Marina Abramovic y Ulay. La performance del amor

por Cristina Wormull Chiorrini

Lo que caracteriza a una performance es su capacidad de causar impacto visual en los espectadores para remover la conciencia del público haciendo arte con sus propios cuerpos, por ejemplo, desnudándose, pintándose la piel o vistiendo prendas que evoquen algún hecho de la actualidad a reivindicar o para estudiar las reacciones. Quizás la mayor exponente de la performance durante las últimas cuatro décadas sea Marina Abramovic, Premio Princesa de Asturias de las Artes en 2021  

Marina Abramovic, que nació en Belgrado, en 1946, hija de guerrilleros, es la artista viva más relevante en este campo, con la carrera más legendaria y prácticamente todos los reconocimientos, incluido el premio Princesa de Asturias de las Artes. Su vida y su obra son inseparables, incluida su increíble historia de amor y ‘performances’ con Frank Uwe Laysiepen, más conocido como Ulay, un fotógrafo y artista alemán de performance de finales de los años 1960 y 1970.

Su interés por las artes surgió en la niñez y ya a los seis años recibió clases de piano y, pese a que no tuvo clases de pintura, ésta brotaba de sus pinceles en forma constante.  Pero en 1965 empezó a estudiar en la Academia de Bellas Artes de Belgrado y al terminar su pregrado, realizó estudios de postgrado en la Academia de Bellas Artes de Zagreb, Croacia. Al egresar, empezó a dar clases en la Academia de Bellas Artes de Novisad, mientras preparaba su primera performance.

“Mi método es hacer las cosas que me dan miedo”. Marina Abramovic

Inició así la serie de performances Rythm entre 1973 y 1974, un proyecto para explorar todos los recovecos del dolor a través del cuerpo, y en esta experiencia perdió la conciencia y el control sobre su cuerpo en varias ocasiones.  En la performance de esta serie realizada en Nápoles, asumió el papel de mujer sumisa parándose frente a una mesa donde reposaban todo tipo de objetos:  pistolas, cuchillos, tijeras, pétalos, un látigo y más, dejó que los visitantes hicieran con ella lo que quisieran durante seis horas.

«El dolor es una puerta«, Marina Abramovic en sus inicios. 

Primero tímido, el público a poco andar se tornó agresivo y la desnudaron parcialmente; la manipularon como si se tratara de una marioneta; le pintaron un grafiti en el cuerpo con un pintalabios; alguien le hizo un corte en el cuello con un cuchillo y le succionó la sangre. Cuando se levantó, herida, el público escapó despavorido, como si se sintiera profundamente culpable. Curioso.

El año 1965, viviendo en Amsterdam, conoció al también artista performático, Ulay, el amor de su vida, que sería su pareja y compañero de trabajo por más de una década, aunque ya se había casado previamente con el artista serbio Nesa Paripovic.  Junto a Ulay siguió explorando los límites del cuerpo y las reacciones de la audiencia. En 1977 realizaron la performance Breathing In/Breathing Out donde unieron sus bocas y respiraron el aire del otro hasta prácticamente asfixiarse por el intercambio de dióxido de carbono. Y así, son numerosas las performances que realizaron juntos y que tapizan su larga relación de pareja. Su último trabajo juntos fue en 1988 cuando caminaron 2.800 kilómetros a lo largo de la Gran Muralla China, comenzando cada uno en un extremo y cruzándose en el centro para finalmente separarse. 

Originalmente esta gran performance a la que denominaron Los Amantes   finalizaría con la boda de ambos en el templo budista de Erlang Shen. Allí sellarían su amor en una ceremonia ritual, otra performance en sus vidas. Ambos realizaron este viaje acompañados de traductoras para evitar problemas en su recorrido por un lugar complejo como China. Sin embargo, cuando llegaron a destino, Marina fue sorprendida por Ulay que le confesó que su traductora estaba embarazada y tendría un hijo suyo. Marina se indignó y le exigió que se casara con la madre de su hijo…se dijeron adiós por más de dos décadas.

«Para ella, seguir adelante sola fue difícil. Para mí, era algo absolutamente impensable. Cuando el amor se rompe se transforma en odio. Y ella me odió». Ulay, en el documental The Story of Marina Abramonic and Ulay

A Marina la llaman, a pesar de su coquetería, “la abuela del performance”, pero ella prefiere autodenominarse como “la madrina del performance”.  Su obra ha atravesado exitosamente cinco décadas y todavía se mantiene vigente, aunque ya no explora el dolor del cuerpo, sino el de la mente. La verdad es que más que los dos apelativos anteriores, le va el de “gran dama de la performance” que transita por los grandes círculos del arte y la moda causando sensación donde aparece. 

