Octubre, Octubre…

por Juan. G. Solís de Ovando

No sé si se trata de una obsesión psicótica, o una manía, pero lo cierto es que no puedo desprenderme de la práctica de recoger las palabras estigmatizadas por la derecha y resucitarlas. 

Me gusta hacerlo no solo por un afán meramente intelectual sino por el placer incomparable que me produce desnudar la hipocresía que revisten sus calificaciones a todo aquello que huela a izquierdismo. De paso, me divierto igualmente, sacando a la luz las mentiras, y falsedades que abrigan esas interpretaciones viciosas fanáticas y enajenadas hoy tan de moda, en formas lumpen como las de Milei y algo más comedidas como las de los abanderados ultras de Chile, o sea los KKs.

Lo anterior no convierte a los comunicadores chilensis de encargo en tontos. No lo son para nada. Pueden ser simples, básicos, en sus razonamientos, pero tontos no. De hecho, con un mínimo de conocimientos eidéticos, se comprenderá que la palabra octubrismo evoca y resuena a octubre, vocablo emblemático de la Revolución de Octubre la primera revolución proletaria del mundo. De su importancia histórica y política, que es más que asumida por la cultura universal no me voy a extender aquí. Pero es obvio, que con la izquierda en capa caída y permanentemente a la defensiva respecto de los enconados ataques ideológicos de la ultraderecha mundial, cualquiera evocación hacia esa experiencia histórica es suficiente para colocarse rápidamente a resguardo de los adoquines desprendidos del Muro de Berlín.

Pero todo ello no es más que un alcance de nombres: el octubrismo se refiere a los acontecimientos acaecidos en octubre del año 2019, y que los periodistas, sin mucha imaginación ni estudio, vinieron en denominarlo estallido social. Y así quedó. Un estallido. Es decir, un momento que según la definición del diccionario RAE como acción de estallar y a esta última como reventar de golpe, con chasquido o estruendo. Aunque sabemos que los procesos sociales no son así, aun acogiendo sin mayor examen la metáfora, hasta los procesos físicos, requieren una acumulación de energía para que se produzca una explosión, estallido.

Ahí, precisamente, se encuentra la esencia del estallido. Porque a mi juicio, nada es más cierto que es desde allí –desde la acumulación de descontento social- que se puede explicar el denominado estallido.

Esta elemental explicación no fue, es cierto, la primera idea que se hizo circular por parte del gobierno de la época, el de Sebastián Piñera

Como es de público conocimiento el desconcertado y, sobre todo, descolocado presidente declaró urbis et orbi, que los acontecimientos de octubre era un movimiento organizado, financiado y movilizado desde fuera de nuestras fronteras: Venezuela y Cuba. Además, los calificó de un enemigo que no se detiene ante nadie ni ante nada, por lo que Chile se encontraba en guerra contra ellos. Y para seguir con las sorpresas el general a cargo de dirigir la guerra declaró también públicamente que era muy feliz y que no se encontraba en guerra con nadie. ¡Plop! diría Condorito.

El octubrismo es chilenísimo. Tanto, que, para parte importante de la población, -al decir de los antropólogos patrios-, es una palabra bastarda. O, mejor dicho, se sabe de su madre porque lo parió y del padre poco o nada. Porque definitivamente, digan lo que digan los fachitos chilensis, el octubrismo no se sabe quién lo engendró: No fue el Partido Comunista que, como todos los partidos del sistema político, asistió sorprendido e intentó como surfista extraviado buscar su tabla para aprovechar las promisorias olas. Por eso, un desubicado alcalde de RecoletaDaniel Jadue, en la cresta de su popularidad se presentó para darse un baño de masas y salió corriendo cuando la gente se le vino encima. Así fueron las cosas. Hay registro. Como también hay registro de que un esmirriado grupito desfilaba por la calle Ahumada en dirección de la Alameda, dirigidos por Gabriel Boric y Beatriz Sánchez, coreando un tímido: “No más abusos”.

El resto de los políticos y partidos brillaron por su ausencia, aunque salieron algunos del denominado socialismo democrático, criticando, cómo no, los excesos de violencia. (se escuchaba como música de fondo un tema de Joaquín Sabina: ese tipo que va al club de golf/ si lo hubieras visto ayer/ dando gritos de Yanki go home/ coreando slogans de Fidel/ hoy tiene un adoquín en su despacho/ del muro de Berlín…).

Si. El octubrismo no tiene padre conocido, pero si tiene madre. Esa madre de las sopaipillas de la mañana, y que anima a sus hijos pobres como ella para que salgan adelante aun sabiendo que éstos tienen tan poco destino como ella.

