El veterano Henry Kissinger, en reciente entrevista, cuestiona que el gobierno de Biden se empeñe en hacerse de dos enemigos simultáneamente: China y Rusia. Más aún, considerando que Putin no pretende invadir Europa. Todo le parece menos comprensible asumiendo sus débiles relaciones con América Latina y el Este asiático.
El maldito Kissinger, que se continúa vendiendo como maestro de la real politik, no olvida que, en su momento, supo abuenarse con la China de Mao.
Macron, empoderado y attenti al lupo, propone configurar una nueva Europa -no sujeta a la lógica OTAN – considerando el retorno de Inglaterra y la incorporación de una Ukrania más pequeñita, luego de la inevitable derrota de Boludomir Zelensky en la guerra, donde Biden continúa invirtiendo.
El gringo apuesta a que la demanda por gas y petróleo disminuirá en el verano europeo y los rusos verán así limitado el negocio por ese aprovisionamiento. Una soberana imbecilidad de Biden, pues la industria europea depende en un 65% de ese abastecimiento. ¿Entendiste? El asunto no tiene que ver con la calefacción.
Así las cosas, el único con la cabeza caliente parece ser el presidente estadounidense. Quizá incide el desastre en seguridad interna que vive el gigante del Norte. En lo que va de 2022 se suman 213 tiroteos en su territorio. Algo que nuestra tuerta televisión y distinguidos medios de prensa parecen no percibir. Este pequeño gran detalle me lo destaca un amigo sociólogo, residente en New York y de visita en Chile. Allá la población de clase media, blanca y afroamericana, más aún los empobrecidos de siempre, juntan rabia y frustraciones largamente acumuladas. Esas que pueden explotar, como ocurrió en octubre de 2019, aquí al final del planeta.
Volviendo a las Europas, el encuentro de Macron y el canciller alemán con Putin, alertó a Boludomir. Entonces el bravo ucraniano se vio obligado a señalar intenciones para conversar sobre el fin de la guerra por la vía política y diplomática.
Acto seguido lo condicionó a que los rusos liberaran a sus mercenarios capturados en Azov y a soldados ucranianos. Vuelta y vuelta, continuó el cantinfleo asegurando que seguirá empeñado en ganar la guerra.
Sobre las consecuencias de la guerra en Chile suceden dos cosas bien curiosas. Los empresarios de la harina explican que el kilo de la marraqueta vale el doble porque Ukrania no manda trigo a Europa y los empresarios del papel confort aducen el alza a que Rusia -concentrada en la guerra- ha dejado de producir celulosa, la materia prima del imprescindible producto.
Pillines al por mayor. ¿Cuándo termine la guerra estos productos bajarán de precio en esta franja de tierra?
Pero hay otros negocios que también avanzan. Varios países europeos se están deshaciendo de armamentos viejos para enviarlos a Ukrania. Habrá que reemplazarlos: la gloria para Alemania y los checos famosos productores de tales elementos.
Hay otra consecuencia mayor de la que ya se habla en Europa. De acuerdo a ciertas normas de la Unión Europea, los grandes recursos enviados a Ukrania deberían ser solventados por todos sus integrantes y ya existen varios inquietos que arrugan la nariz.
Vuelvo al título. ¿Qué gana Europa?
Nada. Puro desmembramiento. Desencuentros. Discordias. Y todo disfrazado de unión.
¿Cuándo caerán las máscaras?