Luego de su quiebre con Ulay, Marina se casó con Paolo Canevari, un artista italiano nacido en 1963 y que moldea el simbolismo a través de la pintura.  Pero esta unión duró solo un breve tiempo.

“Hacía mucho calor en Venecia, conviví esos seis días limpiando huesos entre gusanos. El olor me penetraba los huesos”. Marina Abramovic recordando la performance de Balkan Baroque, premiada con el León de Oro en la Bienal de Venecia en 1997.

El silencio entre Ulay y Marina no se interrumpió durante esas dos décadas, pero, en 2015, el performista alemán demandó a Abramovic por los royalties que le correspondían por la obra conjunta.  Y ganó, obligando a Marina a pagarle más de 250.000 dólares que en realidad eran un “moco de pavo” si tomamos en cuenta que el patrimonio de ella se calcula en más de 10 millones dólares. 

En 2010, se realizó una de las performances más conocidas de Abramovic, The artist is present (El artista está presente), en el MoMA y en la que, junto con una retrospectiva de su obra, Marina permanecía en una silla aguardando que los asistentes se sentaran frente a ella para mirarla a los ojos; algunos le hablaban, otros lloraban y muchos permanecían en silencio.  Miles de personas visitaron la muestra, es más, se estima que fueron más de 150 mil y la artista estuvo sentada por más de 700 horas en el hall del museo. Y, en un momento inolvidable, sorpresivamente se sentó frente a ella aquel que había sido su compañero artístico y sentimental durante tantos años: Frank Uwe Laysiepen, Ulay. Fue un emotivo reencuentro que quedó registrado en el documental homónimo dirigido por Matthew Akers y Jeff Dupré en 2012.

A partir de esta performance, Abramovic adquirió fama entre estrellas como James Franco, Lady Gaga e incluso sale en un videoclip de Jay Z. Lady Gaga sigue el denominado “método Abramovic” que incluye retiros espirituales con sesiones de ejercicios de alta resistencia; como emitir un sonido continuamente hasta perder la voz o recorrer un bosque sin ropa en pleno invierno.  

Pero el encuentro en el MoMa no fue el momento de la reconciliación definitiva con Ulay -aunque el registro de ambos mirándose provoca llorar de emoción- la paz entre ambos ocurrió finalmente en 2017, a través del documental que narra su historia. 

Tres años después de su reconciliación, en marzo de 2020, Uwe Laysiepen falleció en Liubliana debido a un cáncer linfático y Abramovic hizo pública una emotiva carta en la que deja constancia de la importancia que el alemán tuvo en su vida y en su carrera.

«Nos conocimos un 30 de noviembre, el cumpleaños de ambos. Sentimos que, de alguna manera, habíamos encontrado a nuestra otra mitad. Fue el encuentro de una energía masculina y otra femenina para crear un elemento unificado que llamábamos ‘ese Yo’. El apodo con el que nos llamábamos el uno al otro era ‘pegamento‘, lo que ya da una idea acerca de cómo veíamos nuestra relación. Vivimos durante muchos años en una vieja furgoneta Citroën con nuestro perro, Alba. Recorrimos Europa de una performance a otra. Cuando recuerdo aquellos años, evoco la libertad total que disfrutábamos. Fueron algunos de los años más felices de mi vida». Carta de Marina Abramovic con ocasión de la muerte de Ulay.

La mujer que experimentó con su cuerpo, que exploró el umbral de tolerancia del dolor al máximo y que para ello se cortó con cuchillos, se expuso al fuego e investigó el rol del público y su propio rol a través de performances intensas (brutales para algunos), ha recibido numerosos premios como el León de Oro, XLVII Bienal de Venecia, 1997; Niedersächsischer Kunstpreis, 2003; New York Dance and Performance Award (The Bessies), 2003; International Association of Art Critics, Best Show in a Commercial Gallery Award, 2003; Condecoración Austríaca de Ciencia y Arte (2008); Premio al Liderazgo Cultural, American Federation of Arts, 26 de octubre de 2011; Premio A La Excelencia ’13 de julio’; Oso Berlinés (2012) y el ya mencionado Princesa de Asturias, 2021.  Sin exagerar, podemos afirmar que es una de las artistas vivas más importantes del mundo, una que nunca quiso tener hijos y que amó intensamente al hombre que le dio la libertad de vivir performáticamente muchos años de su vida, una que nos ha entregado una obra imposible de olvidar.

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