Aun en sus últimos años, su voz mantuvo el timbre cristalino y puro que llevó a Marcel Proust, después de verla representar Phèdre, a inmortalizarla como la gran actriz trágica La Berma en la novela A la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido).
Sarah Bernhardt (Henriette Rosine Bernard) hija de padre desconocido y de una cortesana holandesa, fue una actriz extraordinaria y según muchos, la mejor de todos los tiempos. Fue apodada “reina de la postura y princesa del ademán”, además de la voz de oro “la voix d’or” del escenario. Su intuición para captar la psicología de los personajes se complementaba con el talento que mostraba en sus arranques de pasión y en sus exhibiciones de sentimiento y de patetismo. El público llenaba los teatros y la idolatraba.
Sus inquietudes artísticas la hicieron incursionar en diversas disciplinas como las artes plásticas y la literatura, campo en el que escribió obras de teatro, relatos y otros. Una mujer naturalmente excéntrica que no se conformó con una vida excepcional, sino que aspiró a vivirlo todo viajando en globo, representando pantomimas y, quizás una de sus mayores rarezas, haciendo construir un lujoso ataúd forrado de terciopelo violeta que siempre viajaba con ella y donde dormía con frecuencia.
Alta y delgada, con ojos oscuros y una inmensa presencia escénica, un carácter explosivo y una boca incapaz de callarse opinión alguna, independiente y culta, dominó la escena francesa durante cincuenta años. Pero no todo fue laureles y glamour. También fue una mujer solidaria que durante la Primera Guerra Mundial organizó un hospital para los soldados heridos y reunió fondos para su recuperación. A consecuencias de una antigua lesión que no cuidó como debía por estar dedicada a su labor de enfermera, hubo que amputarle la pierna derecha. Por ello recibió la Légion d’Honneur en 1913. Trabajó sin tregua hasta su muerte que la sorprendió en su habitación -lugar que ella había convertido en estudio, para no tener que trasladarse afectada por sus malestares físicos- durante el rodaje de la película La voyante en 1923.
«¡Soy la mujer de quien más mentiras se han dicho en el mundo!» Sarah Bernhardt
Es casi imposible establecer el número exacto de amores que esta extraordinaria mujer tuvo a lo largo de su vida, aunque se le conoce un matrimonio de corta data, y una colección de amantes extraordinarios como como Lucien Gultry, Gustave Dore, y políticos como Gambetta y al Dr. Pozzi, a quien llama “Doctor Dios” y que una vez terminada su relación amorosa siguió siendo uno de sus mejores amigos por el resto de su vida. Más difícil aún es determinar la cantidad de actuaciones o personajes que interpretó a lo largo de su carrera. No menos complejo es dibujar un mapa de sus innumerables viajes en mula, barcos, carretas y otros, que incluso la trajeron a Chile. Ella trabajó en una época en que la tradición teatral mandaba que el público fuera a contemplar a la actriz más que a la obra y cultivó la fama de “monstre sacré” de la actuación y eso le permitió interpretar a una gran cantidad de autores, entre ellos al temible Racine, con enorme éxito y en diversas ciudades Uno de sus mayores triunfos lo obtuvo al interpretar el papel de Adrienne Lecouvreur (actriz francesa del siglo XVIII) que al morir rechazó ser enterrada en suelo sagrado, hecho que fue remarcado por Sarah en su apasionada versión. Víctor Hugo, Rostand, Oscar Wilde, entre otros, escriben obras para destacar su capacidad histriónica.
Para escribir de Sarah habría que aprontarse a páginas y páginas de anécdotas y escándalos por lo que para ilustrar su vida basta mencionar algunas anécdotas como la ocasión cuando al protagonizar la muerte de la desgraciada cortesana de La Dama de las Camelias en Viena, varias señoras del público se desmayaron y en París, donde solía terminarse la obra cantando La Marsellesa, Sarah la dirigió con el público deshecho en lágrimas. Para una muestra más de su histrionismo, cuando representó el suicidio de Cleopatra lo hizo con dos serpientes vivas… Toda una performance. Para ella no hubo límites ni de edad ni de sexo en sus representaciones y una de sus creaciones notables fue en L’Aiglon, de Rostand, sobre el único hijo de Napoleón, muerto a los veintiún años, que ella representó cuando tenía cincuenta y seis.
Escribir su vida en una breve crónica no es posible y, así, luego de dar una pincelada sobre su personalidad que la llevó a viajar por casi todo el planeta, nos centraremos en su publicitada y escandalosa visita a Chile que provocó más de un resquemor.
«Pasamos por el Estrecho de Magallanes y fuimos a Chile, pero allí son unos brutos, tan fríos, tan faltos de inteligencia, ¡tan antipáticos! Son atroces. Sarah Bernhardt al The Tribune de Nueva York.