El octubrismo tiene el sonido del coro de ángeles rebeldes, que se desparramaron desde los metros, saltaron los torniquetes, ocuparon las estaciones, las plazas, las calles, y ocuparon todos los espacios como si fueran propios. Como si parodiaran malamente al que dijo porque no tenemos nada…ahora lo queremos todo.

Y así fue como la madre sacó todo lo que tenía escondido: su cultura. Esa inagotable cultura popular que nos hizo ver que cuando se quiere, cuando nos juntamos, nos movilizamos, nos creemos como pueblo, siempre encontramos la tierra prometida donde mana leche y miel.

La cosecha fue buena. Y abundante: en una genial frase se resumió brillantemente lo que todos los intelectuales no fueron capaces de hacer: No son treinta pesos; son treinta años.

Y el pueblo habló y se expresó desde la calle que es donde normalmente está. Ese es su residencia habitual. Allí hace y se hace en la cotidianeidad de las bocinas, el aire contaminado, los espacios personales invadidos, el refugio de una plaza, las estaciones de metro vomitando transeúntes agotados, los estudiantes uniformados contagiando el aire con alegría y ganas de vivir. El resto fue poesía. Poesía pura y verdadera. Sin palabras rebuscadas ni recursos torcidos: La Plaza Baquedano bautizada por la gente como Plaza Dignidad buen nombre; todavía recordamos a Mon Laferte descubriéndose el pecho, apenas un mes después de los acontecimientos al recibir los Grammy Latino para que se leyera en su propia piel que en Chile torturan, violan y matan/y la canción perreo combativo en la versión de Daddy YankeeZion y Lennox se transformaba en un tema icónico de esos momentos/ Ana Tijoux decía en su Cacerolazo cosas como no son 30 pesos, son 30 años, y no estamos en guerra, y Paco Vampiro de Alex Anwandter en su estilo pop cantaba un país con olor a lacrimógena.

Como si se tratase de la necesidad de erigir un altar al rito, las plazas se convirtieron en el espacio donde las aras recibieron, otra vez, el juramento patrio. Allí los manifestantes llegaban masiva y espontáneamente. Allí se autocapacitaban para la autodefensa, autocuidado, y autosustentación y allí se expresaban en pinturas en las paredes aledañas los relatos que en modo de rayados, murales y grafitis testimoniaban la historia de los malestares largamente larvados que explicaban las causas y motivos de la protesta. Un descriptivo Chile despertó se leía en las paredes y pancartas de la plaza. Pero la protesta no solo se limitaba a la ocupación pública -como insistían los medios en mostrar- sino también a los banderazos, cacerolazos, cicletadas y toda clase de manifestaciones artísticas. Así nacieron el estúpido y sensual Spiderman la tía Pikachú, –una madre de todos los días- o la figura del negro matapacos el perro que acompañó las protestas estudiantiles del año 2011. Y así se sumaban grupos pertenecientes a las barras bravas del fútbol, junto a estudiantes que en sus interacciones realizaban cánticos, hacían música, bailaban y se reconocieron en una identidad colectiva. También se destacaba la presencia del Wenufoye, la bandera Mapuche.

En ese movimiento quedaban fuera las fuerzas políticas en general enfrentándose al gobierno que sacó a la calle a las fuerzas policiales y militares. Los segundos sin ningún entusiasmo y sin ganas de volver a cometer delitos contra el pueblo y las primeras sin preparación suficiente para reprimir sin hacerlo. Y lo hicieron. Carabineros se convirtieron en victimarios de un pueblo que luchaba sin armas, y cuya consecuencia fue la de dejar ciegos a una cantidad inverosímil de manifestantes, entre otras varias violaciones a los Derechos Humanos, como lo afirmó The Human Rights.

En esta película que jugaba con dos planos paralelos y parecen desconocerse absolutamente un confundido e irresoluto presidente no podía entender que el slogan de los estudiantes secundarios pudiese movilizar a todo un país: “evadir /no pagar, otra forma de luchar”, cuando ya el gerente del metro de triste recuerdo había sentenciado: “Cabros, esto no prendió”.

Porque como dice el relato: todo empezó como jugando: los estudiantes reprimidos por los guardias privados del metro primero y por carabineros seguidamente, fueron desencadenando continuos eventos de tensión en escala ascendente y del centro de Santiago, se pasa a la periferia. Pocos días después un día 18 de octubre se produce un levantamiento social sin precedentes en la historia más reciente de Chile.

