No te quedes en el pasado, nena.

por Mario Valdivia

Pasada a pasado la admonición, pero vale igual. Seguir jipiando desde los años sesenta demuestra su sabiduría, no le ha quedado otra a un viejo amigo jipi más que implorarse como carga familiar tardía a varios conocidos. 

Viejas glorias y famas, y viejos amores y odios nos pegan al pasado. Haber sido partícipe de las luchas democráticas de los años ochenta y noventa puede dejar pegado a los polos democracia/autoritarismo y consenso/disenso, como Positivo/Negativo, y a los derechos humanos como Valor Absoluto, lo que orienta menos en el mundo que antes. Haberse aterrorizado en octubre de 2019 y los meses posteriores, puede entrampar en una reacción rencorosa. La nostalgia de amores juveniles ideales y calenturas más maduras, pueden apresar en ensueños que dificultan asentarse en la tierra real del presente. Y el dolor de viejos odios puede dejar pegado en el dulzor amargo de la lenta venganza imaginada. 

Quedarse en el pasado no es tal para la quedada, es el pretérito el que sigue presente. Como si fuera ayer, patrones pegados al latifundio dan órdenes tronantes a diestra y siniestra exigiendo renuncias a ministros, jueces y funcionarios que dejaron hace décadas de ser empleados suyos. Otros, quedados en el arrebato adrenalínico juvenil de la Unidad Popular, ven apariciones de Allende en La Moneda. Y como el tiempo da saltos bruscos, jóvenes que no lo son tanto, se quedan en un pasado próximo de salas de clases con profesores que pontifican luminosas simplicidades, por lo normal fatalmente moralistas, y centros de alumnos donde se opina de todo y se reclama mucho. Otras, en fin, cogidas en las mallas nebulosas de un ordenado tiempo pretérito, exhiben prácticas y costumbres familiares tan angelicales que resultan obscenas.        

La trampa de quedarse en el pasado atrapa con más facilidad de lo que parece. Pensar mucho para ´clarificar la situación presente´ a menudo deja fatalmente quedado. Supongo que no es necesario ser una materialista de martillo y yunque para darse cuenta de que la historia emerge de manera inesperada, contingente, y que las ideas que la entienden, explican, justifican y pontifican, van perifoneando de atrasito, como el alaraco calcetín rojo persigue al Se Fleta. Y no es una cuestión de cantidad, pensar poco también puede dejar atascado.

En las prácticas de la existencia cotidiana del trabajo, la familia, las relaciones sociales, las discusiones, etc., se amasa el pan de la historia. En ellas se acumulan conocimientos y habilidades tácitos que no necesitamos convertir en ideas para atinarle, y en ellas emergen desajustes y novedades que la transforman diariamente. Las ideas producidas por fabricantes especializados las convierten rápidamente en conceptos, protocolos y procedimientos, a costa de agarrarlas a medias, deformarlas, hacerlas maniquí digital. Como sostiene una amiga del Círculo Ontológico de una agrupación de servidores públicos jubilados de Yungay, las ideas agarran un pedacito del Ser, el gran Resto lo agarra gente de a pie, que sin especial claridad se agencia con la vida cotidiana siempre intensa en prácticas y manualidades, bullanga, bailoteo, el borde de la ley, salas de espera hospitalarias, atracos, aromas y atractores efímeros en la Internet. Por esquemáticas, son peligrosas las ideas si se toman muy en serio, especialmente porque son esquemas quedados en el pasado. Nadie más pegado al pretérito que un predicador, una profesora, una intelectual, un columnista, un tipo con una lista de convicciones precisas. Cuando menos si no mira sus ideas con distancia. 

Esquematizar con la cabeza metida en el culo sería quizás una manera un tanto exagerada y malevolente, además de grosera, de calificar a los intelectuales fabricantes de ideas, pero agarra la onda. Es que es tentador quedarse en el pasado cuando el trabajo intelectual era considerado más importante que el trabajo manual. (Tiempos de ideales más indudables). Hoy día, con tanta revolución y emprendimiento, tanto joven entrador, patudo, geniecillo y creadorcito, las ideas se caen a pedazos. ¿Ahorita, quién le hace caso a académicas y columnistas?  Bueno, no es más que una idea.

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