Lucha y locura, entre flores y derechos

por Cristina Wormull Chiorrini

El dolor de las mujeres… el dolor del silencio… la angustia solitaria…el temor a su presencia… el deseo del terror¡¡¡

Nos acercamos una vez más al 8 de marzo, día que muchos aborrecen pensando que es una fecha de feministas delirantes, y otros distorsionan convirtiéndolo en una especia de celebración al ser mujer.   En palabras de la escritora española Carmen Domingo, habrá que empezar por el principio antes de llegar al hoy. Habrá que recordar aquel marzo de 1857 en el que cientos de mujeres trabajadoras de una fábrica de Nueva York marcharon por las calles de la ciudad bajo el lema “pan y rosas”, demandando mejoras salariales y el fin del trabajo infantil, y muchas de ellas fueron asesinadas a manos de la policía. Habrá que recordar aquel 26 de marzo 1911 en el que, encerradas por los propietarios de la fábrica textil donde trabajaban con el pretexto de que no pudieran cometer robos, murieron quemadas casi 150 mujeres en Nueva York. Habrá que recordar la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en Copenhague, en 1910, donde la comunista Clara Zetkin rodeada de compañeras de 17 países, propuso instaurar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que se acabó celebrando a partir del año siguiente. Habrá que recordar 1975, año en que la Organización de Naciones Unidas lo declaró el Día Internacional por los Derechos de la Mujer, “para conmemorar la lucha histórica por mejorar la vida de la mujer”, hasta hacerlo mundial en 1977. Pero este resumen de la escritora española no representa la dura lucha que las mujeres han tenido que dar desde hace siglos en todos los ámbitos de la vida. Uno podría resumir miles de años femeninos como la historia de un gran trapo sucio.  Hay que recordar entonces, las batallas que sostuvieron las sufragistas para obtener el derecho a voto que en gran parte del mundo no alcanza el siglo, y en la mayoría de los países, apenas a la mitad de uno. Hay que recordar la lucha de las mujeres por ser consideradas seres humanos con alma y pensantes y no tan solo mascotas que se usaron a diestra y siniestra como moneda de cambio y sujeto de sacrificio.

Uno podría resumir miles de años femeninos como la historia de un gran trapo sucio.

¿Cuántas mujeres fueron condenadas por poseer algún conocimiento y quemadas como brujas por el solo hecho de ser mujeres, posibles adoradoras del diablo, culpables de los pecados cometidos por hombres?

¿Cuántas escritoras, artistas plásticas, científicas, filósofas, matemáticas, por nombrar algunas actividades históricamente relacionadas con los hombres, fueron anuladas, escondidas y perseguidas? ¿Cuántas mujeres fueron condenadas por poseer algún conocimiento y quemadas como brujas por el solo hecho de ser mujeres, posibles adoradoras del diablo, culpables de los pecados cometidos por hombres?

Hoy, ad portas de un nuevo 8 de marzo, las mujeres chilenas, y no solo ellas, sino las mujeres del mundo, están empoderadas y aplicando el concepto de sororidad o relación de hermandad  y solidaridad entre las mujeres para crear redes de apoyo que empujen cambios sociales, para lograr la igualdad en esta sociedad que continúa siendo patriarcal a tal punto que todavía existen leyes como la que prohíbe a una mujer divorciada o viuda, contraer nuevas nupcias antes de 270 días o, si estuviera embarazada al momento del divorcio, antes del parto.  Pese a los numerosos cambios que han ido permitiendo que la mujer ante la ley sea mayor de edad y no una menor bajo la autoridad del padre y luego a la del marido en el evento que contraiga matrimonio, y que, afortunadamente han ido quedando en el pasado reciente, todavía la mujer no tiene los mismos derechos que el hombre ante la ley.  Y lo que es peor, todavía los hombres en posición de poder dudan de la capacidad de las mujeres para decidir y las siguen culpando de todo mal que les ocurra.  A través de la sororidad (soror=hermana) las mujeres están trayendo al presente conductas originales del constructo femenino cuando como defensa en la indefensión, se agrupaban, se confortaban, compartían conocimientos sobre hierbas curativas, se consolaban y defendían frente al mundo.  Frente al mundo digo, porque esas mujeres, también las de hoy, y las de ayer, han tenido que defenderse usando distintas estrategias (no voy a decir armas) frente a un patriarcado que, usando la excusa del sexo débil (nada más fuerte que una mujer frente a las adversidades y el abuso) ofrecen protección, protección que se transforma en dominio, dominio que deviene en posesión y desde ahí al abuso y el asesinato (femicidio) no hay más que medio paso justificado, aún hoy, no importa lo que digan las leyes escritas, por los celos.  Sin embargo, ¿algún juez aceptaría como atenuante que una mujer asesinara a su marido, pareja o amante simplemente porque los celos la cegaron?

¿algún juez aceptaría como atenuante que una mujer asesinara a su marido, pareja o amante simplemente porque los celos la cegaron?

De esta forma, muchas mujeres, demasiadas, viven el dolor del silencio, la angustia solitaria, el temor a la presencia de aquel que aman y desean, y que las golpea porque considera que son su propiedad y pueden decidir sobre sus vidas, sus cuerpos, les guste o no, sintiéndose con pleno derecho a acariciarlas y luego apuñalarlas, golpearlas, violarlas en nombre del amor que dicen profesarles.

Hoy muchos sectores ven con horror las manifestaciones femeninas (también miraron horrorizados a aquellas que un siglo atrás demandaban mínimos derechos como el sufragio, y en países como Inglaterra las encerraron junto a los locos y las torturaron para volverlas a la cordura doméstica), se critica que son agresivas, que son impúdicas, que el desnudo no consigue más que acentuar en algunos la percepción de que son objetos violables, vulnerables.  Repiten a coro que hay que demandar los cambios, los derechos sistemáticamente negados, a través de manifestaciones pacíficas, que jamás han sido escuchadas.  Las mujeres, las nietas y bisnietas de las brujas que quemaron se han cansado de esperar por la paridad en todos los ámbitos.  Las mujeres ya no quieren que los hombres las protejan, les abran las puertas, les señalen lo que les conviene y se conviertan así, más temprano que tarde en sus dueños, rectores de la vida diaria.

Las mujeres, las nietas y bisnietas de las brujas que quemaron se han cansado de esperar por la paridad en todos los ámbitos.

Sororidad es la palabra que convoca a las mujeres transversalmente a través de las edades, las clases sociales y la educación.  Sororidad, una forma de defensa pasiva y activa que hará a las mujeres más fuertes y exigentes en el acceso a sus derechos.  Sororidad, la razón de ser de las mujeres de hoy para llegar a construir un mundo donde no necesiten ser “protegidas”, donde seamos iguales en derechos y también en deberes.  Donde no exijamos que se nos ayude, sino que seamos pares de los hombres. Un mundo más equitativo donde nadie rivalice sobre quién es mejor, los hombres o las mujeres.  Diversos e iguales, aunque suene a contradicción.

Un mundo más equitativo donde nadie rivalice sobre quién es mejor, los hombres o las mujeres.  Diversos e iguales, aunque suene a contradicción.

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