Nunca es triste la verdad… El caso Jarpa – Chahuán

por Antonio Ostornol

Una declaración breve del presidente, aparentemente simple, activó la histeria de algunos de sus opositores. El tema, una aseveración correcta: vamos a haber crecido como sociedad si somos capaces de concordar algo mínimo: que ninguna crisis, ninguna diferencia, por muy grande que sea, justifica violentar la democracia; y violar los derechos humanos de quienes piensan distinto. No pedimos tanto, pero no pedimos menos. Desgraciadamente, gente como Sergio Onofre Jarpa terminaron sus días impunes, pese a todas las tropelías que cometieron”. Estas fueron las palabras que funcionaron como un ají donde todos sabemos. El presidente de Renovación Nacional levantó histriónicamente la voz y exigió que “el Presidente Boric se disculpe con lo que fue la figura de Sergio Onofre Jarpa” y sentenció que “El futuro no se construye difamando a las personas que fueron claves en la transición política”. Según él, ni más ni menos que el presidente habría difamado al viejo político conservador ya muerto. Esta es una acusación muy grave y me parece que debiéramos detenernos en ella.

La Real Academia de la lengua, en su diccionario del idioma, define la palabra “difamar” como el acto de “desacreditar a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena opinión y fama”. En este sentido las exigencias vociferantes de Chahuán se ajustarían plenamente a lo que estipula la Academia. Porque efectivamente, afirmar que alguien salió impune de su vínculo de años con la dictadura, afecta la buena opinión que pudiese haber de dicha persona. Es necesario, entonces, hacerse dos preguntas. Primero, ¿tuvo el señor Jarpa alguna responsabilidad política o eventualmente penal, mientras fue ministro de Pinochet, o sea, algo que pudiera desacreditarlo? Y segundo, ¿aquello que pudiere afectar su honra, es verdadero o no? Estas preguntas definen el fondo de la discusión y son las que una figura como el senador Francisco Chahuán debiera responder antes de exigir disculpas. Si la respuesta a estas preguntas fuera negativa, es decir, que pudiéramos afirmar que Jarpa no tuvo ninguna responsabilidad política o penal en hechos que pudieran desacreditarlo en ese período y que, además, cualquier cosa que se diga es básicamente falsa, entonces el berrinche se justificaría.

Primero, ¿tuvo el señor Jarpa alguna responsabilidad política o eventualmente penal, mientras fue ministro de Pinochet, o sea, algo que pudiera desacreditarlo? Y segundo, ¿aquello que pudiere afectar su honra, es verdadero o no?

Pero como dice el gran Joan Manuel Serrat, “Uno siempre es lo que es/ Y anda siempre con lo puesto / Nunca es triste la verdad/ lo que no tiene es remedio. / Y no es prudente ir camuflado/ eternamente por ahí”. Es el caso de Sergio Onofre Jarpa. La verdad, esa que no tiene remedio, es que este político fue Ministro del Interior en plena dictadura, entre los años 83 y 85 (antes de eso, entiendo, era embajador del régimen en Argentina).

 

En esa misma época, se dio inicio en Chile a las protestas populares que fueron prohibidas y duramente reprimidas. Hubo muertos y muchos (se estima que fueron entre 100 y doscientos los asesinados por la represión en ese período). Y hubo estado de sitio, prohibición de medios de comunicación, censura a los diarios y, en general creciente represión a los opositores. Y si hacemos memoria, quienes encabezaban esas protestas estaban muy lejos de ser “terroristas” o “antidemocráticos”. Se trataba, ni más ni menos, de la Alianza Democrática, que reunía partidos de derecha, la Democracia Cristiana y el Socialismo renovado, presidida por el gran Gabriel Valdés, a partir de una protesta convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre, presidida por Rodolfo Seguel. Luego se sumaría el MDP (básicamente socialistas de Almeyda y comunistas).

