¿Se puede evitar una guerra global por la nueva hegemonía?

por Patricio Escobar

Toda guerra es el final de un camino en que contradicciones y problemas no resueltos se superponen y agravan. Pero, ¿es algo inevitable ese resultado? A simple vista, lo que observamos es el estallido del conflicto en forma de una agresión que se produce entre dos fuerzas antagonistas. Lo que es menos frecuente es que podamos identificar sus antecedentes directos. Los escenarios de tensión son innumerables, como pocas veces. Sin embargo, a lo largo de la Historia, en la mayor parte de las ocasiones no llegan a desembocar en un conflicto armado. Determinar cuándo la guerra se hace inevitable es una reflexión indispensable.

El origen de un conflicto

Todo hecho social encadena múltiples condiciones del pasado que pueden ser sus antecedentes directos o elementos del presente que actúan como un contexto condicionante. Por esta razón, indagar acerca de los orígenes de un conflicto militar es un ejercicio que realiza con más propiedad la Historia, en tanto disciplina que está llamada a observar un mundo de hechos ya consumados y donde las variables en juego ya han desplegado por completo todos sus efectos posibles. Paradojalmente, a mayor cercanía de los hechos, la incertidumbre respecto a sus antecedentes es mayor. Por esta razón el análisis contingente es precario, tanto por la incertidumbre que rodea el comportamiento de las variables que se analizan, como por el compromiso ideológico del analista que observa el presente como parte de su propia vida.

La guerra como hecho social posee amplias vinculaciones con dimensiones y variables de la vida en sociedad y que actúan como determinantes en diferentes grados. Por el contrario, aquellas que no contribuyen a explicar el hecho, resultan neutras. Es decir, a pesar de su existencia, el conflicto mantiene un desarrollo independiente. Un ejemplo podría ser el cambio climático como variable en la guerra de Ucrania. Durante el mes de julio pasado, en las cercanías del frente de Jerson, en el sur del país, se llegaron a registrar 48º C,[1] lo que evidentemente afecta las operaciones de combate en tanto, ni personas ni equipamiento están preparados para actuar en esas condiciones. Sin embargo, ello no supone una restricción estructural que pudiera cambiar el curso o el sentido de la guerra. En el mismo contexto, no fue el invierno el que derrotó a Napoleón o a Hitler en las estepas rusas, sino que las deficiencias logísticas de sus campañas.

La perspectiva ideológica de los analistas es determinante en la definición de las variables que se pueden considerar antecedentes directos de un conflicto, ya que proveen legitimidad la acción de alguna de las partes. Para algunos, el genocidio que Israel lleva a cabo contra el pueblo palestino, tiene como antecedente directo la operación militar denominada “Inundación Al-Aqsa” llevada a cabo el 7 de octubre de 2023 por parte de Hamas en los territorios ocupados por Israel. Otros analistas consideran a la ocupación israelí con la creación de asentamientos de colonos en territorio palestino y el sistemático y cotidiano asesinato de civiles palestinos por parte de las fuerzas de ocupación y los propios colonos durante todos los años anteriores, está en relación directa con la acción de Hamas y la crisis actual.

Cisjordania, Palestina

De igual modo, en la guerra de Ucrania se puede tomar como hito el momento en que las tropas de la Federación de Rusia cruzaron la frontera el 22 de febrero de 2022 iniciando la invasión. Pero, alternativamente, el antecedente directo puede ser la rebelión de las provincias del Donbass (Donetsk y Luhansk), frente al golpe de Estado que depuso al presidente Víktor Yanukóvich en 2014 y que buscaba un mayor acercamiento a occidente. Dicho territorio contaba con una población mayoritariamente de origen ruso y que mantenía estrechos lazos con Rusia.

