El nazismo, especialmente sus líderes siempre mezclaron su ideología supremacista con el esoterismo y la magia, pero tuvieron motivos más que suficientes para creer en brujas cuando entraron en acción las Nachthexen (brujas de la noche) como llamaron a las aviadoras militares del 588° Regimiento de Bombardeo Nocturno de la Unión Soviética, mientras los franceses las apodaron «hechiceras de la noche» y sus compatriotas las llamaron «hermanitas».
En estos días cuando la guerra en Ucrania copa los titulares, mientras Putin y Rusia son sinónimos de abuso y prepotencia y sin razón, apelando a excusas banales, en muchos lugares del mundo, notables legados de la cultura rusa – como al famosísimo Ballet Bolshoi – han sido eliminados de las carteleras programadas desde hace mucho o, en el caso de conciertos de música se proscriben genios, como Chaikovski, no dejo de preguntarme diariamente cómo estas absurdas decisiones incidirán en la finalización de una guerra que nada que ver con el arte.
Entonces decidí escribir sobre estas increíbles mujeres de la Unión Soviética (eran tiempos en que Rusia era parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, más conocidas por la sigla URSS, así como a Estados Unidos lo mencionamos más habitualmente como EEUU). Eran otros tiempos, y me remece pensar que voy a hablar de hechos que ocurrieron prácticamente un siglo atrás durante la Gran Guerra que asoló a Europa, parte de Asia y con efectos en el resto del planeta. Una guerra global que todos esperamos no se vuelva a repetir.
Como a través de gran parte de la historia, las mujeres fueron protagonistas invisibles de los hechos que ocurrieron, mientras participaban en arriesgadísimas acciones militares, no siendo excepcional que se conformaran regimientos de pilotos femeninos. En Inglaterra fue el Air Transport Auxiliary o ATA que con un contingente de más de 160 mujeres se encargó de trasladar aviones desde las fábricas a las bases o puertos y otras tareas afines. Asimismo, Estados Unidos reclutó a casi mil mujeres en tareas muy similares y en Alemania una piloto, Hanna Reistsh, se hizo famosa por aterrizar y despegar desde una pista improvisada en Berlín.
Pero solo la URSS tuvo mujeres en unidades de combate. De hecho, conformaron tres destacamentos de mujeres pilotos, pero fue el 588° de bombardeos nocturnos, con aproximadamente 115 mujeres el único que participó activamente en combate.
La iniciativa de formar estos destacamentos de mujeres fue idea de Marina Raskova, muy reconocida en su país por haber sido la primera mujer en volar como navegante junto a otras dos aviadoras, desde Moscú al Lejano Oriente sin escalas en un avión ANT.37, hecho que las había convertido en heroínas nacionales antes de la guerra.
A Raskova le costó convencer a las autoridades militares rusas de utilizar mujeres como pilotos de guerra, pero una vez que empezó la operación Barbaroja, los alemanes avanzaron rápidamente en territorio soviético y logró concretar su idea convocando a cientos de mujeres que estaban ansiosas de luchar por su patria. Dada la urgencia y la necesidad de ponerlas en acción, el aprendizaje que debía durar varios años en la Academia Aérea, fue reducido a unos meses. El entrenamiento físico y el conocimiento de las mínimas tácticas de combate fueron especialmente duros, pero aquellas 115 chicas de entre 17 y 22 años no se quejaron. Por si fuera poco, los aviones que se destinaron a este Regimiento de Bombardeo Nocturno fueron los Polikarpov U-2 (Po-2) un biplano muy usado en todo el mundo, pero creados para prácticas de vuelo y fumigación de campos. Estos aviones eran lentos, estaban obsoletos y eran construidos de madera y lona.
Eran realmente unas “escobas voladoras” sin radio ni paracaídas, popularmente conocidos con el apodo de kukurúznik, (mazorca de maíz) y no tenían protección contra el frío nocturno de temperaturas bajo cero, y así las aviadoras corrían el riesgo de congelarse durante el invierno ruso, tan frío que con solo tocar el fuselaje podía despellejar las manos dejando la piel adherida al avión helado. Las pilotos, a las que se les hizo cortar las largas trenzas que solían usar en aquellos tiempos y a las que vistieron con uniformes masculinos y con botas que debían rellenar con ropa para evitar que se salieran de sus pies, con un coraje digno de realzar, en vez de quejarse por la precariedad de sus aviones, afirmaban que preferían morir a caer en manos de los alemanes.
“Todas sus nuevas subordinadas querían volar – escribe Lyuba Vinogradova, historiadora rusa –, sino de pilotos, al menos de navegantes. Todas las navegantes querían ser pilotos, y todas las pilotos querían ser pilotos de caza”. La mayoría, incluida Raskova, no sobrevivirían a la guerra.
