Los monstruos que se nos vienen.

por Juan. G. Solís de Ovando

El 27 de octubre de este año un sonriente Elon Musk informaba que había adquirido Twitter, tras un largo proceso de negociación que se prolongó por varios meses, comprometiéndose a pagar por ello la suma de 44.000 millones de dólares. Una suma impresionante, pero no dramática para el hombre más rico del mundo. Propietario entre otras empresas de Tesla, Space X, Neuralink, Open Al, Solar City Corporation, su patrimonio asciende, según la revista Forbes a 191.000 millones de dólares a noviembre del 2022. Casi nada.

El mismo se encargó de explicar el por qué de tan aventurada compra, diciendo que lo hace “porque actualmente hay un gran peligro de que las redes sociales giren hacia posiciones de extrema derecha o extrema izquierda y que se genere más odio y más división en nuestra sociedad…por el futuro de la civilización.” Y en otra parte: “Compro Twitter porque quiero ayudar a la humanidad. No para hacer más dinero”. Toda una garantía para las futuras generaciones de una población que acaba de completar los 8.000 millones de seres humanos.

De momento el salvador de la civilización se entrenó despidiendo a tres mil empleados de la compañía, cerca de la mitad de la plantilla de esta, por medio de mails enviados a sus respectivos correos electrónicos, forma que además de ser de un pésimo estilo, está prohibida en la mayoría de los países europeos. En España, las organizaciones sindicales reaccionaron inmediatamente advirtiendo que reclamarían la nulidad de estos despidos. Esta situación que parece ser solo una cuestión de forma encierra un gran debate futuro: la posibilidad de que una organización multinacional termine por aplicar las leyes en este caso norteamericanas en países con mayor protección social como los europeos. Muchos empleados de Twitter han manifestado estar descontentos con el nuevo propietario y extraordinariamente presionados por su nueva administración.

Sin embargo, ¿que mueve realmente al hombre más rico del mundo a adquirir una plataforma de redes sociales que según este mismo confiesa pierde 4 millones de dólares al día?

Recordemos que Twitter tiene en la actualidad más de 300 millones de usuarios, que realizan más de 65 millones de tweets al día y tiene búsquedas que superan las 800.000 en este mismo período.

En realidad, el Twitter es una plataforma que se constituye, a mi juicio, en un inmenso, extendido y en permanente crecimiento de una especie de anfiteatro global de las conversaciones. Y como los seres humanos nos movemos cada día por medio de las conversaciones que tenemos con otros seres humanos esta plataforma se encuentra introducida en el ADN de nuestra especie. Porque si el ser humano es como afirmamos algunas y algunos esencialmente hermenéutico, es decir interpretativo, no podemos desconocer la importancia de los medios y espacios en que estas interpretaciones se producen, comparten, y transfieren. Estoy cada vez más convencido, además, que el ser humano es ontológicamente hermenéutico, es decir, su ser íntimo y oculto es la interpretación que ha ido construyendo históricamente de sí mismo.

Pero, además, vivimos, en la actualidad, una especie de acratismo conversacional, es decir, vivimos, un momento, en que a diferencia de las fases históricas que nos preceden, las interpretaciones del mundo, de la sociedad, de la forma como estos se desenvuelven, se realizan en ruptura con las jerarquías, que hace poco estaban formalmente legitimadas para hacerlo: las Iglesias, los gobiernos, los partidos políticos, las fuerzas armadas, y sus hijos e hijas las teologías, las ideologías, las cosmovisiones ya no son capaces de sujetar visiones aceptadas por sus comunidades.  O sea, nada ni nadie parece estar en este mundo líquido más autorizado que otro para manifestar interpretaciones de las realidades que creen percibir. Y aquí está, entonces, el punto, porque si todos somos igualmente valederos y legítimos receptores y emisores de interpretaciones y estas son a su vez, las que movilizan la dirección de actuación de personas y comunidades, surge inmediatamente la pregunta del millón: ¿deberíamos controlar las conversaciones del presente y del futuro ahora que ya el control jerárquico parece disolverse en el ancho océano de la libertad interpretativa? En otras palabras, si los enfermos pueden tener interpretaciones reconocidas sobre su salud, y los estudiantes de educación, los feligreses de teología, los ciudadanos comunes y corrientes de economía, los pueblos sobre defensa, la gente común y corriente sobre la justicia, etc. y estas interpretaciones van a ser validadas en su propio mérito y no en virtud de quien las realiza, alguien dirá que necesitamos al menos orientarlas para que en esta danza de interpretaciones no terminemos en un caos que nos impida reconocer un mínimo de realidades comunes y las aceptemos. El mundo parece encerrarse entre la riqueza que produce la libertad para interpretar y el desconcierto que produce la proliferación igualmente libre de estas.

