Philippe Claudel, entre los escritores franceses contemporáneos que he tenido la oportunidad de leer, es uno de los que más me atraen. Hace un tiempo, en estas mismas páginas, creo haber comentado dos de sus novelas que me conmovieron: Almas grises y El informe Brodeck. Un poco antes, había leído La nieta del señor Linh (todas publicadas en Salamandra), la historia de un encuentro humano en medio de un despiadado destierro: el de una familia china que debe abandonar su país para recalar en Francia y la de un anciano francés jubilado que la modernidad ha dejado al margen. Comparten un banco en la costanera y hablan sin tener un lenguaje formal entre ellos. Acabo de leer un nuevo libro suyo que no me atrevo a calificar, pero que contiene la mejor escritura de este escritor: esencialidad, economía de recursos, escenas imborrables y una visión despiadada de los grandes costos humanos de la guerra. Se trata de Fantasía alemana (Salamandra, 2023) y recomiendo su lectura con entusiasmo. Me arriesgo a la recomendación: independiente de un juicio final, a mí me cautivó y las historias siguieron creciendo en mi recuerdo durante varios días

¿Por qué este entusiasmo? Simple, porque piensa la guerra. Claudel sabe que esta existe y ha existido siempre, que no es fácil la vida en comunidad sin desencadenarla, que se rige por mecanismos que parecieran autónomos y fueran imposibles de contener. ¿Alguien tenía dudas, por ejemplo, que después de los 1.200 asesinados por Hamás en Israel no se desencadenaría una masacre contra los palestinos de Gaza, que ya lleva 45.000 asesinados (más de la mitad niños y mujeres) y que ha arrasado, como en los relatos bíblicos, con ciudades enteras dejándolas en ruinas? ¿Alguien dudaba respecto a lo que harían las milicias adscritas a Irán para apoyar a Gaza, y la respuesta brutal –entre otras razones, por la asimetría de fuerzas- de los propios israelíes en El Líbano? Todas estas acciones han sido pensadas, planificadas y ejecutadas por personas inteligentes, preparadas, conscientes de lo que hacían. En alguna oportunidad, quizás mucho antes del ataque, el liderazgo de Hamás se reunió y discutió cómo producirle daño a Israel. Probablemente supo del festival que se realizaría y la cantidad de jóvenes que estarían allí, así como deben haberse informado que la guardia israelita estaba baja y podía producir un golpe muy duro. No fue un acto alocado, pasional, irreflexivo. Incluso es posible imaginar que algún dirigente más timorato sugirió que, posiblemente, esta acción desencadenaría una violenta reacción de sus “enemigos” por la cual los gazatíes pagarían un alto costo. Pero seguro que hubo varios que argumentaron que eso fortalecería la fe del pueblo y su entrega a dios, o algo por el estilo.
La respuesta de Israel no fue tampoco impulsiva, no fue un arranque de sobrevivencia existencial, como se ha enunciado tantas veces en los noticieros. En esas transmisiones vimos el gabinete de guerra. Todas personas respetables, educadas, algunos de profundos sentimientos religiosos. Encerrados en su bunker, deben haber deliberado. Hicieron las consultas a Washington y recibieron el beneplácito de la tecnocracia gubernamental norteamericana. Hablaron de cuánto armamento se requería, cómo debía utilizarse, si tendrían que hacerse cargo de las crisis humanitarias o no, si había que cortar el agua y la luz, y el flujo de alimentos y medicamentos. Incluso en algún momento de la discusión, alguien habrá sugerido que sería bueno calcular cuál sería la relación de muertos entre los israelitas y los gazatíes asesinados. Hoy es de aproximadamente 38 gazatíes por israelita muerto, ¿alguien habrá pensado que mejor habría sido de solo 20, o estimaría que la cifra real era la correcta? Cálculos similares deben haber tenido sobre la mesa los estrategas norteamericanos.

