Muerte y poesía: escribe, llóralo todo, pero llóralo bien.

por Dante Cajales Meneses

La muerte es una idea universal. Su significado y las prácticas asociadas varían enormemente entre culturas y religiones. En algunas culturas se considera un final, mientras que en otras se ve como una transición o parte de un ciclo continuo de vida y muerte. Lo cierto es que para quienes hemos vivido la muerte de cerca, no hacemos distinción. La vivimos con profundo dolor. 

En la sociedad chilena la muerte ha sido concebida como algo negativo cultural y socialmente. No se habla de la muerte. A la comunidad le impacta la noticia de la muerte de un ser querido, lo llora, le duele y hay veces que se hace difícil sobrellevar la ausencia. El luto se hace de negro y se define por un tiempo de dolor y la vez de esperanza para que el ser querido repose en paz y tenga una “vida eterna” al encuentro con Dios en el “cielo” o igual que en Caronte, en el mito Mapuche, los muertos en manos del Trempulcahue, las cuatro ancianas machis que se transforman en ballenas blancas y guían a los difuntos hacia el Ngill, según la creencia.  El tabú de la muerte consiste precisamente en invisibilizar y evitar hablar de ella. Incluso dejamos de referirnos a la muerte directamente y pasamos a nombrar la muerte de alguien con eufemismos; “cuando ya no esté con nosotros”, “cuando nos deje”, “cuando parta”, “pasó a mejor vida”, “culminó su viaje”, “paró las chalas”, etc. Con los años el ritual ha cambiado para creyentes o no, para estoicistas, existencialistas, musulmanes, católicos, judíos o budistas, ateos y agnósticos. Hoy existe un mercado para atender esta necesidad de sobrellevar el dolor que significa la muerte de un ser querido: capillas de todo credo, música envasada, en vivo, servicio de frigobar para quienes acompañan las familias, saludos en línea, trasmisión en vivo del velorio y el funeral, incineración, ánforas para todos los bolsillos, etc. Es tan potente la lógica del mercado que nos obligó a pararnos frente a la diversidad de ofertas de servicios funerarios, antes que romper el tabú hablando o preguntándonos sobre el sentido de la muerte primero.

Escultura Cementerio General de Santiago

No fui un niño precoz, pero no más de 7 años tenía cuando oí por primera vez la palabra muerte de la mano de la voz de Gabriela Mistral leyendo Los sonetos de la muerte, poetizando sobre la muerte, cuando trataba de comprender, a esa edad, por qué las personas se morían. En 1972 había muerto mi abuela materna, en el 73 asesinaron un amigo sacerdote de mi madre y en el 74, mi abuelo, su esposo, murió, de mucha pena. Fue en plena instalación de la dictadura, a cuatro meses del bombardeo al Palacio de la Moneda. Para ser preciso, el 10 de enero de 1974, cuando un canal de televisión, no recuerdo cuál, transmitió, en medio de los más infames horrores de nuestra historia, un programa especial conmemorando la muerte de Gabriela Mistral. Recuerdo su voz: pausada, sombría, áspera. No sé si leyendo o recitando el poema, pero lo que yo escuchaba y lo que ella describía me impactó profundamente.  Dos son los versos que trazaron mi poética, si es que puedo decir, con humildad, que tenga una, cito: 

Del nicho helado en que los hombres te pusieron…

Sólo entonces sabrás el por qué, no madura

para las hondas huesas, tu carne todavía.


Me interesó de la poesía, siendo tan chico, esa capacidad de conmover. Era la primera vez que me enfrentaba a la palabra muerte y a la muerte como realidad concreta a través de mi abuela, mi abuelo y el amigo de mi madre, el p. Joan Alsina, imaginándolos en un hoyo de hormigón, tan frío y húmedo como lo es un nicho vacío, antes de colocar el cuerpo. Esos versos de Gabriela Mistral me dijeron más sobre la muerte de lo que me podía explicar mi madre a mis 7 u 8 años. Creo que uno se acerca a la poesía por esa capacidad de conmover que te generan las palabras, por ese caudal de imágenes que arden en todas las direcciones, y que se constituyen en ideas muy potentes para un niño tan pequeño. Eso fue lo que me cautivó de la poesía. ¿Qué era lo que yo veía y cuál era mi lugar en ese paisaje lleno de miedo y tabú? En mi libro Fisura (2017) describo esa aceptación de la muerte vivida tan cerca, cito:

nunca más

sentiremos los dedos de la madre en el rostro

la piel no vuelve a la carne

la carne                

no vuelve al hueso.


La poesía no se me impuso; la poesía, digamos, se comenzó a mecer dentro de mí como una necesidad profunda de comprender por qué nos moríamos. Y fue dejando en el interior toneladas de misterio y de sorpresas, un montón de experiencias. Me ayudó a sostenerme, para fijarme una identidad. Una identidad que, por esos años, sabía que el mundo está a medio hacer. Que estaba muy mal amarrado, muy mal pintado, muy poco amable. Así nació en 1986 mi primer poemario: Casa para morir, cito:

tanta gente en la cocina

tanto vapor en las ventanas

el cajón está abierto

se empinan los niños más pequeños

para ver la muerte de la misma edad

atropellado en la avenida

con los ojos cosidos

no queda nada y queda todo

un hijo muerto.


Entendí que la poesía era lo que necesitaba para hablar de aquello que era tabú. Para amarrar de nuevo, dibujar y habitar de mejor modo lo que a nadie de mi generación le explicaron sobre la muerte. La poesía fue como esa luz en el fondo, ese reflejo íntimo y colectivo, que uno va encontrando, que va mapeando: obsesiones, miedo, sueños, deseos, injusticias y todo aquello que, en un momento, ¡incluso! Se dice contra uno mismo.

En la cultura mexicana la muerte es vivida como una parte natural de la vida, y el Día de Muertos es una prueba de ello, se levantan altares con ofrendas y se realizan festividades para recibir a los muertos de la familia.

Cuando murió mi madre el año 1994, no pude llorar hasta dos años después de su muerte. Cuando lo hice, lloré como escribe el poeta Oliverio Girondo (Argentina 1891-1967) en el poema Llorar a lágrima vivaRecuerdo que lloré una noche de Año Nuevo, lloré a lágrima viva, abrí las compuertas del llanto, lo lloré todo, lo lloré bien, con las rodillas, por el ombligo, por la boca, con la nariz, a moco tendidoCon los años, gracias a un acompañamiento terapéutico, comprendí que el gatillo del llanto, esa noche, era más profundo y estaba alojado en el corazón del luto no vivido.

En poesía, la muerte es representada como una realidad necesaria, a menudo vista como un final, pero también como fuente de reflexión sobre la vida y el paso del tiempo. Según cada autor, se la aborda desde diversas perspectivas, desde lo esotérico a la melancolía y el miedo, hasta la aceptación y la búsqueda de significado. Si lo habláramos con nuestras hijas e hijos, con los amigos, la pareja, con los nietos, quizá seríamos una sociedad con una salud mental más sana y libre frente a lo finito de nuestra existencia; por eso, escribe la pena, llórala toda, pero llórala bien.

*(Imagen de entrada: Eurícide por Caque Jours)

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1 comment

Eduardo Castro julio 11, 2025 - 3:12 pm

Me gustó mucho, para mi la muerte ha sido un tema en mi vida…

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