En este contexto, una plataforma como Twitter que sirve para el seguimiento de eventos en directo, y oír toda clase de charlas, participar en comunidades en que se disfruta de comentarios sobre cine, música, programas de televisión y que ha servido para organizar protestas en Irán, Túnez y que sirvió para que el movimiento del 15 M en España se coordinara en encuentros en espacios públicos y que ha sido un instrumento fundamental para movimientos como el Me Too en Estados Unidos, tiene una importancia estratégica global que excede cualquier número con el que se intente medir la consideración de un buen negocio en términos inmediatos.

Ni la más enternecedora de las ingenuidades puede ignorar la importancia que en el futuro tendrá controlar las conversaciones para poder manipularlas posteriormente. Y, para ello, no hay nada mejor que conocerlas, o sea, conocer a sus usuarios, los espacios en que se producen, los contenidos de estas, las preocupaciones que barruntan, y las interpretaciones que ponen sus melodías. Por eso Twitter es tener un periscopio para conocer las conversaciones.

Y por eso, también, Twitter, es uno y muy importante monstruo de nuestros tiempos modernos que se junta a otros, que, como las plataformas Uber, tienen a cientos de miles de trabajadores en todo el mundo trabajando para empleadores virtuales y desconocidos. Sin limitaciones de jornada, sin poder negociar sus remuneraciones, sin seguridad social ni derechos laborales, sin que se pueda cobrar los impuestos pues no se sabe a ciencia cierta dónde se perciben las utilidades.

El que Donald Trump haya sido expulsado del uso del Twitter, y ahora, con Elton Musk, reincorporado, habla claramente de la importancia que la plataforma tiene y tendrá en el futuro para democracias occidentales completamente inertes a la mentira y el engaño dolosamente diseñado para operar en este tipo de plataformas.

En verdad los desafíos del futuro no son pequeños. Porque lo que se nos viene no son dictaduras genocidas, reconocidas y repudiadas en el mundo. Son fuerzas invisibles, al menos para la forma en que hasta ahora veíamos la realidad. Estas organizaciones -que paradoja de paradojas- son la rediviva frase del Manifiesto Comunista, pero ahora no referida a los trabajadores sino como si quisieran decir: Las plataformas globales no tienen patria. Y no desean tenerla. Porque cada nación, país, provincia, barrio, localidad o espacio de encuentro y convivencia libre son sus enemigos y, por eso, hay que eliminarlos. Pero esta vez, no eliminando personas sino sus espacios de intercambio de pensamientos y preocupaciones. Y tienen cada día más poder. De hecho, ya pueden juntar los espacios de conversaciones con las redes sociales y espacios de trabajo como las plataformas Uber y mediante las aplicaciones de la inteligencia artificial también las huellas digitales de lo que somos, lo que pensamos y las preocupaciones que tenemos. A mi juicio solo les falta -y les queda poco-, construir estructuras gnoseológicas para levantar patrones interpretativos que sean percibidos como incuestionables en un mundo de ciudadanos acríticos y resignados.

¿Sabrán los pueblos, las comunidades, las naciones, oponerse eficazmente a esos poderes globales fácticos mediante aplicaciones libres para desintoxicar las conversaciones de las mentiras y manipulaciones dolosas? ¿Podremos crear un reservorio de interpretaciones comunes y humanas y espacios de desarrollo de contenidos alternativos al de los poderes fácticos globales? Y sobre todo ¿Crearemos nuestros propios espacios de conversaciones globales de incidencia para movilizar con interpretaciones evolucionadas la salvación del planeta y de nuestra especie en él?

Como dice la canción: “es un monstruo grande y pisa fuerte”.

Parece que este es un tiempo de epopeyas universales y son los ciudadanos del mundo los convocados.

Una utopía democrática.

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