La canción “Comfortably numb”, del grupo inglés de rock progresivo, puede marcar un antes y un después en la vida de cualquier persona, esbozando momentos que estimulan y también adormecen.
En la gira “In the flesh”, en 1977, Roger Waters, líder de Pink Floyd, se sentía muy enfermo. No estaba en condiciones de presentarse en un show de Filadelfia por fuertes dolores abdominales. Para calmar la aflicción, el médico del grupo le inyectó un fuerte relajante muscular que le permitió al músico tocar ese día completamente adormecido y con sus manos que se sentían “como dos globos”. Más tarde, Waters sería diagnosticado con hepatitis.
De esta forma nació la canción “Comfortably numb”, uno de los clásicos del álbum “The Wall” (1979) y uno de los temas musicales con los que he ido creciendo a lo largo de mi vida. Sin ir más lejos y pensando hacia atrás, cuando estuve hospitalizado por Covid, en junio de 2020, tuve un fuerte dolor de cabeza que solo pude dominar con calmantes después de varios días de hospitalización. Cuando llegué a la clínica, a urgencia, fui atendido por una doctora rusa a la que solo se le veían los ojos claros y se le escuchaba su voz terrorífica que me decía casi al oído “Usted está grave, muy grave”, con un acento nórdico que acentuaba fuertemente la R.
Después de ese episodio, con la moral totalmente en el suelo, caí en una habitación con las ventanas clausuradas, donde era imposible saber si era de día o de noche y constantemente era visitado por técnicos, auxiliares y doctores con trajes que parecían salidos de la NASA. Por el dolor de cabeza y los medicamentos alucinaba constantemente y no podía cerrar los ojos sin dejar de ver imágenes horrorosas y distorsionadas. Cada vez que trataba de pensar en algo agradable como mi familia o un paisaje al aire libre, los colores y las personas queridas se convertían en desbocados monstruos demenciales que avanzaban de manera constante por mi cuerpo. Me sentí casi dentro de “The Wall”, la película. Pensándolo bien, el Covid había construido sobre mí un muro del que no fue fácil escapar. Afortunadamente, después de cierto tiempo, pude derribarlo sin consecuencias fatales.
A mediados de los 80, vi varias veces la película “The Wall”, el musical de Alan Parker, inspirado en el disco del mismo nombre de Pink Floyd. Con unos compañeros del colegio nos conseguíamos el VHS y seguíamos una a una las canciones y los estados depresivos del protagonista en su etapa de rockstar. Desde ese entonces me quedaron dando vueltas un par palabras de la canción “Comfortably numb”. La letra era cantada por David Gilmour y las claves estaban en: “Fleeting glimpse” (Visión fugaz). En dicha estrofa, la canción dice:
“Cuando era un niño, pude captar una visión fugaz por el rabillo del ojo.
Giré para mirarla, pero se había ido.
No puedo tomarla ahora.
El niño ha crecido, el sueño se ha ido.
Y yo me he quedado cómodamente adormecido”
Recién ahora, después de muchos años de cavilaciones sobre el mismo tema, me siento capaz de sentarme a analizar y escribir sobre esta inquietud que marca un todo. Finalmente estamos hechos de visiones fugaces que nos estimulan y a la vez nos adormecen. Los instantes aparecen y también se van. Por eso hay que aprovecharlos todos, vivirlos intensamente. Las sensaciones placenteras y de felicidad se viven en un abrir y cerrar de ojos. En la película “The Wall”, un joven Pinky adopta una rata con mucho entusiasmo como mascota. La deja en un lugar escondido. La vuelve a ver y está muerta. A veces miramos hacia el lado y el momento que estábamos disfrutando con tantas ansias, se va, ya no existe. “El niño ha crecido, el sueño se ha ido”, canta Pink Floyd, pero es la visión fugaz la que sigue permaneciendo en la cabeza del que la tuvo como algo que se percibe de manera poderosa y sublime.
No soy especialista en Pink Floyd y debo reconocer que el único disco que he escuchado completo varias veces es “The Wall”. “Comfortably numb” es considerada por los expertos como una de las mejores canciones de la banda inglesa, ya que frecuentemente se incluye en las actuaciones en vivo tanto de Pink Floyd como de David Gilmour y Roger Waters en solitario. El solo de guitarra de Gilmour en esta canción está en el ranking de los mejores de todos los tiempos. Este fue el último tema que la banda tocó con su formación clásica (Waters – Gilmour – Wright – Mason) y que cerró la presentación que hizo el grupo en un concierto que se realizó dentro de un evento mundial para recaudar ayuda humanitaria, organizado por Bob Geldof, Pinky en su etapa adulta, el protagonista de “The Wall”.