Fue la pintora Art Decó más célebre en la Europa de los años treinta; convertida en baronesa, vivió la guerra y la posguerra en Estados Unidos como el paradigma de un mito hollywoodiense.
Estamos casi terminando este 2021 que se ha convertido en el año en que se consolida y acentúa una transformación muy profunda de nuestra forma de vivir producto de la pandemia y la dictadura sanitaria en la que ha tenido que desenvolverse el día a día de la especie. Casi nada es hoy como solía ser hace un par de años que parecen muy lejanos al mirar la inconciencia con que circulábamos por calles y ciudades y nos trasladábamos de una región a otra dentro del país y del mundo. Hoy todo requiere permisos, pases, chequeos médicos, todo es incierto hasta que ocurre, ya sea planificar un evento, un viaje al exterior, un mero fin de semana en la costa. Para qué decir la forma en que nos comunicamos, mayoritariamente a través de los canales virtuales y con miedo y temor en pequeñas reuniones enmascarados y sanitizados.
Qué paradojal me parece recordar que poco antes de que la pandemia se declarara se legisló y aprobó una ley anti -capuchas, anti -máscaras… que hoy todos infringimos porque que yo sepa, esa ley despachada y promulgada está plenamente vigente. Es decir, hoy todos la infringimos al caminar por las calles con nuestras caras cubiertas. Chistes de la vida que se ríe de nuestros planes y sueños.
Pero luego de estas divagaciones y dispersiones iniciales, me introduzco en un personaje también paradojal, ícono del art decó, una pintora perteneciente a una especie muy rara entre los artistas, rica, glamorosa y anticomunista y que pudo vivir del producto de sus obras durante su existencia: Tamara Lempicka.
María Górska o Tamara Gurwik-Gorska, alguno de ellos su verdadero nombre, nació en una fecha difícil de precisar entre 1895 y 1902 dada su mitomanía que la llevó a reinventar su historia y la empujó a desdibujar sus antecedentes biográficos con tal ingenio que hasta hoy los expertos no logran ponerse de acuerdo. Tampoco está claro si nació en Varsovia, Polonia o lo hizo en Moscú, Rusia. Lo que está medianamente claro es que la suya era una familia acomodada y que su padre se mudó con su familia a San Petersburgo cuando María era una niña. Tan buena era la situación de sus padres que le permitió de adolescente viajar en tren a Italia con su aristocrática abuela (un lujo que solo se podían dar los verdaderamente ricos) y, donde, como repitió muchas veces a lo largo de su vida: “De repente, me encontré con obras pintadas en el siglo XV por artistas italianos. ¿Por qué me gustaron tanto? Porque eran tan claras, tan nítidas…”.
No te juntes con los tontos… se pega, fue su frase más repetida.
Siguiendo la costumbre de su época y su clase social, con apenas 18 años se casó con un abogado ruso: Tadeusz Lempicki con el que tuvo a su única hija, Kizette. Son años de glamour y lujo para esta joven pareja que circula por los salones del zar en vísperas de la Revolución Rusa en 1917. Con el cambio, sus lujosas vidas dan un giro brutal y Lempicki es encarcelado (algunos sostienen que era agente de la policía zarista) y Tamara consigue su libertad a través de múltiples gestiones, en especial las del cónsul sueco que era su amigo y que, a cambio de ciertos favores sexuales, logra la libertad de Tadeusz. Huyen a Dinamarca, donde ella inicia una vida sexual muy activa con múltiples amantes ocasionales, aunque seguía casada con Tadeusz al que no le quedó más que aceptar la situación y cuyo mayor aporte fue el seudónimo con el que se haría conocida. En 1918 se trasladan a París, donde como una forma de obtener recursos, Tamara comienza a pintar, destacando como artista de entreguerras. Tamara ama el lujo, aunque el hambre de los demás esté a su alrededor. Aprovecha todos sus recursos como mujer, que no eran pocos, para lograr sus objetivos. Ambiciosa, fría y egoísta empieza a crear su leyenda, escondiendo la pobreza que la acosaba. Cada atardecer, dejaba a su hija durmiendo para irse a disfrutar de la lujuria nocturna, acompañada de orgías colectivas y de distintas drogas. Era una mujer libre, independiente y transgresora. Al volver a casa, lo hacía bajo los efectos de la cocaína y con el sabor de las pieles de desconocidos de ambos sexos, tan estimulada, que pintaba sus cuadros hasta las primeras horas de la mañana.
Tamara fue por ese entonces alumna de grandes maestros como Maurice Denis o el arquitecto y pintor cubista fauvista André Lohte, pero en su pintura hay una gran influencia de aquellos italianos observados en su adolescencia: Botticelli, Bronzino y del retrato manierista en general.
