Mary Karr y David Foster Wallace. El club de los mentirosos y la broma infinita

por Cristina Wormull Chiorrini

«Dejen de preguntarme sobre David Foster Wallace. Mi única contribución a la literatura fue habérmelo cogido un par de veces a principios de los 90, gracias». Mary Marlene Karr

La tortuosa relación entre David Foster Wallace -según muchos la mente más brillante de su generación, lo que siempre es una exageración y una de las más atormentadas- y Mary Marlene Karr, la frágil escritora estadounidense, autora de varios libros de poesía y de una trilogía de memorias notables, ha dado para más de un libro y provocado que mucha tinta se derrame  sobre el interminable acoso del escritor luego de terminada su relación y también una vez que se eliminó la  protección a su figura de hombre blanco y monstruo de las letras .

David Foster Wallace fue un profesor y escritor estadounidense, ​​ reconocido mundialmente por su monumental novela La broma infinita, ​​considerada por la revista Time como una de las 100 mejores escritas en lengua inglesa del período comprendido entre 1923 y 2006, ​ no siendo la única de su autoría.  Sobrevivió veinte años a base de antidepresivos y otros medicamentos hasta que se hartó de esta condición y un día, un 12 de septiembre, anudó una soga a su cuello, ajustó el nudo, subió a una silla y se dejó caer. Una generación literaria completa quedó sin aire junto con él. Foster Wallace, el mayor exponente de una narrativa que muchos creyeron cambiaría la literatura norteamericana, apareció colgado en el patio de su casa en Claremont, a pocos kilómetros de Ithaca, su pueblo natal, como símbolo de un viaje inconcluso. 

Mary Karr, escritora y cronista, provocó una revolución en el género de las memorias con su obra El club de los mentirosos, crudo y conmovedor relato, donde recrea su infancia con una madre culta y alcoholizada y un padre que se evadía bebiendo con sus amigos. Fue uno de los libros más vendidos durante un año, según The New York Times y elegido el mejor libro del año por The New Yorker Times Book Review. Hoy, ella sigue escribiendo y es profesora de literatura en la Universidad de Siracusa. Vive en el Upper East Side, en Nueva York.

“Existe la creencia de que las mujeres no tienen poder y para lograrlo ofrecen sexo”.  Mary Karr

Foster Wallace provenía de una familia de clase media, estudió filosofía, y con apenas 25 años, escribió La escoba del sistema (1987), una novela donde se puede notar la importante influencia que tuvo en su escritura Thomas Pynchon.  Se retiró dos veces de la Universidad Amherst College por sus tempranas crisis nerviosas y esa pulsión destructiva que habitó en su interior, manifestándose en contra de todos aquellos que lo amaron. Era inseguro, ególatra, con una baja autoestima y tremendamente perfeccionista, pero a pesar de ello pudo construir una obra literaria monumental, desaforada, hambrienta y casi totalizante. Una monstruosidad melancólica bajo el humor que cruza sus escritos.

Cuando David Foster Wallace se ahorcó, Mary Karr le escribió una poesía maldita, sarcástica y bella como ella, que refleja su relación y un amor supuestamente terminado y destruido más de 10 años antes de su muerte.

«Más de una vez me pediste que respirara en tus pulmones como el soprano en la ópera / Amé entonces que mi fantasma te habitara y que tragaras mis creencias en tu casi probable alma / Me pregunto si tu muerte se sentirá como un fracaso para quienes te amaron / Como si nuestra resucitación cardiopulmonar colectiva se hubiese detenido demasiado pronto / Las paletas de desfibrilación perdieron su carga / El cadáver nos castigó sin volver a sentarse / Perdona mi convicción de que cada suicida es un boludo / Hay una buena razón por la cual no soy Dios / Porque cruelmente flagelaría al autoflagelado«. Poema de Mary Karr a David Foster Wallace… todo el amor…

La relación o el noviazgo de David y Mary se dio en los años 80, mientras ella trabajaba en el manuscrito de El club de los mentirosos y él en el de La broma infinita.  Mientras duró, se leyeron mutuamente fragmentos de aquellas obras y Wallace se tatuó el nombre de Mary, inspirándose en ella para crear uno de los personajes de su novela, Madame Psychosis, llegando a proponer matrimonio a Karr, lo que ella rechazó. 

