, uno de los últimos cuadros de Rafael, la muestra con los pechos desnudos, la barriga cubierta por un velo translúcido, la mirada cálida, sonriendo en silencio. Sin embargo, esta mujer y su relación con Rafael, ha sido objeto de múltiples especulaciones durante 500 años. La pintura no formaba parte del inventario del pintor, y su autoría fue confirmada por el brazalete dorado que ciñe su brazo izquierdo donde estampó su firma: Raphael Urbinas,
Es difícil creer que no la pintara bajo una emoción poderosa. “Tan evidente, tan irresistible es la sensualidad de esta mujer que no cabe pensar más que en un pintor que haya experimentado entera y perdidamente ese vértigo para luego fijarlo en la tela”, escribe Antonio Forcellino en Rafael.
Rafael era un artista sociable y feliz, y su imagen como ícono de la lujuria –no hay que olvidar que fue el pintor favorito de los papas– ha desatado la imaginación de múltiples artistas entre los que se cuenta Picasso que, en una serie de grabados eróticos muestra a Rafael y la Fornarina haciendo el amor mientras son observados por el papa Julio II, que está escondido bajo la cama. En otro, es Miguel Ángel quien aparece en actitud de voyeur…
Mucho más hay para relatar acerca de los amores del Renacimiento, pero ya esto basta para despertar la curiosidad y sumergirse en las historias de las aventuras y desventuras de los genios.