Surazo y el Vaquero de Dios. Marta Jara olvidada entre las olvidadas del 50.

por Cristina Wormull Chiorrini

El año 1954, Enrique Lafourcade hizo una antología con 24 escritores de la que llamó generación del ’50, considerando solo 5 mujeres y excluyendo, pese a sus méritos, a un importante grupo entre las que se encontraban Mercedes Valdivieso, Marta Jara, Elisa Serrana, Elena Aldunate y Matilde Ladrón de Guevara. Todas ellas padecieron el olvido hasta hace pocos años cuando empezaron a ser releídas como parte de dicha generación… pese a Lafourcade. 

Todas las mencionadas hicieron significativos aportes a la literatura chilena, destacando por su originalidad la talquina Marta Jara, escritora y cuentista, también autora de obras de teatro que se perdieron en el camino. Pese a que hizo los estudios primarios en su ciudad de origen, en la adolescencia se trasladó a Santiago al Liceo de niñas N°1.

Su vida estuvo marcada por aventuras y desventuras. Desde joven eligió realizar tareas (quizás por urgencia económica, pero también porque era poseedora de una rara audacia poco común entre las mujeres chilenas de la época) como conductora de taxi en Santiago, empleada de comercio y administradora de un par de campos. Tuvo un solo hijo, Paolo Longone y gustaba, en su tiempo libre, viajar a Vilches donde tenía un lugar “secreto” para aislarse del mundo cotidiano (en la Cordillera), también un “segundo lugar secreto” en el Cajón del Maipo.  En estos lugares se volvía ágil, alegre y aperada con una mochila en la espalda subía y desaparecía por horas montaña arriba. Había aprendido a reconocer las plantas y los sonidos de los animales y era una experta en armar una fogata a pleno cerro. Siempre le colgaron diversas costumbres como que en privado le gustaba vestirse de hombre y eso la había vuelto un tanto reacia a socializar y cuesta encontrar antecedentes de su historia personal. 

Fue la mejor amiga de Teresa Hamel, quien en su libro póstumo Reñaca, reminiscencia de Teresa Hamel, dedica un capítulo a Marta (página 103).  El capítulo comienza diciendo… Pablo Neruda me presentó a Marta Jara en Los Guindos…  y entre otras anécdotas nos cuenta cómo Jara ayudó a Neruda mientras era perseguido, escondiéndolo en su casa.  No fueron los únicos escritores amigos de Jara, siempre estuvo rodeada de un gran grupo de ellos que la respetaban y consideraban una muy buena escritora.

…Es una generación antirrevolucionaria. Su beligerancia si la hay, consiste en realizar a conciencia, y hasta sus extremas posibilidades creadoras, su obra. No escriben para combatir, negar, afirmar algo de orden social o histórico. Trabajan por rescatar del fondo de sí mismos un sentido, distinto para cada uno. Comprometidos profundamente con su oficio, cada uno de estos escritores se desentiende de todo aquello que vulnere su actividad (Lafourcade, 1954,).

Lafourcade incluyó en su antología a escritores que calzaban con su afirmación de ser antirrevolucionarios.  Nada más distante para definir a Marta Jara.  Su obra mayor, Surazo, fue la que mayor reconocimiento recibió pues con la segunda edición de ella obtuvo el Premio Alerce de la SECH en 1961 y luego el Premio Municipal de Literatura en 1963.  La crítica lo eligió como el mejor libro de 1962.

Surazo lo componen cuatro relatos, Surazo es el primero que da nombre al libro y en realidad es lo que llamamos una nouvelle (novela corta), los restantes son El hombrecito, El Yugo y El Vestido.  En este libro Jara recrea el drama de la soledad isleña de Chiloé, donde las personas sobreviven desarrollando sus relaciones en un entorno hostil, nos describe con belleza los inseguros palafitos azotados por las mareas y custodiados por buitres que se encargan de la limpieza.  Marta nos hace un verdadero retrato de vidas monótonas y rutinarias, con pocas palabras y emociones intensas y soterradas a través de una prosa austera, pero muy rica para entregarnos un verdadero retrato de las mentes de sus personajes.

