Susan Sontag, sacerdotisa mayor. Superstar del glamour y el pensamiento

por Cristina Wormull Chiorrini

“Necesitar que la realidad se confirme y la experiencia se enriquezca con fotografías es un consumismo estético al que ahora todo el mundo es adicto. Las sociedades industriales convierten a sus ciudadanos en adictos a la imagen; es la forma más irresistible de contaminación mental”. Susan Sontag en On photography

Susan Lee Rosenblatt, una de las mentes brillantes de la segunda mitad del siglo XX, nació el 16 de enero de 1933 en la ciudad de Nueva York. Su padre falleció cuando ella apenas tenía cinco y a los 13 años, adoptó el apellido de su padrastro:  Sontag, con el cual pasó a la historia de las letras en las que encontró refugio desde temprana edad -para fortuna de sus admiradores- escapando de una madre alcohólica.

Estudió en las prestigiosas universidades de Berkeley y Chicago, donde ingresó apenas cumplidos los 15 años. Al cumplirse la mitad del siglo, se casó a los 17 años con Phillip Rieff, un mediocre profesor de Sociología, padre de su único hijo, David y de quien se dice que la obligó a escribir un libro, La mente de un moralista, a cambio de entregarle la custodia de aquel hijo y que, en la segunda edición, incluso eliminó su nombre de los agradecimientos. Luego de titularse en Letras, siguió sus estudios en la Universidad de Harvard, donde obtuvo su doctorado en 1957, poco antes de divorciarse. Con posterioridad profundizó sus estudios en La Sorbona donde mantuvo la primera relación que se le conoce con una mujer, la modelo y escritora Harriet Sohmers Zwerling. Al regresar a Estados Unidos se dedicó a la docencia literaria. En 1964, el primer año en que los judíos fueron admitidos sin restricciones, comenzó a dictar clases en la Universidad de Columbia.

Cuando ingresó a la Universidad de Chicago, entonces el programa académico más exigente de Estados Unidos, todos sus compañeros la describían como “una artista de cine”, con sus faldas ajustadas, medias de seda y bronceado californiano. Sus relaciones con hombres, muchos de ellos famosos –Bobby Kennedy, Jasper Johns, Warren Beatty y Richard Goodwin – sirvieron para llenar páginas sociales especulando con su vida amorosa, pero en los diarios de Sontag, rara vez existen referencias a ellos.  A diferencia de las mujeres a las que amó.

Escribió para infinidad de publicaciones, entre ellas Harper’s Bazaar, The Partisan´s Review y The New York Review. Reunió todos esos artículos en Contra la interpretación (1968). Otra compilación fue Estilos radicales, donde se encuentran sus ensayos sobre el cine de Godard y Bergman, incluyendo el tratamiento de la imagen pornográfica y la política desarrollada en la guerra de Vietnam.

A fines de los sesentas, Sontag radicalizó su postura frente a las guerras y se pronunció abiertamente contra las decisiones del gobierno de Estados Unidos mientras se involucraba activamente en la guerra de Bosnia donde puso en escena en la ciudad de Sarajevo, Esperando a Godot, la obra de Samuel Beckett.

Luchó a lo largo de su vida contra el cáncer desde que, a mediados de los años setenta recibiera su primer diagnóstico: En 1975 batalló contra el cáncer de mama sometiéndose a un tratamiento experimental e invasivo, en 1998 venció un cáncer uterino y en 2004 enfermó de leucemia.

Su atractiva estampa y su emblemático mechón de pelo blanco cruzando sobre su melena oscura, le permitieron una larga lista de amantes, hombres y mujeres, que pasaron por su vida y su corazón.  Eso llevó a calificarla de bisexual aunque todos los testimonios de aquellos que la conocieron insistan en que nunca hubo un hombre que la conmoviera como las mujeres que amó y entre las cuales se contaban la actriz Nicole Stéphane, la aristócrata napolitana Carlota del Pezzo, la dramaturga María Fornés (con quien confesó haber tenido su primer orgasmo recién a los 26 años) y su gran y último amor de 15 años con la fotógrafa Annie Leibovitz entre 1989 y 2004, año en que Sontag murió de leucemia.

En la sociedad estadounidense y occidental de la segunda mitad del siglo XX, especialmente en las décadas de los setenta y ochenta se desarrolló una revolución muy honda en la que participaron fundamentalmente tres grupos: los negros, que pretendían terminar con una jerarquía de raza que se había mantenido durante siglos; las mujeres, protagonizando una revolución feminista que atacaba los cimientos de una sociedad en la que el papá estaba arriba y la mamá abajo; y una incipiente revolución homosexual que deseaba acabar con la jerarquía heterosexual.  Susan Sontag se convirtió en la gran sacerdotisa de esos tiempos.

«Mi lenguaje es la escritura, y no hablo de la forma como escribo. Hablar de lo que uno escribe es un nivel inferior de comunicación». (Sontag, entrevista en El País Cultura).

