“Su belleza le resultó una puñalada. A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos. Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo”. Alicia Dujovne Ortíz, escritora relatando el primer encuentro de Silvina y Adolfo.
Las Ocampo fueron seis hermanas pertenecientes a la aristocracia argentina. De ellas, solo la mayor, Victoria (el alfa perfecta) y la menor, Silvina (el omega desplazado) pasaron a la historia no solo de la literatura trasandina, sino mundial. Entre ambas, trece años de distancia marcaban una brecha generacional que pavimentó una incursión en las letras muy distinta: Victoria Ramona Epifanía Rufina se destacó por una personalidad cautivante, como cronista de la época, y traductora y gestora de proyectos culturales; en cambio, Silvina Inocencia, evitó siempre el brillo mundano y se dedicó a la ficción, especialmente al cuento, manteniendo gran parte de su vida personal en el misterio y la ambigüedad. Ambas fueron geniales en su campo, aunque muchos pensaron que en Victoria se había agotado el genio y Silvina fue una desconcertante sorpresa.
Silvina, como sus hermanas, fue educada en su hogar por institutrices traídas de Inglaterra y Francia. Aprendió a hablar en francés e inglés antes que en castellano y su infancia transcurrió entre el caserón de la ciudad, la mansión Villa Ocampo y los campos familiares de Pergamino en la provincia de Buenos Aires y la estancia Villa Allende en la provincia de Córdoba. Una vez al año la familia viajaba a París acompañada de sus sirvientes y llevaban una vaca arriba del barco para poder tomar leche fresca.
A los 9 años, Silvina perdió a su niñera Fanni que partió con su hermana Victoria, recién casada a vivir en Europa. Nunca le perdonó que la despojara del más grande de sus amores infantiles y hasta avanzada edad, sus ojos se llenaban de lágrimas al narrar esta pérdida.
A los 26 años, Silvina se fue a estudiar a París donde se unió al Grupo de París, artistas plásticos argentinos que se habían establecido allí durante la segunda década del siglo XX. Tomó clases con el pintor italiano Giorgio de Chirico, y con el francés Fernand Léger, figura del cubismo, ambos precursores del surrealismo. Aunque en sus dos casas de Buenos Aires siempre tuvo un atelier, abandonó las artes plásticas para dedicarse a la literatura.
“Me encontré por primera vez en presencia de un fenómeno singular y significativo: la aparición de una persona disfrazada de sí misma.” Victoria Ocampo en reseña al primer libro de cuentos de Silvina Ocampo en la revista Sur.
Silvina y Adolfo se conocieron en 1933 cuando ella regresó a Buenos Aires. Tenía 30 y años y él, apenas 19. Adolfo estaba jugando al tenis, una de sus grandes pasiones junto a las mujeres y el automovilismo. Respecto a este primer encuentro, la escritora Alicia Dujovne Ortiz narra que a Silvina: “Su belleza le resultó una puñalada. A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos. Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo”. Adolfo Bioy Casares era tan solo una promesa y no había publicado su primer libro: La invención de Morel, del que se sentiría tan orgulloso. Pero fue un amor a primera vista y a poco andar se fueron a vivir juntos en la estancia Rincón Viejo, propiedad de la familia de Bioy Casares (que era tan aristocrática como la de Ocampo). Vivieron allí entre 1934 y 1940, sin que el hecho de no estar casados y que ella fuera once años mayor, bastante escandaloso para la época, pareciera afectarlos. Al contrario, ambos recordarían siempre esta como la época más feliz de sus vidas.
Es esa la época en que Adolfo abandona la abogacía y se dedica de lleno a la literatura y Silvina deja el dibujo y la pintura y empieza escribir los cuentos de su primer libro, Viaje olvidado. Es también la época en que se consolida la amistad de Silvina y Adolfo con Jorge Luis Borges, amistad que duró hasta la muerte. Un trío que dio origen a todo tipo de especulaciones.
Cruel es la noche y dura cuando aguardo tu vuelta
al acecho de un paso, el ruido de la puerta
que se abre, de la llave que agitas en la mano
cuando espero que llegues y que tardas tanto. Primera estrofa de Espera, de Silvina Ocampo
Silvina y Adolfo se casaron en 1940 y uno de los testigos del casamiento fue el propio Borges. Iniciaron un viaje de bodas excéntrico en una casa rodante pensando recorrer el país, pero solo llegaron a Rosario y Córdoba. A su regreso se instalaron en Buenos Aires y el campo de sus primeros años quedó solo para los veraneos. Silvina siempre supuso que Adolfo le había propuesto matrimonio más por razones literarias que por amor y lo aceptó, así como toleró sus numerosas aventuras, incluyendo algunas apasionadas y escandalosas como la que mantuvo con su sobrina Genka y la escritora mexicana Elena Garro, la esposa de Octavio Paz. Todo esto entre los rumores sobre presuntos romances de Silvina con estas y otras mujeres como la madre de Adolfo de quien se dice que fue la que la presentó a su hijo como la más inteligente de las Ocampo.