Marta Jara, en Surazo, trabaja esta problemática en ambientes rurales y regionales, sus cuentos hablan la sumisión y el debate interno de mujeres campesinas que entre el deseo y la culpa intentan habilitar para sí espacios de libertad.

Marta Jara usa el lenguaje para darle relieve a seres humildes, pero con coraje para afrontar la realidad cotidiana y la naturaleza inclemente. Atrapa la sensación de miedo a través de una prosa impecable y precisa esculpiendo el desamparo de unas vidas marcadas por la soledad, la lluvia y divinidades implacables.  Se discutió mucho si Jara podía ser calificada como costumbrista, criollista, neorrealista o surrealista, pero después de más de medio siglo de olvido, creo que es indudablemente una escritora clásica chilena cuyas temáticas siguen vigentes por haber escrito con pasión, manejando con propiedad el idioma y lograr interpretar aspectos de la identidad del pueblo sureño donde vivió grandes temporadas de su vida.

…Elisa Serrana ha dicho: «no sentía mayor conexión con ellas (con las escritoras incluidas por Lafourcade), convivíamos muy bien en la vida literaria de las ferias del libro, de giras y en los primeros programas de televisión, pero no sentíamos que fuéramos una generación…

Su primera obra fue El vaquero de Dios (integrado por cinco cuentos: Ño Juan, Gancho “El Chis”, El buey “Galantía”, El “Camarada” y el que da título al libro) que publicó muchos años antes que Surazo (1949) logrando (cuatro años después de la antología de Lafourcade) que Ricardo Latcham en su Antología del Cuento Hispanoamericano de 1958, incluyera La camarera. En dicha antología, Latcham afirmó que Marta Jara “se reveló como escritora de firme talento y seguridad narrativa en su único volumen publicado (hasta esa fecha), El Vaquero de Dios, aparecido en 1949: “Al iniciarse, en el campo del cuento, se ubica en un ángulo de realismo criollista, pero con recursos audaces y diversos a los de sus antecesores. Sabe también adaptar los elementos folklóricos a la técnica de la novela corta, con soltura y verismo en los diálogos campesinos. En el último tiempo consagra su atención a otros asuntos, extraídos de su mayor experiencia, en que acendra la nota psicológica y el estudio de los personajes más complicados y menos tradicionales que los encarados en El Vaquero de Dios«. Algunos años después (1969), Nicomedes Guzmán incluyó El hombrecito en su Antología de cuentos chilenos (Nascimento).

Marta Jara tiene un rol relevante en la desmitificación del concepto del “hombre sencillo” ofreciéndonos una reveladora mirada sobre las relaciones en la familia, entre los hombres, los resultados de la economía sustentada en el inquilinaje, la unión del hombre con la naturaleza y, el amor al niño en el difícil camino a la adultez en la dura vida del campo, sin idealizaciones.

Aunque su producción literaria no es extensa, merece un lugar relevante entre la literatura chilena y sus obras publicadas por Zig-Zag en la década de 1960, aún se encuentran en librerías de viejos en la calle San Diego de Santiago.  Hace unos años, en 1999, El Vaquero de Dios de Marta Jara fue reeditado por Lom Ediciones. Vale la pena buscar Un lugar bajo techo (1972), quizás su última obra. Diversos cuentos suyos están presentes en importantes antologías, especialmente “La camarera” que fue premiado por El Mercurio en 1956.

Marta muere en 1972 en la Posta Central de una peritonitis postoperatoria que se complicó.  Su funeral se realizó en la Sociedad de Escritores de Chile y fue costeado por su gran amiga Teresa Hamel. 

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2 comments

Albina Sabater Villalba agosto 25, 2022 - 5:28 pm

Me encantó este retrsto de Marta Jara, cuya obra desconocía.
Muchas gracias por ampliar nuestra mirada hacia estas mujeres que, contra viento y marea, dejaron plssmadas sus visiines y vivencias en relatos que, casi por milagro, resurgen en el horizonte literario chileno.

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Albina Sabater Villalba agosto 25, 2022 - 5:29 pm

PERDÓN POR LAS LETRAS QUE NO CORRESPONDEN.

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