Mirado desde hoy, no tenían muchas posibilidades frente a los cazas alemanes, pero su ventaja se fundaba en la maniobrabilidad que les permitía realizar rápidos virajes y volar tan bajo que podían hacerlo entre bosques donde no lograban maniobrar los alemanes para derribarlas. Como prácticamente no tenían capacidad de carga, las brujas de la noche realizaban entre 10 y 15 incursiones, en grupos de tres aviones durante la misma noche, utilizando siempre la estrategia de parar sus ruidosos motores al acercarse al objetivo y planear hasta llegar al mismo. Como no tenían bodega ni instrumentos, lanzaban a mano las bombas que llevaban en su regazo y volvían a encenderlos para volver. El motor apagado producía un efecto devastador en los campamentos nazis porque apenas se oía el silbido del viento al rozar la estructura y así fue como las apodaron Nachthexen (brujas de la noche) al comparar ese silbido con el ruido de una escoba voladora.
El ruido de las alas de los Polikarpov al rozar el aire era comparado por los alemanes con el de una «escoba» y de ahí el apodo de Nachthexen, Las brujas de la noche.
Todas estas mujeres fueron heroínas y desde 1942 hasta el final de la guerra, comandadas por Yevdokía Bershánskai, (una de las sobrevivientes) realizaron 23.672 misiones en las que lanzaron más de 3.000 toneladas de bombas. Por mencionar solo a algunas, destaco a Mascha Dolina que participó en 74 misiones y lanzó 45.000 kilos de bombas desde su avión. La derribaron en 1943 y quedó malherida. Gorbachov la condecoró en 1990; Lilya Litvyak, con 21 años derribó 12 aviones nazis y se convirtió en heroína en la batalla de Leningrado, pero desapareció en la batalla de Kursk; La mayor Raskova falleció en una misión en el frente y recibió un funeral de estado en medio de la guerra; Nadya Popova y su tripulante Katya Ryabova lograron realizar hasta 18 misiones en una noche; la teniente Irina Sebrova participó en 1.008 misiones y sobrevivió dos veces a la destrucción de su avión.
Nadezhda Popova llegó a cumplir 852 misiones y fue honrada con las más altas condecoraciones. Sin embargo, la mayoría nunca recibió el debido homenaje. Y aunque el 27% de las integrantes del regimiento falleció durante la guerra, fueron excluidas del desfile del día de la victoria en Moscú.
Lyuba Vinogradova, investigadora e historiadora rusa recopiló en su libro Las brujas de la noche (Pasado y Presente) los testimonios de las aviadoras sobrevivientes donde cuenta detalles de lo que fue el cotidiano de estas valerosas mujeres que tuvieron que soportar separarse de sus familias, no tener ropa adecuada, el acoso y las bromas de los pilotos masculinos de otros destacamentos (sobre todo cuando andaban borrachos, lo que era frecuente), la dificultad para conseguir anticonceptivos, y la carencia de ropa interior que lograron subsanar creativamente, confeccionando lencería con la seda de los paracaídas de los aviadores alemanes derribados. Esto último pasó a ser una gran humillación para el Reich y Hitler llegó a conceder una cruz de hierro (la más importante de las condecoraciones alemanas) por «bruja» abatida.
La gran aviadora Raisa Belyaeva tenía que escuchar al comandante del regimiento de cazas en el que combatía decirle: «No quiero enviarte de misión, eres demasiado guapa».
Aunque si uno compara la situación de las aviadoras con el resto de las mujeres que servía en el ejército soviético (como en todos los ejércitos de la época, no importa de qué país fuera) que sufrían constantemente acoso y violencia sexual, eran privilegiadas, pero seguían sufriendo discriminación y los hombres las ninguneaban llamándolas “muñecas”, y pese a que muchas veces eran más experimentadas, estaban obligadas a probar constantemente sus habilidades y demostrar mayor coraje para lograr ser respetadas.
Las mujeres, que muchas veces poseían más experiencia de vuelo que sus propios camaradas, tenían que probar constantemente sus habilidades y coraje para lograr su respeto.
Hay bellas anécdotas entre la brutalidad de cada día y, aunque mal vestidas y masculinizadas, no perdieron esa femineidad tan arraigada en la mayoría de las mujeres y si bien la emoción tras la victoria era la misma que la de los hombres, la expresaban a su modo y así era posible escuchar expresiones como: «¡Has derribado un Heinkel, querida!», o juntarse en grupo para besarse después de una exitosa incursión nocturna.
Nos era simplemente incomprensible que los pilotos soviéticos que nos daban tantos problemas eran, de hecho,… mujeres. Estas mujeres no le temían a nada: venían noche tras noche, en sus destartalados aviones (Polikarpov U-2), impidiéndonos dormir…Johannes Steinhoff (as de la Lufwafe)
Solo para cerrar, quiero remarcar la extrema juventud de todas estas mujeres que como señalé más arriba, eran en algunos casos adolescentes y recordar que la mayor parte de las que murieron no superaba los 24 años. Un hecho habitual en todas las guerras donde, los combatientes, los que fallecen, tanto hombres como mujeres, son extremadamente jóvenes y pierden la vida cuando recién están por empezarla. Un pensamiento que no deja de cruzar por mi mente cada vez que se habla de una guerra, sea en Ucrania, Myanmar o Siria, por mencionar tan solo algunas.
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Muy intesante