También fueron fuertes los rumores de un amor entre Alejandra Pizarnik y Silvina. Lo que se puede aseverar es que entre ellas se desarrolló una amistad de risas y complicidades que llegó al punto en que Alejandra, en una carta, llamó a Silvina su “paraíso perdido”, una real declaración de amor.
“Yo adoro tu cara. Y tus piernas y tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero”. Fragmento de carta de Alejandra Pizarnik a Silvina Ocampo.
Silvina aceptó una convivencia con Adolfo que no solo implicó tolerar sus numerosas infidelidades sino también adoptar legalmente a Marta, una hija extramatrimonial de Bioy. Silvina que no pudo tener hijos, quizás por su edad, la amó como propia a quien, además, le brindó tres nietos: Florencio, Lucila y Victoria. Marta moriría en un accidente de tránsito en 1994, veinte días después de la muerte de Silvina.
“Una situación que se repite. Llega siempre el día en que la amante pide que me separe de Silvina y que me case con ella; si todavía se limitara a decir vivamos juntos a lo mejor examinaría la petición… pero jamás me metería en los trámites de una separación legal; no sé si alguna mujer merece tanto engorro”.Bioy Casares en Descanso de caminantes.
Se dice que, para espiarlo cuando tardaba en regresar a su casa, ella ponía una silla delante de la puerta. Él corría la silla al abrir, y ella se sentía ridícula haciéndose la dormida.
Rodeada de esas tres grandes personalidades, y de los amores odio que había entre ellos, Silvina se mantuvo en un segundo plano y desde ese lugar desarrolló su obra literaria a partir de su libro de cuentos Viaje olvidado que fue seguido de los poemarios Enumeración de la patria, Espacios métricos, Poemas de amor desesperado, Los nombres y Pequeña antología. Ya en la década del sesenta publicó Lo amargo por lo dulce, considerado como uno de sus mejores poemarios y finalizó su entrega poética con Amarillo celeste.
Escribió varias obras en conjunto con Bioy, entre ellas la novela policial Los que aman odian y junto a él y Borges hicieron la Antología de la literatura fantástica y la Antología poética argentina.
A partir de su última entrega lírica, se dedicó con ahínco al cuento, relatos poblados de seres fantásticos visualizados por singulares narradores, seres fantásticos plasmados con mucha ironía y humor, de preferencia negro. Entre ellos se puede destacar Autobiografía de Irene, La furia y otros cuentos, El pecado mortal y otros cuentos, Informe del cielo y del infierno y Cornelia frente al espejo, por mencionar algunos.
Silvina, Adolfo y Borges se reunían con frecuencia a cenar y ellos se entretenían con diversos juegos, propios de niños genios como Georgie (apodo cariñoso que le daban) y Adolfito. Diálogos absurdos como el que se ha registrado sobre cambiar los colores a las cosas: “¿Y si el cielo fuera verde?”, decía Georgie. Ja, ja. “¿Y si el pasto fuera violeta?”, decía Adolfito. Ja, ja, ja. Eso cansaba a Silvina, pero en cambio la atraía una cierta perversión que acunan los niños y en ella basó su literatura.
Bioy Casares era un adicto a las mujeres, y sus amantes fueron innumerables, pero en sus Memorias él escribió: “A veces me he preguntado, a lo largo de la vida, si no he sido muchas veces cruel con Silvina, porque por ella no me privé de otros amores. Un día en que le dije que la quería mucho, exclamó: Lo sé. Has tenido una infinidad de mujeres, pero has vuelto siempre a mí. Creo que es una prueba de amor”.
Silvina recibió, entre otros, el Premio Municipal de Literatura en 1954 y el Premio Nacional de Poesía en 1962, como también la Beca Guggenheim. El año 2006, se publicó póstumamente su libro Invenciones del recuerdo, una autobiografía infantil.
Extraño amor el de Silvina y Adolfo que solo terminó con la muerte de uno de ellos. La vida de ambos estuvo acompañada de rumores y leyendas reales, exageradas o inventadas en parte porque un matrimonio entre un joven tan guapo y una mujer graciosa pero no tan bella y mucho mayor, escandalizó a la sociedad de entonces que buscó razones donde quizás no las había y muchas de las amantes de él le fueron también endosadas a ella y se habló de tríos e intercambios. Se especuló también si Pizarnik quiso hablar con Silvina horas antes de su suicidio. Un río caudaloso de rumores y medias verdades que acompañaron sus vidas.
Silvina murió a los 90 años, en Buenos Aires, en diciembre de 1993. Bioy Casares la sobrevivió cinco años. Al final, fue Silvina la que lo abandonó. En sus últimos días, cuando ya ella se tropezaba con las cosas y con las ideas, Adolfo contrató a unas cuidadoras. Una de ellas, Jovita, cuenta que Silvina, ya una anciana señora, no le perdonó esto y nunca más volvió a hablarle y que Bioy se arrodillaba frente a ella para suplicarle llorando: «Silvinita, por favor, contéstame, dame un beso, Silvinita, no me dejes aquí«.
Silvina Ocampo fue sepultada en la cripta familiar de los Ocampo en el cementerio de la Recoleta.
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Felicitacionesca Cristina Wormull Chiorrini por el excelente articulo