En cualquier caso, lo determinante es si es posible una comprensión cabal de un conflicto con las variables disponibles. En última instancia, la resolución 181 de la ONU de 1947 que divide el territorio palestino ocupado por Inglaterra para la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío, está en la base del conflicto en la región, pero ello no constituye un determinante directo de la actual fase del conflicto. La decisión de llevar a cabo una limpieza étnica en Gaza y Cisjordania no proviene directamente de ese hecho. De igual forma, la disolución de la URSS y la absorción por parte de occidente de sus antiguos satélites son consustanciales a la espiral de tensión acumulada, pero no se encadenan directamente a la fase actual. Durante largos años Ucrania tuvo gobiernos independientes de Rusia, pero que mantenían una relación acorde a dos países que comparten una historia común y vinculaciones socioculturales estrechas. Todo ello daba lugar a condiciones de convivencia normal entre ambas naciones, sin que ello dificultara una relación fluida de los sectores más prooccidentales de Ucrania con Europa.[2]

La construcción nacional de Rusia y Ucrania. Mykola Ivasyuk, Entrada de Bohdan Jmelnitski a Kiev.

Un escenario distinto

Existen dos procesos simultáneos en el ámbito geopolítico que dan lugar a una nueva configuración del poder global. El primero está ocurriendo en el este de Europa y cuyo resultado establecerá una nueva frontera entre Asia y el continente europeo. Puede tratarse de un punto de encuentro o una nueva cortina de hierro, según el tipo de resolución que tenga el conflicto. El segundo, de alcance más global, pasa por la consolidación de un nuevo centro de gravedad mundial radicado en China.

Ambos describen el escenario de la transformación geopolítica más importante de los últimos doscientos años. Tras el llamado “siglo de la humillación” en que el imperialismo británico le impuso a China un capitalismo mercantil sometiéndola a una condición colonial, vino el periodo de la reconstrucción y el resurgimiento. La resistencia frente a la invasión japonesa y la II Guerra Mundial dejaron un saldo de 34 millones de víctimas; fue un dramático primer paso, seguido posteriormente de la revolución que, luego del triunfo, debió dar cuenta de un país superpoblado, con necesidades ingentes y devastado por la invasión japonesa. El resurgimiento chino ocurre en un escenario cruento y pleno de avances y retrocesos en sus primeras etapas. La industrialización y la planificación económica cambiaron el rostro de un país con fuerte presencia de una agricultura de subsistencia, para convertirlo en una economía urbanoindustrial. Los intentos de aceleración de los procesos llevaron en las primeras décadas a ensayos de magros resultados sociales y económicos, como fue la política del “Gran Salto Adelante” a principios de los años 60, y la “Revolución Cultural” hacia finales de esa misma década. Con posterioridad, y durante el último medio siglo, se ha seguido una política que combina la planificación económica con el uso de herramientas de mercado, lo que Deng Xiaoping llamó “socialismo con peculiaridades chinas” en 1984, estrategia que ha consolidado su resurgimiento como potencia mundial.[3]

Al norte de China, y tras dos décadas de lenta reconstrucción posterior al colapso de la Unión Soviética, que supuso una etapa caótica en medio de los restos de una sociedad y una economía agotadas tras décadas de enfrentamiento con occidente en que se impuso un capitalismo salvaje, Rusia ha recompuesto un modelo de desarrollo con fuerte acento en la demanda interna.[4] Tras los primeros años en que el antiguo patrimonio soviético fue apropiado mediante prácticas corruptas por una oligarquía nacida de antiguos funcionarios del Estado, el gobierno fue cercando a ese segmento hasta clausurar hacia el año 2006 sus posibilidades de reproducción, y los que no cayeron en manos de la justicia por sus prácticas corruptas, siguieron el camino del exilio en Europa.

Según los antecedentes del Banco Mundial, el PIB ruso ha crecido durante este siglo 11,1 veces, y la pobreza en el país alcanza al 0,2% de la población. Como referencia, el PIB de Estados Unidos ha crecido en el mismo periodo 2,8 veces y la pobreza alcanza al 1,2% de la población. En Alemania el aumento del PIB es de 2,4 veces y la pobreza es también de 0,2%.[5] La economía rusa es preferentemente una economía de servicios complejos y de alta tecnología y, a pesar de ser uno de los principales oferentes de petróleo y gas natural, ese sector extractivo, junto a la industria bordean el 30% del PIB, mientras que los servicios contribuyen con cerca del 60% del producto.

Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái 2025

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái hace poco y, posteriormente, la celebración del fin de la II Guerra Mundial en Beijing, han consolidado no solo un nuevo liderazgo en el orden mundial, sino uno que lanza un desafío a quien desee poner en duda el papel protagónico de China y el sur global en ese nuevo orden: “China no le teme a la violencia,”[6] señaló Xi Jinping al presentar las innovaciones de su arsenal de misiles nucleares y de armamento convencional.

¿Puede haber una transición pacífica?

El último caso de transición de la hegemonía se produjo entre las dos guerras mundiales, en que el viejo imperio británico cedió el paso al imperialismo norteamericano. Se trató de una transición pacífica, pero ello se explica por dos razones principales: la primera es que la mundialización capitalista, proceso previo a la globalización de los años noventa, ya había consolidado una circulación dinámica del capital por el mundo, cuyo resultado se podía apreciar en la composición accionaria de las grandes corporaciones industriales de la época. General Motors, la petrolera Standard Oil (Exxon posteriormente) o la empresa de telecomunicaciones International Telephone & Telegraph ITT fueron ejemplo de ello. En términos generales, la transición no suponía el reemplazo de empresas británicas por norteamericanas en el dominio mundial. Su propiedad estaba repartida entre inversores de distintos países. La segunda razón es que ambos no solo compartían una genealogía común, sino también la manera de ver el mundo.

Pero las cosas no siempre fueron tan apacibles: la anterior transición se saldó con la Guerra de los Cien Años (1337-1453), y más atrás, otra con la batalla de Potiers (732) que consolidó el imperio de los francos en Europa, o con la Guerra de las Galias por parte de Julio César en el siglo I a.C., que dio vida al Imperio Romano. En este escenario es válido preguntarse si la transición que está en marcha puede ser, si no pacífica, al menos no tan cruenta. Pero la respuesta no es esperanzadora. La geopolítica actual nos muestra distintas regiones en que la dinámica de la transición hegemónica está empujando hacia un enfrentamiento militar. Con esto volvemos a la interrogante inicial: ¿se puede evitar la guerra? La respuesta es generalmente sí, salvo que alguna de las partes crea estar expuesta a un riesgo existencial antes de esa alternativa.

Los escenarios de hoy

Palestina es, desde el momento de la creación del Estado de Israel, un escenario de conflicto. Sin embargo, su actual capítulo posee un cariz singular y que, atendiendo a varias de sus aristas, podría tratarse de una fase terminal. En distintos momentos desde 1947, el mapa geopolítico de la región ha experimentado cambios importantes en cuanto a las alianzas que han impedido una explosión catastrófica. No obstante, con todo, desde la primera guerra de resistencia de los palestinos contra los ocupantes judíos, que acabó con el acuerdo de la ONU de partir Palestina y crear el Estado de Israel, se han producido una serie interminable de conflictos con millares de muertos y la progresiva aniquilación del pueblo palestino. 

El mapa de alianzas en la región se ha modificado siempre como resultado de la intervención norteamericana frente a los países con los cuales mantiene relaciones estrechas ya sea por sus recursos energéticos, condiciones geopolíticas u otras particularidades. Así, ha separado a los árabes entre los que resisten a los ocupantes israelíes y aquellos que mantienen una suerte de neutralidad pasiva o de complicidad directamente. Marruecos, las monarquías petroleras, Jordania y en alguna medida Egipto, han tendido a aceptar no ser beligerantes frente a un Israel que incluso cuenta con un arsenal nuclear, pero ello a cambio de diversas prebendas para sus elites por parte de Estados Unidos.

Este escenario permitía una estabilidad precaria que comienza a colapsar con dos hechos: por una parte, un escenario político de derechización en Israel que ha apostado por la creación de nuevos asentamientos en Cisjordania junto al acoso persistente sobre la población de Gaza y, por otra parte, el progresivo fortalecimiento de Irán y su programa nuclear. Ello en el contexto de la articulación del Sur Global y su organización, los BRICS, que han dado respaldo a Irán. Las fuerzas opuestas a Israel se agrupan en el llamado Eje de la Resistencia que incluye a todos los que mantienen relaciones y acuerdos de ayuda mutua con Irán. Se trata fundamentalmente de Hezbolá en El Líbano, las milicias chiíes en Irak y los Hutíes en Yemen, los que han actuado contra Israel contando con el apoyo de Irán y equipamiento militar de origen chino y ruso.

