Por qué nos cuesta tanto leer poesía

por Dante Cajales Meneses

Y mi padre me hablaba

señalándome el cielo

«Hazle, antes de tus sueños

un beso a tu estrella

un beso en tu estrella»

Plaza Rovira

vieja Plaza Rovira

de mi barrio de Gracia

y mi corazón dormido.

                                                              Luis Eduardo Aute  

Tiempo que creemos, ya no tener

Huir de una ciudad en temporada alta como Barcelona es cuestión de sobrevivencia. Encontrar un lugar amable, a escala humana, con personas dispuestas a conversar aun sin conocerse, ¡es poesía! Buscando ese lugar benévolo que una vez oí en una canción de Luis Eduardo Aute, “Somnis de La Plaça Rovira”, sin datos en el teléfono, con mapa de papel en mano (a la antigua), preguntando en una que otra esquina por el Barrio de Grácia, me topé con una peculiar librería: “Slide & Swing. Más sorprendente fueron las palabras de un hombre que fumaba en la puerta, sugiriéndome comunicarme por escrito con el dueño, un señor de 92 años. No lo escuchará, – me dijo- está sordo; escríbale en un papel lo que necesita. Saqué una hoja del cuaderno donde tomo notas y escribí: Buenas tarde, ¿cómo está? ¿Tiene poesía? Así comenzó una conversación que mantuvimos durante casi 45 minutos. ¡Eso es poesía! detener, y detenerse en el tiempo, buscar palabras que construyan puentes entre generaciones y culturas tan diferentes como la catalana y la latinoamericana. Aun con la globalidad de por medio, los contrastes se notan. Conversar con don Luis fue una experiencia que nos permitió abandonar y despojarnos por cuarenta y cinco minutos del lenguaje pragmático para dar paso a uno más lúdico. 

Demasiada prisa

Al enfrentarnos con la lectura de poesía, tenemos el gran inconveniente de que está escrita con una sintaxis indirecta, por lo tanto, nos parece “oscura” o “poco clara”, que no estamos dispuestos a descifrar el misterio que oculta. También hay una poesía en verso libre, que renuncia a las metáforas, aliteraciones, sinécdoque, etc. aun así, no la leemos. Desde niño hemos sido adiestrados para leer de un modo y no de otro; sea narrativa, ensayo, divulgación científica. Fuimos preparados para comprender -ni, aun así- un texto escrito o verbal de forma mecánicamente inmediata. Puedo, asimismo, considerar como dice un querido amigo: la poesía “no es lo mío”.

Existe demasiada prisa en nuestras vidas por llegar al contenido y atrapar la idea, que detenernos a descifrar los mensajes de un texto poético, porque es, en el contexto actual, una pérdida de tiempo. Estamos obsesionados por llegar al meollo de la cuestión. Y eso, nos lleva a dejar de lado el aspecto lúdico en el que descansan las formas y la expresión poética. Razones de sobra, porque la poesía tiene cada vez menos cabida en nuestra sociedad. Y se ubica en lugares inaccesibles de una librería, ni pensar en una vitrina.

Los poemas exploran con lo no expresado. Quedan abiertos a interpretaciones. Ingresan en el terreno de lo incierto. Y eso nos genera cada vez más antipatía y aversión. Nos hace sentir incómodos, como si camináramos sobre terreno minado. En esa idea, los poemas simbolizan en sí mismos un acto de rebelión contra un sistema esencialmente productivo y exitista.

Estamos desplegando como sociedad cierta fobia a la poesía porque ya no somos receptivos a ese asombroso caos literario con el que necesitamos conectar a un nivel emocional y estético. En el último tiempo hemos empobrecido el lenguaje, relegándolo a un simple transmisor de información. Con la prisa cotidiana, el lenguaje se ha convertido en un utensilio preferentemente práctico, quitándole sus significados. Claramente, “el lenguaje como medio de interpretación y análisis suele carecer de luminosidad y pirotecnia, no seduce”.

Esa invalidez para jugar con los significados

No tengo duda, solo certeza, que, en estos tiempos de ligerezas, la poesía genera sinestesia y placer estético, nos salva, nos reorienta, nos acoge, y nos da la oportunidad de libertad infinita, porque en la poesía, la palabra es autónoma en su esencia. Cada poema es único y cada lector también lo es. El lector de poesía debe buscar algo en ese poema y encontrarse con su propia cadencia e interpretación.  Lo que el poema le revela menudo, es lo que lleva dentro, su propia historia. Si estamos demasiado ocupados observando fuera de nosotros, obsesionados y encandilados con la cultura de la productividad y acostumbramos a utilizar un lenguaje preferentemente pragmático, leer poesía nos resultará una práctica demasiado agotadora y compleja, y nos damos por vencidos. No nos damos cuenta de que esa invalidez para jugar con los significados de cada palabra y versos en su unidad es la expresión de una incapacidad lúdica para disfrutar más allá de lo dado y esperado en la vida, como ese encuentro fortuito con don Luis, su librería “Slide & Swing” y los sueños de la “Plaça Rovira” en el Barrio de Grácia, de Barcelona.

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