El errático mandatario que había ninguneado el movimiento pasó a declarar Estado de Excepción Constitucional, primero en Santiago y luego en el resto del país. Más tarde desenfundó su famoso discurso belicista. Así Chile se enteró que estaba en guerra, y se enteró también que los soldados no lo estaban.

Intentó apagar el incendio con bencina que es lo que se hace siempre cuando se confunde la mayoría con minoría. Porque el pueblo lejos de atemorizarse se sumó al estallido: a solo una semana del estallido, el 25 de octubre, alrededor de 1,2 millones de personas se manifestaron en Santiago, entre la Plaza Italia y el Palacio de La Moneda, tras la consigna la marcha más grande de la historia de Chile. Como si se escuchara el Evangelio diciendo: esta profecía se cumple delante de vosotros, la manifestación superó todo lo imaginable. Pero además mostró su rostro lúdico, masivo, festivo y pacífico. Se replicó con semejante intensidad y estilo en el resto del país. El mensaje era evidente: no había guerra. Pero la gente estaba harta de mentiras, postergaciones y burlas. Y respondía al sistema con fiesta, carnaval y presencia. Presencia ciudadana que se resumía en esta frase traslúcida: nos costó tanto encontrarnos, no nos soltemos. Como suele ocurrir en esta clase de contextos históricos que se distinguen por la ineditud de su impronta, los lúcidos parecen locos y los enajenados despiertan: el presidente en medio del conflicto, según cuentan buenas investigaciones periodísticas colapsó psicológicamente y cayó en un peligroso síndrome de encierro obsesivo que lo hizo caminar en círculos y hablando solo. La situación revistió tal gravedad que el equipo más cercano al mandatario llamó al exministro de salud que concurrió inmediatamente al Palacio de Gobierno acompañado de un psiquiatra. Cierto o no, el hecho revela la incapacidad del presidente de comprender y absorber hechos que escapaban a sus estrechos esquemas mentales. 

Su esposa, Cecilia Morel, en cambio, dijo en una conversación con una amiga, una frase, que, a mi modo de ver, es una expresión clarísima de lo que es un quiebre cognitivo: Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera alienígena, no sé cómo se dice. Y agrega: Por favor mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racionar las comidas y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás. Se dijo que esas palabras reflejaban falta de sensibilidad frente a los acontecimientos, pero yo pienso todo lo contrario y creo, que, si Maria Antonieta hubiese hablado de ese modo, en vez de decir si el pueblo no tiene pan que coman torta quizás, su cabeza, no habría rodado bajo una guillotina en los convulsos días de la Revolución Francesa (a la que le debemos tanto a pesar de su violencia).

Como todos los momentos de gloria para los pueblos el estadillo tuvo su fin. Después de largos cuatro meses de enfrentamientos, que, en algunos casos, se tradujeron en saqueos, abusos, incendios y destrucción de propiedades públicas y privadas, el gobierno cambió su gabinete, anunciando una Nueva Agenda Social. El presidente Piñera pidió disculpas por la falta de visión del gobierno. 

Entonces fue como la clase política chilena, ausente de todo protagonismo durante los acontecimientos, posteriormente, el 15 de noviembre, posibilitó un acuerdo transversal entre el gobierno y el congreso, firmado por la mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria; acuerdo que convocó a la celebración de un plebiscito nacional en abril del 2020, posteriormente reprogramado para octubre, quien definiría si se debería redactar una nueva constitución política y que mecanismo se utilizaría.

Parecía que el estallido moría tras el acuerdo, pero en realidad había terminado antes: la pandemia del COVID hacía su aparición, imposibilitando el agrupamiento de las personas con su reguero de muertes y descalabros. El estallido fue, probablemente, su primera víctima.

El pueblo inmovilizado, asustado e inerme fue confinado en sus casas, pero el estallido siguió dando frutos: mucho de los avances sociales posteriores, se consiguieron gracias a ese momento sublime. 

Ha pasado algo de tiempo. Poco para tener perspectiva histórica y mucho para intentar rescatar sus despojos. Pero lo seguimos recordando como un gran momento de esperanza y cobijo de los anhelos del pueblo en todas sus partes, especialmente de los más olvidados del sistema. Y nos identificamos con éste.

Y por eso digo: Si; Soy un octubrista convicto y confeso. No estuve allí, pero me siento parte de ese movimiento. De sus colores, aromas y paisajes humanos. Y creo que, en el sustrato más profundo, el espíritu octubrista seguirá latente como la simiente de la rebeldía de los desposeídos, lista para germinar, como en el desierto, cuando se llena de flores cada vez que cae un poco de lluvia.

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1 comment

Victoria octubre 12, 2025 - 1:51 am

Muy buena informacion

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