Uno podría imaginar esas conversaciones de los estados mayores pero me queda la sensación de que la política mundial, en la práctica, pone otros factores sobre la mesa: correlación de fuerzas mundiales, escenarios geopolíticos futuros, intereses económicos, sistemas sociales diferentes, etc. Incluso es posible que los temas en discusión sean mucho más pedestres y más de algún líder decida desatar o escalar el conflicto dependiendo de cuánto la guerra afianza o fragiliza su posición interna. Si lo pensamos bien, los que las deciden no piensan en seres humanos concretos y singulares, sino que en abstracciones como dios, patria, ideología, etc. Seguramente, no ponen sobre la mesa de sus reuniones estratégicas, las fotos de los muertos, mutilados, huérfanos, etc. A lo más, los contarán.
Esto lo pienso acerca de cualquier guerra. Hablo de la guerra en Gaza porque es reciente, las diferencias de los bandos en conflicto son feroces y los registros de su devastación impactan. Pero podríamos estar hablando de cualquier territorio: Rusia, Ucrania, Siria y sus múltiples facciones, ya no recuerdo qué guerras se están librando hoy en África. Y si ampliamos el registro podríamos hablar de la historia de las revoluciones y contrarrevoluciones a lo largo de la historia. En todas ellas, los muertos se vuelven cifra y se deshumanizan. Philippe Claudel se salta este proceso y lleva a sus lectores a escenarios de guerra donde es imposible dejar de ver a las personas, seres humanos únicos que fueron atrapados, por decisión propia o ambiental, en la maquinaria de guerra. Al leer sus novelas, uno queda imposibilitado de ir a los argumentos racionales para entender el salvajismo y la barbarie de los enfrentamientos bélicos. Claudel construye sus novelas en un espacio fronterizo, donde la guerra misma o su recuerdo o sus secuelas subyacen al relato. Sus historias rescatan a los sobrevivientes de estos conflictos o sus agonistas. Es lo que se observa con nitidez en novelas como Almas grises o El informe Brodeck. En Fantasía alemana, la guerra ocupa un lugar de privilegio en los relatos. Es un texto de ficción, con trazas de realidad. Diversas voces y modos de contar. Todos con precisión, sin desbordes, sin adjetivar de más, siendo siempre sustantivo. Me gustan estos relatos. ¿Son cuentos? En cierto sentido, sí. Cada uno amarra una historia válida en sí misma. Pero, ¿será una novela? Podría, si uno descubre el sutil hilo conductor que las vincula. Hay un nombre, Víktor, que cruza una serie de narraciones a través de las cuales recorremos desde la primera guerra mundial hasta nuestros días. Dice el autor en una advertencia final: “Todos relatan fragmentos de vidas en un mismo siglo y una misma geografía, y en cada uno de ellos descubrimos poco a poco resonancias que, en virtud del azar o las coincidencias, lo relacionan con los demás somera o profundamente”. En realidad, ese hilo conductor, en mi lectura, es la guerra vista desde el plano de la tragedia humana y personal de quienes la sufren. Soldados perdidos, huérfanos sin memoria ni historia, aniquilamiento de viejos que en la guerra no pueden cuidarse, etc. Y en esa trama, silenciosa e inequívocamente, irrumpen los gestos de humanidad, esa gratuita, que no persigue intereses mezquinos, que se expresa por puro amor. Leer este libro es estar instalado en medio de la condición humana.
Libros como este debieran leerlos los entusiastas de las guerras, los que la proclaman y las enaltecen, los que las planean y las ejecutan. Quizás deberían leerlos los liderazgos de Hamás e Israel, y los de tanto otros países y movimientos que endiosan la guerra como opción política o geopolítica. Y debiéramos leerlos los ciudadanos comunes y corrientes, a los que nunca nos preguntarán si debemos o no ir a una guerra, para que el día que eso ocurra tengamos al menos el impulso a decir que no.
3 comments
Interesante, Antonio. No he leído ese libro de Claudel. Iré por él.
Muy necesaria reflexión en tiempos en que se pierden los puntos de referencia respecto del sentido…
Buscaré el libro a partir de lo k dices Toño, ya que es precisamente mas allá del asunto político ( central), que mueve el genocidio en Gaza, lo que hoy mueve todas mis celulas.. Aún no logro instalarlo en algún lugar de mi comprensión. Se que no dejara de doler, de mover mi impotencia.. pero necesito comprender…