Las condiciones políticas de Israel que dan respaldo a un gobierno de la derecha con diversas formaciones de fundamentalistas judíos y de ultraderecha, han empujado al país a una deriva sin retorno. El alto costo de la ocupación de Gaza y la presión de los ultraconservadores en el Gobierno, imposibilita una retirada que no suponga el logro de objetivos maximalistas. Si lo que se buscaba era la anexión de Gaza y Cisjordania, hoy se encamina a la reedición de un mítico Gran Israel, que involucra a Siria, Jordania, Irak, el norte de Arabia Saudí y la mitad oriental de Egipto. En ese contexto Irán sabe que es un objetivo a neutralizar y que recibirá un ataque preventivo. La diferencia con episodios anteriores, como la reciente guerra de los 12 días, en que las partes desarrollaban acciones contenidas, es que el enfrentamiento se ha tornado existencial para ambos. El genocidio de los palestinos y los ataques a países del entorno, impiden que los israelíes vuelvan a dormir tranquilos. Aunque lograran imponerse a todos los actores de la región, hasta la demografía conspira en su contra. Antes o después enfrentarán una venganza despiadada. Por otra parte, Irán se sabe un objetivo ineludible para los planes israelíes y la única posibilidad de imponerse en una guerra es poder elegir el momento y la forma. La diplomacia está en bancarrota y la solución de los dos Estados está completamente obsoleta, incluso si Israel se aviniera a esa opción. Nadie puede contemplar una paz estable entre dos vecinos donde uno trató de exterminar al otro.

En otro punto del planeta, el conflicto se desplaza lenta e inexorablemente hacia un enfrentamiento abierto entre Rusia y una OTAN que contaría con recursos de Estados Unidos, pero utilizados por fuerzas europeas en el terreno. Los primeros pasos en esa dirección ya se han dado. Los ataques hacia la profundidad de Rusia y en el mar Negro han contado con los recursos de una inteligencia satelital de tecnología norteamericana encargada de fijar objetivos y ejecutar las correcciones de rumbo, pero el camino hasta este punto no ha sido corto.

Junto a la caída de la Unión Soviética y la profunda crisis de Rusia, su heredera, Occidente, enfrentó un dilema respecto a cómo neutralizar estratégicamente al antiguo adversario de la guerra Fría. Es claro que la crisis que vivía Rusia era de alcance mayor, pero en algún momento acabaría. Entre las alternativas estaba un golpe fulminante en contra de su poder militar o un asedio progresivo que combinara iniciativas políticas y diplomáticas, junto a las herramientas de coerción financiera dado lo imperativo que resultaba en esa época una asistencia por parte del FMI a Rusia. Desde otra perspectiva, impulsada por la Francia de Mitterrand, se levantaba la idea de atraer a Rusia hacia Occidente, integrándola en la Unión Europea e incluso en la propia OTAN.[7] Esto correspondía a la materialización de aquella máxima de Michael Corleone en El Padrino II, cuando señalaba: “Mantén cerca a tus amigos, pero a tus enemigos aún más cerca”

Sin embargo, al final se impuso la tesis del asedio y que consistía en acercar el poder militar de la OTAN hasta las fronteras rusas de modo lento, pero sistemático, hasta el punto de anular la llamada destrucción mutua asegurada (DMA). Si ello se producía, la alternativa de un golpe fulminante se hacía real. 