Si pudiéramos hacer política ficción con efecto retroactivo, podríamos imaginar que un ministro democrático habría autorizado la realización de las manifestaciones, habría autorizado el funcionamiento legal de los partidos políticos, habría garantizado la existencia de una prensa libre. Habría sido lindo, pero no. No fue así.

Lo que ocurrió es que el ministro del Interior de la época que, lamentablemente para Chahuán se llamaba Sergio Onofre Jarpa, fue el responsable de la censura, de la prohibición de las manifestaciones, de la instalación del estado de sitio, de las redadas masivas cercando las poblaciones periféricas a Santiago. Y fue el responsable del centenar de muertos o más. Esa es la verdad, y no es triste. Como dice Serrat, lo que no tiene es remedio. Si afirmar que de esta actuación política salió impune (o sea, como dice la Academia, sin castigo) es denostarlo y, por lo tanto, difamarlo, el senador de marras estaría sosteniendo que esa actuación fue falsa y, por supuesto, debiera decirlo. Me gustaría ser periodista solo para preguntarle si él cree que Jarpa no tuvo ninguna responsabilidad en los hechos que he marcado. (¿Nadie se lo ha preguntado?). Sigo jugando a la ficción porque la verdad está ahí y comprobada. Y de esas responsabilidades ni siquiera ha habido un reconocimiento leve.

Tuvo el tiempo, el conocimiento, las oportunidades mediáticas, todo, para asumir su responsabilidad y aceptar la verdad. No lo hizo. Tampoco hizo público quién o quiénes tomaron la decisión de disparar a matar a pobladores. ¿No lo sabía? Es difícil creerlo.

También es verdad que Jarpa no es “solo” el ministro responsable político de estos crímenes. Fue otras cosas. Ya en los ochenta tenía una larga trayectoria política y, según dicen, fue un articulador importante para alcanzar un pacto democrático que impidiera la eternización de la dictadura. Y hay que reconocer que fue uno de los primeros líderes de la dictadura que reconoció el triunfo del No. Pero como dice el mismo Serrat, “Uno siempre es lo que es” y no puede camuflarse para siempre. Seguramente Jarpa jugó un rol en la forma y los tiempos en que cursó la transición política chilena. Pero fue un sostén permanente de la dictadura. Bástenos recordar que, en esos mismos años, siendo él ministro del Interior, fueron asesinados tres dirigentes comunistas; hubo enfrentamientos que no fueron tales; continuaron las desapariciones. Esa es la verdad que, por supuesto, en su momento no fueron establecidas por el gobierno ni los tribunales, sino que, al contrario, todos estos atropellos fueron negados. Y de todo esto debiera haberse hecho cargo Sergio Onofre Jarpa. Tuvo el tiempo, el conocimiento, las oportunidades mediáticas, todo, para asumir su responsabilidad y aceptar la verdad. No lo hizo. Tampoco hizo público quién o quiénes tomaron la decisión de disparar a matar a pobladores. ¿No lo sabía? Es difícil creerlo.

Mucho más productivo para Chile sería que hoy, personeros como Chahuán, en vez de andar pidiendo disculpas por aludir a la verdad, bajaran el tono y en la conmemoración de los 50 años del golpe aportaran a conocer más y más profundamente lo que vivimos hace cinco décadas. Todavía se quejan de que con liviandad se acusa a la derecha de negacionismo y sí, es verdad, creo que a veces se abusa con esa calificación. Pero cuando aparece un presidente, de uno de los principales partidos de ese sector político, ofendido porque se recuerda la actuación de uno de sus antiguos militantes, que fue parte de la dirigencia histórica de la dictadura y que, por la naturaleza de su cargo, tuvo acceso a información privilegiada acerca de crímenes de lesa humanidad que nunca denunció, no hay excusa. Siempre es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Y reconocerla me parece el único camino para restaurar heridas.

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2 comments

Soledad pino agosto 17, 2023 - 8:32 pm

Me encanta como escribes , no dejo de encontrarte toda la razón …siempre

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Pancho Zañartu noviembre 25, 2023 - 5:06 pm

Grande Toño.

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