Cada uno de mis cuadros es un autorretrato. Tamara de Lempicka
Su ambición la llevó a relacionarse con Gabriele D’Annunzio, hecho que se conoció por el relato de una de las sirvientas del poeta. Esta relación habla de su personalidad ya que ella se aproxima al viejo escritor para hacerle un retrato y aprovecharse de su celebridad. A su vez, D’Annunzio lo único que deseaba era acostarse con ella. La visita de Tamara a la casa del Lago Garda acabó mal, porque ni el uno ni la otra consiguieron lo que deseaban, aunque el poeta mussoliniano, adicto a la cocaína -y que tenía una extraña corte en su mansión Il Vittoriale, que fue propiedad de la familia de Wagner- escribirá para Tamara un poema donde la llama “la mujer de oro”. Las malas lenguas que nunca faltan dicen que habría sido mejor que le hubiera enviado el poema de Marinetti que hablaba del «lúgubre coito», ya que la pintora permitió algunos penosos escarceos sexuales. D’Annunzio era un narciso insoportable que a veces dormía en un ataúd, gustaba del histrionismo y estaba seguro de ser un personaje histórico. Pero con todo lo frustrante que parece haber sido la relación entre ambos, D’Annunzio le regaló un topacio que ella llevó durante toda su vida en la mano.
No es necesario creer en lo que dice un artista, sino en lo que hace. Otra de sus frases.
Tamara empieza a tener gran éxito como pintora y se relaciona con la gente más acomodada de su época, se divorcia y empieza una relación con el barón Raoul Kuffner, un enamorado de su obra, que será su amante hasta que enviude y se case con él (aunque en verdad ella se lo había robado a otra amante). En París tendrá diez años de gloria. En sus fiestas se podía encontrar a famosos como André Gide o Greta Garbo. Pagaban fortunas por su obra y algunas de sus modelos, como Rafaella, la prostituta de Marsella, también fueron sus amantes. Retrató a escritores, actores, artistas, científicos, industriales y muchos nobles de Europa del Este exiliados en París.
“Fui la primera mujer que hizo pinturas claras y evidentes; y ese fue el secreto del éxito de mi arte. Entre cien cuadros, es posible distinguir los míos. Y las galerías comenzaron a ponerme en sus mejores salas, siempre en el centro, porque mi arte atraía al público”.
Como comentó en su día Jean Cocteau, la artista adoraba “el arte y la alta sociedad en igual medida”. La bisexualidad de la propia artista, ampliamente tolerada en los círculos en los que se movía, queda fielmente reflejada en muchas de sus obras. Los cuadros de la artista no dejan lugar a dudas en la celebración del cuerpo femenino en toda su potencia y su solidez, y en las demostraciones de amor y atracción sexual entre mujeres.
A finales de los 20 y principios de los 30 logró sus mayores éxitos. En 1929 pintó uno de sus cuadros más famosos, “Autorretrato en un Bugatti verde”, obra que se ha convertido en el icono más famoso y reconocible de la pintura Art Déco. Casi se percibe el perfume a Chanel o la figura carismática del Gran Gatsby…
En 1939, ad portas de la Segunda Guerra Mundial se muda a los Estados Unidos junto a su marido. Tamara escogió un destino aparentemente perfecto para sus aspiraciones y modo de vida: Hollywood. Pero en su nuevo destino solo la consideraron una pintora de fin de semana que usaba el arte como entretenimiento… Tamara de Lempicka no lo sabe aún, pero es ya una mujer de otra época, aunque en la temporada en que vivió en Beverly Hills reinó como una gran dama, como en Europa, ofreciendo fiestas para trescientos invitados a las que asistían celebridades de la época, como Mary Pickford, Charles Boyer o el barón de Rothschild.
El resto de su vida apenas tiene interés. Tenía una sexualidad desbordante que le llevó a frecuentar sexualmente a hombres y mujeres, y a probar las drogas, a organizar fiestas y orgías, en las que se paseaban sirvientes desnudos, pero en las últimas décadas la obra de Lempicka ha sido reivindicada, convirtiéndose en una de las artistas más cotizadas del siglo XX y objeto de deseo de grandes personalidades como Madonna, Jack Nicholson o Carlos Slim, el magnate mexicano, quienes poseen numerosas obras de la artista.
Grandes innovadores del mundo de la moda como Krizia, Dolce & Gabanna, Prada, Karl Lagerfeld, Gianni Versace o Elie Saab le han hecho homenajes a través de sus creaciones. Fue baronesa, se comió la vida, el arte fue para ella lo más importante, no se puso reglas morales, fue una mujer ambigua llena de luces y sombras, medio polaca y medio rusa, una estrella mundial en su tiempo
Así, en 1972, el Museo de Luxemburgo de París organiza una exposición con su obra que vuelve a despertar el interés del público, haciendo que la artista se reconcilie con la crítica.
En 1980, Tamara de Lempicka fallece en México; y por deseo propio, su cuerpo es incinerado y las cenizas esparcidas en las faldas del volcán Popocatepetl.
En el año 2015, la ciudad italiana de Turín recibió en préstamo el célebre retrato «Muchacha en verde» por parte del Centro Pompidou de París que permitió una exposición retrospectiva de su obra en el Polo Reale y el Palazzo Chiablese. En 2019 se realizó una retrospectiva con más de 200 de sus obras en el Palacio de Gaviria de Madrid. A la muestra se le dio el nombre de “Reina del Art Decó” y habría sido todo lo que Tamara soñó ambientada en un escenario de lujo que recordaba lo mejor de la época donde reinó.
En las últimas décadas, se han escrito varios libros sobre su vida y su obra. Uno de los mejores es el realizado por su hija Kizette.
1 comment
Excelente, que artista tan excéntrica. Me encantaron sus pinturas