Europa se vio arrastrada a un conflicto con Rusia que nunca tuvo posibilidades de ganar, y ello fue resultado de la coincidencia de una mayor agresividad de Estados Unidos y la peor generación de líderes políticos en el continente. La actitud de Estados Unidos se explica por su progresiva debilidad económica frente a China y la constatación del estrechamiento de los lazos comerciales y políticos de ese país con Rusia. Una confrontación abierta con China habría sido un escenario abordable durante la primera década de este siglo, pero no una en que China recibiera el respaldo de Rusia. Ese contexto es para USA un problema también existencial. Por otra parte, la dirigencia europea se mostró incapaz de abordar los efectos de la política a que Estados Unidos arrastró a la OTAN. Como un soberbio pistolero del antiguo oeste, que se consideraba el más rápido desenfundando su arma, llegado el momento de la verdad, de tan rápido acabó disparándose en el pie. Gran parte de las sanciones tuvieron un impacto nulo en la economía rusa y el resto terminó afectando a la propia UE, particularmente a la economía alemana que había fundado su modelo de desarrollo desde la reunificación, en el consumo de energía barata proveniente de Rusia. Al final, el resultado real fue el fortalecimiento del Sur Global, que diversificó las redes comerciales de Rusia y el desarrollo de complejos mecanismos que los mismos países de Europa tuvieron que crear para eludir las propias sanciones que habían diseñado. El impacto de la guerra en el mercado del gas natural llevó a que su precio creciera un 59% solo en 2024 y, a pesar de ello, las compras europeas de gas ruso se han duplicado desde el inicio del conflicto.

En ese mismo contexto regional, la OTAN se vio “sorprendida” por dos aspectos centrales en cualquier conflicto: la tecnología disponible en los arsenales y la flexibilidad táctica. Aunque esa sorpresa no debiera ser tal, puesto que al año 2018, en el discurso sobre el estado de la nación el 1 de marzo, Vladimir Putin presentó las nuevas armas de que disponía Rusia[8] y se debería haber esperado una atención especial en la tecnología hipersónica de sus misiles, al menos por parte de los responsables de la defensa antiaérea. Para Rusia es existencial la contención de las armas de occidente lejos de sus fronteras, que sostenga el equilibrio estratégico que evita el conflicto abierto. Su flexibilidad táctica se observó luego de la primera etapa de la guerra y supuso la adecuación de las fuerzas y medios frente a las condiciones cambiantes de una guerra de desgaste.

Por último, existe otra área caliente con potencial de transformarse en el detonante del conflicto global, aunque ello ha tendido a reducirse en el último tiempo. Taiwán era y es una provincia china en la cual se refugiaron las fuerzas nacionalistas derrotadas en la guerra popular revolucionaria en 1949. Cuando el Ejército Popular se aprestaba a asaltar este reducto, Douglas MacArthur, comandante supremo norteamericano en Japón, amenazó con el uso de armas nucleares si los nacionalistas eran atacados.

Pero la sobrevivencia de Taiwán no solo dependía del poder militar norteamericano en el Pacífico y el suyo propio. Adicionalmente contaba con la empresa pública TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), el gran fabricante de chips para el sector informático en el mundo, cuya existencia y funcionalidad era una variable estratégica de la estabilidad de un mercado que es central en los distintos procesos económicos. Ello era un poderoso incentivo para que los demandantes de esos chips contribuyeran a la estabilidad en la región. 

La mayor desprotección actual en que se encuentra Taiwán, no resulta solo de un cambio en las correlaciones de fuerza en la región o en las orientaciones políticas de su gran valedor (USA), sino del resultado no deseado de una iniciativa norteamericana del primer periodo de Trump y que luego reforzó su sucesor Joe Biden: el boicot a la transferencia de equipamiento para la fabricación de esos componentes e incluso a la venta de chips informáticos de alta capacidad. Ello empujó al gigante asiático a una senda de desarrollo autónomo de ese tipo de equipamiento hasta alcanzar a los principales diseñadores y productores, NXP de Holanda y TSMC de Taiwán respectivamente. Antes de desarrollar estas capacidades, cualquier alteración en el aporte de TSMC al mercado mundial de chips habría impactado en la propia China, lo cual obligaba a consideraciones complejas en torno a una iniciativa de reincorporación forzada de la isla al continente.