Varios hechos conspiraron para que esta esperada visita fuera un fracaso y dejara en la actriz una horrorosa impresión del país. Ella quiso cruzar la Cordillera en mula desde el otro lado de Los Andes, pero su representante consideró mejor que el viaje fuera hecho por mar. Y así Sarah embarcó en Montevideo en el vapor Cotopaxi que estuvo a punto de naufragar en el Estrecho de Magallanes que era y es una vía difícil, siendo generosa, para cruzar hacia el Pacífico (no existía aún el Canal de Panamá). Tan difícil era la travesía que inspiró la canción “Nous Irons a Valparaíso” que cantaban los marineros para darse ánimo en el cruce del Cabo de Hornos…
Una vez alejado de las turbulencias, el barco emprendió rumbo al norte, atracando primero en Lota, donde la actriz fue recibida con los acordes de «La Marsellesa». «Tras ser hospedada en una de las casas del mismísimo parque de Lota (una de las siete maravillas del mundo, dicen los penquistas), siguió a Talcahuano, y de allí a Valparaíso» (Sara Vial, «La Segunda», 15 de febrero de 1996).
En octubre de 1886 llegó por fin y, por supuesto ocupó el titular principal del diario El Mercurio de Valparaíso que no escatimaba halagos para la famosa artista diciendo que: «A las diez de la mañana ha entrado el Cotopaxi trayendo en el palo mayor una bandera con el nombre de Sarah Bernhardt. Afuera en la bahía lo esperaban varios botes a vapor; entre ellos, el que llevaba a la comisión del Círculo Francés. En cuanto se acercó la nave y se arrió una escala, atracaron los botes e inmediatamente se presentó la artista, saludando con tanta sencillez como jovialidad a los visitantes que le eran presentados…”
Sarah era la visita del año y la prensa cubrió cada detalle de los movimientos y actividades de «La princesa de los gestos», como la llamaban…desde su alojamiento en el Hotel Colón que pertenecía a sus parientes franceses hasta advertencias como:
«Por nuestra parte le damos la bienvenida, aunque sólo de paso, mientras nos llega el momento de admirarla en la escena, que es donde esta singular mujer se atrae todas las simpatías, por más reservas y prevenciones que pueda haber en su contra».
Tres días después de su arribo, Sarah debutó en la capital en un papel que era considerado lo máximo que ella sabía hacer: Fedora, basado en la historia de la princesa Romazoff. Llegó por tren a la Estación Central, donde a poco andar le robaron un reloj pulsera a su sobrina Juanita, que la acompañaba. Su debut en Valparaíso fue recién diez días después, el 19 de octubre, en el Teatro Victoria.
Nada de lo vivido en Chile dejó un grato recuerdo en Sarah y su opinión sobre el país fue lapidaria. Al llegar a Washington hizo declaraciones sobre los países que había visitado en sudámerica y nos dejó muy mal parados; «Adoro Buenos Aires; adoro Río; detesto a Chile y adoro a México. Y aunque detesto a Chile, tengo allí a ocho primos, pero todos son franceses, no son chilenos».
«El Mercurio» de Valparaíso, apenas conteniendo la ira que habían desatado las declaraciones de la actriz le contestó a través de sus páginas
«Seremos muy brutos los chilenos, pero al menos sabemos tener alguna dignidad, y distinguimos también el mérito de la artista y el mérito de la mujer. No se trata lo mismo a una señora como la Ristori (la actriz Adelaida Ristori, favorita en el país en esos años) y a un costal de vicios y huesos como la Bernhardt».
Fue la única vez que estuvo en Chile, pero “el costal de vicios” tenía una extensa gira planeada y actuó en numerosos escenarios del país, especialmente en el norte salitrero. Su gira incluyó a Iquique del cual también quedó decepcionada al ver el viejo coliseo donde tenía que actuar y que obligó a los iquiqueños a levantar un teatro a su altura para no sufrir bochorno. Se dice que también estuvo en Chañaral, en la Sala Windsor y en el teatro de Pisagua, que ha sido usado más de una vez como cárcel natural (por ejemplo, durante la dictadura militar) pues tiene el desierto por un lado y por el otro el mar. La sala de teatro de Pisagua data de 1884 y está construida de pino oregón y su bóveda está cubierta con diseños de Sixto Rojas. Declarada Monumento Nacional, se encuentra tan cerca del mar que desde cualquier punto de la platea se escuchan las olas. Es fácil imaginar a Sarah actuando con ese murmullo natural de fondo.
Sarah era una mujer especial, tanto, que se desmayó la primera vez que escuchó su voz grabada en una actuación de Fedra de Racine; se desesperó cuando se vio en una pantalla de cine recitando La Dama de las Camelias y posó horas de horas en los estudios Nadar reproduciendo instantes clave de sus actuaciones. Sabía también lo que valía y lo hacía notar. La prensa, muchas veces, le respondió con la misma moneda, aunque ella se defendió diciendo: «¡Soy la mujer de quien más mentiras se han dicho en el mundo!».
Una mujer inolvidable, una imperdible de la historia que hoy reposa en el Cementerio Pére Lachaise en París y cuya tumba siempre está cubierta de flores de aquellos que aún la admiran y adoran.