Espero que Jesucristo te tenga a su lado

y aunque con las décadas

nos hayamos alejado tanto

que el amor acabó en odio

y todas aquellas cartas

y llamadas telefónicas

se desvanecieron con tu rostro

anudadas por la soga.

 (…) Fragmento del poema de Mary Karr sobre la muerte de Foster Wallace

Mary Karr nació en 1955 en Groves, Texas, antes de conocer a Wallace estuvo casada con el poeta Michael Milburn durante trece años. 

Si bien su noviazgo con Foster Wallace fue relativamente breve (unos 4 años), luego de la ruptura ella siguió obsesionándolo y el escritor le siguió comprando lencería cara y perfumes que le enviaba de forma anónima… una inquietante forma de acoso que no se limitó a esta curiosidad, sino que se tradujo en innumerables llamadas telefónicas durante un año, en que el escritor siguiera a su hijo de cinco años y, para rematar, en una ocasión estuviera a punto de matarla… 

Por fin, él conoció a una joven actriz que lo distrajo un poco de su obsesión y el acoso disminuyó, pero nunca cesó del todo, aunque ante la opinión pública fue opacado por la publicación de las más de mil páginas de La broma infinita en 1996, probablemente la penúltima gran novela de la literatura del siglo XX, si consideramos osadamente que la última es Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, publicada en 1998.

No hay elección sin libertad, bucanero. No somos nosotros quienes estamos muertos por dentro. Todo esto que encuentras en nosotros tan débil y despreciable es justamente el riesgo de ser libre.   «La broma infinita» (1996)

Tanto Mary como David fueron alcohólicos y cocainómanos… en una generación que se caracterizó por los excesos, pero Mary se convirtió al catolicismo cuando ya transitaba por los cuarenta, dejando atrás sus adicciones y recuperando su salud.  Pese a su conversión, sigue apoyando algunas opiniones que están en desacuerdo con la Iglesia Católica, como el aborto y la ordenación de mujeres como sacerdotisas.

David Foster Wallace era un monstruo. Y así lo repitió el mundo entero cuando se enteró de los maltratos a Mary Karr y dejó de perdonar la agresividad y el acoso del hombre que había sido encubierto sumando a su muerte original, una segunda en tiempos en que ya no se perdonan estos hechos, aunque sean debidos a una enfermedad mental.  Cuando la escritora Mary Karr habló sobre el acoso y maltrato al que la sometió Wallace durante sus años como pareja, eso bastó para bajarlo del pedestal.  

Estoy viviendo el sueño del coronavirus: vivo en un submarino desinfectado en un país que ha perdido la cabeza, pero estoy en buena forma”, Mary Karr

Pero a riesgo de ser lapidada, sigo creyendo que debemos separar el arte de la persona y tanto Wallace como Karr son grandes escritores del siglo XX y ella también del siglo XXI, mereciendo ambos ser leídos… porque la escritura de estos dos genios de las letras, independiente de su vida, sus excesos, sus miserias y sus talentos, han aportado a nuestra cultura y a superar las batallas que, algún día nos permitirán ganar la guerra.

El 12 de septiembre de este año se cumplieron quince años del suicidio de David Foster Wallace.  Cuánto tiempo perdido, tiempo ágrafo, tiempo terrible en el que no escribió las novelas que a muchos nos hubiese gustado leer.

Porque como dijo Mary Karr al referirse a lo sufrido por las mujeres profesionales de los setentas y ochentas del siglo pasado… “Mientras eres amable, los hombres te protegen. El minuto en que dejas de serlo, empieza la batalla. Y vas a perder. Cuando me gradué en Princeton, el director del programa se puso ante la puerta de su despacho. No me tocó, pero se humilló contándome que había sido gordo y que las chicas no le hacían caso para que me acostara con él. Le dije que yo había sido flaca y rara y que eso no importa. Estuvo 45 minutos sin apartarse de la puerta”.

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