El eslabón central

Una guerra resulta inevitable si al menos uno de los potenciales contendientes identifica un riesgo existencial para sí mismo en la situación previa al conflicto. En los escenarios analizados esa condición está claramente presente. Israel y Estados Unidos atravesaron su propio Rubicón cuando intentaron infructuosamente destruir la capacidad nuclear iraní en la Guerra de los 12 días y en el reciente ataque al emirato de Catar con el fin de asesinar a la cúpula de Hamas. De aquí en más, las monarquías petroleras del Golfo Pérsico no pueden sostener relaciones de cooperación con Israel, ni siquiera ponerse de lado frente a sus acciones, puesto que USA ya no es creíble como protector. El enfrentamiento final es inevitable e Israel seguramente actuará de modo preventivo. El abanico de amenazas se ha tornado demasiado amplio y no es nada claro que consiga algún apoyo para una acción que colapsaría el mercado mundial de la energía. Sus oponentes, entre los que destaca Irán, identifican ese riesgo que también supone una condición existencial para ellos.

El escenario europeo no es distinto: la OTAN ha constatado que con Ucrania no puede ganar la guerra a Rusia y que, en la dinámica actual, el frente de batalla podría llegar hasta el río Dnieper, y Ucrania perder la región de Odesa y con ello la salida al mar Negro. No obstante, y a pesar del compromiso de los grandes países europeos con el resultado de la guerra, no existe un riesgo existencial para Europa en un escenario de derrota convencional. En tal caso, la dirigencia UE enfrentará un costo político de importancia, pero en un periodo corto se podrían reconducir las relaciones Europa-Rusia hacia las condiciones de la preguerra. Distinto es el caso de Rusia que, en caso de derrota frente a la OTAN, su propia existencia estaría comprometida. Occidente no cometería nuevamente el error de los años 90 de dejar a Rusia subsistir. Es una potencia militar ineludible y un actor irreemplazable del Sur Global. El objetivo ya declarado en caso de derrota, sería dividir la federación en diversos Estados más fácilmente controlables. 

En este contexto se llega a los actores protagónicos de la actual coyuntura: Estados Unidos y China. Para USA se trata claramente de su sobrevivencia, al menos como potencia hegemónica. Sus posibilidades de poner su economía en disposición de combate se reducen cada día. Actualmente, solo en intereses debe pagar 900 mil millones de dólares cada año y como resultado de las políticas recientes, ese monto se elevaría hasta los 1,8 billones en la próxima década. Un escenario insostenible si lo que peligra es justamente su capacidad de transformar sus objetivos económicos en obligaciones para el resto del mundo. A cada momento las necesidades de infraestructura aumentan, tanto por el incremento de los conflictos como por el deterioro vegetativo de los equipamientos de transporte y energía. Enfrentar ese déficit obliga a incrementar un gasto para el cual no hay una contrapartida en ingresos. El gobierno pasado trató de abordar este problema con la ley Build Back Better en 2021, pero la iniciativa quedó atrapada en el Senado norteamericano de mayoría republicana. En este contexto, el enfrentamiento decisivo con China es ahora; mañana será inviable plantearse siquiera la confrontación. 

El caso de China es algo distinto. El tiempo corre a su favor; su solo crecimiento inercial del producto la llevará a la posición de liderazgo global, aunque medido en paridad de poder de compra, ya es la primera economía del mundo. Lo mismo le ocurre respecto a su provincia rebelde, en que la estrategia de cercamiento puede continuar paso a paso al ritmo en que crea nuevas bases militares en islotes artificiales construidos al norte y especialmente al sur de Taiwán. Sin embargo, sí existe una variable de tiempo que empuja a China a una confrontación con Estados Unidos. Se trata de la brecha tecnológica en el sector armamentístico que hoy existe. El complejo militar industrial norteamericano ha incrementado sus beneficios en la guerra de Ucrania, pero se trata de un crecimiento fácil apoyado en armas convencionales con innovaciones no significativas. La guerra de Ucrania ha probado la capacidad de los misiles hipersónicos rusos, con los que también cuenta China y se estima que Estados Unidos aún necesita cerca de una década de I+D para alcanzar esas prestaciones. En el ámbito de esta arma fundamental en la guerra moderna, Estados Unidos cuenta con los misiles Patriot (Phased Array Tracking Radar to Intercept on Target). Se trata de un sistema de defensa antiaérea cuyo objetivo es la intercepción de misiles balísticos. Este sistema fue diseñado a finales de los años sesenta en el siglo pasado, producido a mediados de la década siguiente y probado en la primera Guerra del Golfo en 1991 y luego en la invasión de Irak en 2003, en contra de los misiles Scud iraquíes, verdaderas piezas de museo soviéticas desarrolladas en la década del 50 del siglo pasado. 