Hasta 2006, la relación sentimental entre Susan y Annie se conocía solo por los rumores y especulaciones sobre ella porque ninguna de las dos se refirió públicamente a su relación y pese a vivir en el mismo edificio, nunca compartieron el mismo departamento.  Pero ese año, Annie publicó: A Photogapher’s Lifedonde mostró con una maravillosa honestidad artística y todo su talento, a los dos seres fundamentales de su vida:  su padre y Susan Sontag.

«Todo el mundo pensaba que era muy fuerte, y lo era, pero también era muy vulnerable», Annie Leibowitz.

Annie y Susan se conocieron a finales de la década los 80, cuando a la fotógrafa de entonces 39 años, le encargaron la dirección artística para el libro de Susan -que ya tenía 55- El Sida y sus metáforas. Desde que se encontraron, se hicieron inseparables en el trabajo y la vida cotidiana donde se las solía ver juntas en cenas donde mantenían “conversaciones infinitas”, viajes y la crianza de Sara, la hija que Annie tuvo a través de maternidad subrogada. Una relación pasional y cómplice que fue recogida en Mujeres, un ensayo de Susan ilustrado con las imágenes de Annie en el que ambas indagan sobre el significado de lo femenino en un mundo cambiante. Pero ninguna de las dos se refirió nunca públicamente a la otra como su pareja o amante. Solo un par de años después de la muerte de Susan, la fotógrafa se atrevió a confesar que “lo mío con Susan fue una bella historia de amor”. 

Annie idolatró a Susan que la acompañó en todas sus decisiones incluida la maternidad y en los últimos años de su vida llegó a transferirle hasta ocho millones de dólares en cheques semanales que le permitieran seguir llevando una vida cómoda en medio de su lucha terminal contra el cáncer. Lo que más lamento, explica en sus entrevistas, es no haber estado junto a Sontag en el momento de su muerte. El día que se despidió de ella, Sontag había tenido sesiones de quimioterapia avanzada, pero ella la había visto antes igual de enferma, por lo que decidió volar a Miami a ver a su padre, que estaba también gravemente enfermo y que murió poco después que Susan. Fue demoledor recibir la noticia de su muerte estando lejos de ella.

Vivo en una sociedad carente de moral que embrutece la sensibilidad y embota la capacidad de la mayoría de las personas para hacer el bien, pero que pone al alcance de una minoría el consumo de una gama asombrosa de placeres intelectuales y estéticos. Susan Sontag

Susan Sontag había escrito La enfermedad y sus metáforas en 1978, un ensayo centrado en la tuberculosis y el cáncer. Diez años después publicó como continuación El Sida y sus metáforas. Las reflexiones de Sontag en torno a estas dos enfermedades se basan en los mitos alrededor de las mismas, generalmente asociadas a cuestiones sociales y psicológicas.  Quizás también en su propia experiencia de lucha contra el cáncer.

«Todas las teorías que atribuyen las enfermedades a los estados de ánimo y su cura a la mera fuerza de voluntad son síntoma de lo poco que se conoce del terreno físico de la patología». Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas.

Susan Sontag fue miembro de la Academia Americana de las Letras y recibió numerosos reconocimientos como el Premio de Cultura de la Fundación Montblanc por su labor en Sarajevo donde impartió clases de cine y desarrolló proyectos pedagógicos, el National Book Award estadounidense en la categoría de ficción por En América, el Premio Jerusalén de Literatura y el 2003, un año antes de morir, el Premio Príncipe de Asturias.  Fue también la séptima mujer en recibir el Premio de la Paz de la Asociación de Libreros Alemanes ese mismo año.

“Yo creo que Borges y Sontag fueron los intelectuales más lúcidos que conocí, se los escuchaba pensar, solo que con Susan se podía perfectamente mantener un diálogo…” Luisa Valenzuela, escritora argentina.

Todos recordaremos siempre a la escritora que logró no solo ser una de las mentes más brillantes de su época, sino también una de las más glamorosas apareciendo fotografiada entre personajes como Louis Malle, John Lennon, Yoko Ono, Jeanne Moreau, Leonard Bernstein, Richard Avedon, William Styron, Sybil Burton o Jackie Kennedy. Ella participó de forma deslumbrante en los círculos del poder por  cinco décadas como consecuencia de su deslumbrante carrera de ensayista, cronista y novelista (imposible de abordar en estas cortas líneas), pero tras la imagen seguía siendo aquella niña crecida a tiro de piedra de Hollywood, una perfecta conocedora del poder de la fama y también de su capacidad de autodestrucción.  Ella supo desde muy joven como la fama puede destruir a la persona detrás de la imagen…ambas no son la misma cosa y basado en ello pudo elaborar sus más brillantes reflexiones sobre la fotografía y enamorarse de una de las fotógrafas más talentosas de su era.

La necesidad del coleccionista tiende precisamente al exceso, al empacho, a la profusión. Es demasiado…Y es lo suficiente para mí. Alguien que vacila, que pregunta. ¿Necesito esto? ¿Es realmente necesario?, no es un coleccionista. Una colección es siempre más de lo que sería necesario. Susan Sontag, El amante del volcán.

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1 comment

Albina Sabater Villalba enero 25, 2024 - 8:22 pm

.Esta crónica me resultó muy interesante y bien documentada. Agradezco a la autora, Cristina Wormuĺl, y la felicito.

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