Conocí a Bárbara en los 70… en aquellos años, cuando, parafraseando a la Mistral, todos íbamos a ser poetas. Nos juntábamos en la SECH, en torno a la U.E.J. (Unión de Escritores Jóvenes) donde además de leer poesía tomábamos vino. Deseo aclarar que la mayoría de las veces la cantidad de vino superaba a la de la poesía. Debo recordar que la UEJ. fue catalogada por El Mercurio como un órgano financiado por el comunismo internacional. Aclaro que el oro de Moscú no me pagó ni una cerveza. Ahí nos conocimos con un flaco alto que estudiaba Ingeniería, un joven estudiante de Periodismo, acostumbrado a romper vasos y un estudiante de Pedagogía Básica, que con los años se ha transformó en un crack del cuento infantil.
En esa época se escribieron muchos poemas de los cuales, algunos se transformaron en himnos de nuestra generación, no porque fueran los mejores -esta no es una competencia – sino que porque sus autores murieron muy jóvenes. Canto a Isadora Duncan de Armando Rubio: “Isadora Duncan baila en un café de Paris/y un soldado arroja la primera granada del catorce” También en esos años se escribió Sermón de los hombrecitos magneta de Rodrigo Lira: “No te olvides del lector, po, po, poe/ta: el lector de poesía es el más exigente inteligentísimo, culto, preparadísimo.” No podemos olvidar un emblemático poema de nuestro amigo, recientemente muerto, Erick Polhammer que nos cuenta “que llegaron los helicópteros y los helicópteros/se establecieron desde allí hasta siempre girando y zumbando como tábanos de acero los helicópteros”
Por razones obvias, he dejado para el final, la lectura de “Las playas de fuego”, de Bárbara Délano Azócar (Santiago de Chile, 17 de octubre de 1961-Perú, 2 de octubre de 1996) Hija de la psicóloga y poeta María Luisa Azócar y del escritor Poli Délano; su abuelo Luis Enrique Délano fue periodista y diplomático, a principios de octubre de 1996 decidió darles una sorpresa a sus padres y viajar a Chile. Lo hizo con escala en Lima, y «aborda el fatídico Boeing 757-200 de AeroPerú, que se estrellaría en el océano Pacífico a poco de salir de Lima, dejando un saldo de 70 víctimas. El cuerpo de Bárbara nunca se recuperó”.
No cabe dudas que fue una tremenda y atroz sorpresa.
Todo texto es un viaje, donde una, o más voces, cuentan sus pericias y nos describen el universo representado. En “Las Playas de fuego”, la voz nos relata cada uno de los espacios. Nos dice: “vi la puerta que daba al Jardín donde mamá y yo mirábamos caer la nieve sobre los duraznos desnudos” más adelanta nos relata “voy soplando copos de ceniza que se esparcen en el Jardín quemado el único paisaje de Klee, al final del caleidoscopio” Cada vez que pasa una verso nos vamos enterando de los elementos constituyentes y personajes de este mundo, de pronto ve a los feriantes marchando a casa después de pedir vino en la cantina/ donde una gorda pintarrajeada canta tangos de Gardel” En el camino se encuentra con Pati Smith cantante, artista visual y escritora estadounidense, con Laurel y Hardy en el cine de la plaza, con el loco Pepe que vendía pescado en la feria semanal, con Los Beatles y Dios.
No se iba con chicas. Encontrarse con Los Beatles y Dios habla del tipo de viajante que era.
El viaje se transforma en el propio caleidoscopio de cada uno de los receptores: “encerrando todos los secretos todas las visiones”
La primera imagen que nos presenta este caleidoscopio es una cita que, desde un comienzo, nos aclara las reglas del juego, para que nadie tenga lugar a dudas. Los muertos no nos rehabilitarán. El epígrafe de Tadeusz Rózewicz, dramaturgo, cuentista, autor de guiones de cine polaco nos avisa que es lo que nos espera. Este autor es considerado parte de una ruptura tajante con la tradición de la poesía polaca después de la segunda guerra mundial. Este es recuperado por la hablante lírica en diversas partes del texto, por ejemplo cuando nos dice:Reconozco un zumbido de abejas/las patas de las arañas rozando suavemente la hierba/ y sé que nos han abandonado a las puertas del sueño para decirnos que no hay tregua.
Todo viaje, tiene tres posibilidades: de ida, de vuelta y de ida y vuelta. Ojo, como dice Moravia, en un viaje lo importante no es la meta, sino que lo que ocurre mientras andamos.
En este periplo, desde un comienzo se dice el tipo de viaje en el que estamos: He regresado para sentarme como una vieja se sienta a la orilla de las lamentaciones/ y hunde sus dientes contra una piedra para no hablar/para no hablar ya más
y dejar que el mar susurre su voz de nieve ardiente/ He vuelto a este rincón enfermo
donde me obligan a tragar una hostia mancillada por las bocas que dijeron todas las mentiras”.
Este viaje nos recuerda aquella ave, que describe Borges en su bestiario. que vuela hacia atrás, porque lo importante no es donde va sino de donde viene. Muchos han -hemos – de sentirnos parte de este viaje. La voz lírica de este viaje se transforma en un himno para una generación. Siempre se ha dicho que quien habla en un poema es una voz que en algún momento se imbrica con el autor o la autora. En este poema hablante y autora se juntan y lo hacen en el mar. Recordemos que el mar y la tempestad se han convertido en tópico literario en la literatura occidental. Desde la época de Eurípides, que el valor simbólico de ambos se constituye en la tragedia.
El cuerpo de Bárbara se pierde en el mar “… todo lo que se pierde va a dar al mar me tiendo en el borde para oír a mis hermanos muertos.” Más adelante nos insiste: “Éramos jóvenes. Lo sé tenía el cabello despeinado y el mar de pronto fue una bóveda.”
Como poeta, Bárbara surge en la antología Poesía en el camino (1977), una compilación hecha por la Unión de Escritores Jóvenes, en la que figuraban poetas entonces nuevos. Entre ellos aparecen, además de Bárbara: Armando Rubio, Erick Pohlhammer, Antonio Gil y otros. Posteriormente, publicó México-Santiago (1979), edición artesanal realizada en conjunto con el pintor mexicano Marcos Limenes. Le sigue El rumor de la niebla (1984), edición bilingüe, editada en Canadá. Bárbara Délano es incluida también en una serie de antologías: Entre la lluvia y el arco iris (1983), antología de poesía joven compilada por Soledad Bianchi; Antología de la nueva poesía chilena (1985), edición de Juan Villegas; Veinticinco años de poesía chilena (1975-1990), realizada por Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás Harris, y la Antología del poema breve en Chile (1998), selección de Floridor Pérez. Luego de su trágica muerte, se encontró entre sus papeles el manuscrito del libro Playas de fuego, que sería luego publicado por su madre, María Luisa Azócar, con la ayuda de Teresa Calderón y María Luz Moraga