Sin embargo, en Ucrania y la reciente guerra de los 12 días, se ha demostrado que, a pesar de las innovaciones y mejoras incorporadas en los últimos años, este interceptor no es rival para los sistemas balísticos de última generación de rusos y chinos, cuya velocidad de aproximación a los blancos, de entre 8 y 12 veces la velocidad del sonido, impide que los sistemas de radar del Patriot puedan fijar un blanco. Alternativamente, las armas que se aproximan a velocidades más bajas como son los drones de ataque y que si pueden ser detectadas para fijar un blanco, poseen un diferencial de costo que hace inviable económicamente la intercepción. 

El misil Patriot tiene un costo de 3 a 4 millones de dólares, pero individualmente resulta por completo inútil. Se debe acompañar de sistemas de radares que, a su vez, necesitan servicios satelitales para fijar los blancos y corregir trayectorias de intercepción. El costo total de una batería de este tipo, con las plataformas de lanzamiento, los radares y los propios misiles, bordea los mil millones de dólares[9] y resulta por completo ineficiente derribar un dron de diez mil dólares con este misil. Más aún si se produce un ataque de enjambre de drones, en que pueden dirigirse hacia un blanco determinado, centenares de estos vehículos no tripulados. China es consciente de su ventaja y también de que el futuro es imprevisible. En esa condición, el momento de aprovechar esa superioridad es hoy.

En días recientes se ha mencionado la posibilidad de dotar de misiles norteamericanos Tomahanwk a Ucrania. Se trata de un misil de crucero con un alcance de hasta dos mil kilómetros y que permitirían a Ucrania atacar Moscú y otros blancos interiores de Rusia. Se trata de un arma que puede llevar ojivas convencionales, pero también nucleares. La defensa antiaérea de Rusia es perfectamente capaz de detectar cuándo uno de estos misiles se ha disparado y su dirección. Frente a esa situación su doctrina nuclear la obliga a una sola respuesta: un ataque masivo a occidente, puesto que no puede esperar al impacto del misil para determinar si se trata de un ataque nuclear o convencional, ni tampoco que la respuesta sea acotada, dado que desconoce si se trata de un ataque táctico o el primer paso de un golpe estratégico.

El escenario actual es en extremo peligroso puesto que se dan todas las condiciones para un enfrentamiento abierto, potencialmente catastrófico. En los diversos escenarios, los actores que encarnan las contradicciones ven amenazada su existencia en las condiciones actuales, lo cual los empuja al enfrentamiento. Frente a ello, no se aprecia la presencia de algún agente con capacidad e influencia para reconducir las tensiones como alguna vez pudo hacerlo la ONU. 


[1] https://www.meteoblue.com/es/tiempo/historyclimate/weatherarchive/jarkov_ucrania_706483

[2] Ucrania es una región de frontera donde confluyen Asia y Europa. El río Dnieper divide el país en dos y separa con bastante claridad sus dos almas. En atención a los resultados electorales de la última época, al oeste del Dnieper se imponen las corrientes occidentalistas, y en la ribera oriental, las prorusas. 

[3] Ver https://lanuevamirada.cl/donde-esta-el-centro-del-mundo-un-problema-geopolitico/

[4] https://es.tradingeconomics.com/russia/consumer-spending

[5] https://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.MKTP.CD?locations=RU La pobreza está medida como disponibilidad de US$ 3,0 ppa por día.

[6] Discurso de Xi Jinping en el 80 aniversario del fin de la II Guerra Mundial.

[7] En otras columnas sobre el tema hemos tratado más en detalle este proceso y los derroteros que finalmente se impusieron. Ver https://lanuevamirada.cl/la-inevitabilidad-de-la-guerra-en-europa-por-patricio-escobar-desde-barcelona-espana/

[8] https://www.defensa.com/videos/n-6-poderosas-armas-estratygicas-rusas-analizaremos-revista

[9] Recientemente España ha comprometido la compra de 3 baterías Patriot a Estados Unidos, por un valor total de 2.660 millones de dólares.

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