Los resultados de la PAES (solamente 3 colegios municipales entre los 200 con mayor puntaje promedio), los liceos emblemáticos destruidos, las colas de días y noches de progenitores “vulnerables” para conseguir un cupo en un colegio que salve (hablando de dignidad). La educación pública derrumbada. Aunque no eduque y solo entregue credenciales, es un KO a la “justicia social” y a los propósitos de eliminar la discriminación. Ambos, inequidad y trato segregador, operan viento en popa en (desde) la educación escolar.
Pocos campos del conocimiento social, como la educación, cuenta con tantos expertos en Chile. Hacen nata los PHD, magíster, titulados, diplomados y expertos graduados en las mejores universidades de todos los sabores y colores; incluso hay coaches certificados. Y así estamos. Supongo que es claro que la mano derecha no puede culpar a la izquierda, ni ésta a aquella. El anti – poeta era irónico, pero no liviano; más vale tomarnos en serio nuestra invencibilidad colectiva.
Encarnados en el espíritu de derecha, debemos hacernos responsables por la municipalización de los colegios. La obsesión por achicar el Estado y no discriminar entre los individuos, de hecho, diferencia entre los niños según su municipio. Y hay que tomar responsabilidad de que, poseídos por el izquierdismo igualitarista de moda, no discriminamos entre jóvenes comprometidos con estudiar, y otros marcados por el nihilismo y la anomia del descuido familiar. De hecho, discriminamos en contra de los niños formados por sus padres y madres en el esfuerzo y el empeño por educarse, cargando a los colegios con una tarea de “reparación” formativa de los demás para la que no están equipados. Mientras los colegios privados evalúan a quienes admitir, los municipales los reciben en forma obligada, por selección aleatoria.
La indignidad de las colas de admisión testimonia hasta dónde están dispuestos a llegar padres y madres que se toman a pecho la educación de sus vástagos. Y el clima violento de muchos colegios municipales, inmanejable para los profesores, una consecuencia de la selección ciega es precisamente de lo que ellos y ellas huyen, produciendo, en su desesperación, los medios para hacerlo ex nihilo.
¿Hay algo en común que hace posible nuestra invencibilidad colectiva? Creo que sí: una ciencia social de corte racionalista. En un caso, supone que los actores sociales son los individuos, que deben decidir libremente lo que prefieren, porque, como es racionalmente evidente, son los mejores jueces de su situación y sus conveniencias. En el otro caso, cree que los actores sociales son clases (proletarios y burgueses…), segmentos (quintiles socioeconómicos, pobres y ricos…), e identidades grupales (étnicas, sexuales…), cuya conducta obedece a razones colectivas tan claras como las individuales. No discriminar consiste en tratar igualitariamente a los individuos para que actúen libremente conforme a sus razones, en un caso; en el otro, en tratar igualitariamente a los diversos colectivos.
Distinto es considerar que los agentes sociales son individuos, pero no actores libres que cuidan intereses en forma singular, u original, sino conducidos por hábito y narrativas heredados socialmente. Y tratar a éstos no como categorías fijas objetivas, sino como maneras de ser adquiridas en forma contingente. Cómo nos limitan diferenciadamente esos moldeos, en qué sentido y cuánto nos discriminan de mala manera, es una cuestión para investigar y explorar activamente caso a caso. Una tarea para la política, más que para la razón experta y la ideológica.
Sugerida también por el anti -poeta, es la tranquilizada desidia que invade a diestra y siniestra con las cagadas que se mandan. Pasa con el racionalismo: lo que nuestras razones no pueden, es imposible. Cada uno sabe racionalmente cuál es la exacta medida de lo posible. ¡Joder!