El libro del fallecido director chileno aterriza en Chile después de varias décadas de haber sido publicado en Italia.
Originalmente escrita en francés y publicada en italiano en 1991, es primera vez que se traduce al español la novela “Todas las nubes son relojes” del cineasta Raúl Ruiz (1941 – 2011), uno de los más innovadores de la segunda mitad del SXX, con 120 películas realizadas en Chile y en el extranjero. Además de director de cine, escribió teatro, poesía y narrativa. Con esta pequeña novela de tintes policiales y 53 páginas, Ruiz confirma su gran estatus de creador completo, donde nada es dejado al azar, menos el valor del tiempo.
El texto fue escrito bajo el seudónimo de Eiyro Waga (un personaje del novelista japonés Seicho Matsumoto). En él, a través de personajes con nombres nipones que se encuentran en Francia, el autor muestra una trama que combina la poesía, el cine y una relación criminal con las imágenes. La obra tiene pocos protagonistas: una script girl, el dueño de la casa donde se hará una filmación, la aparición de una niña que supuestamente muere porque es alcanzada por un rayo y un inspector de policía que también se desempeña en diversos rubros, entre ellos es maestro de siluetas chinas y médico. La poética de Ruiz en el papel se respira de inmediato con descripciones cinematográficas y diálogos inteligentes que van construyendo paso a paso a paso una historia que a todas luces no deja de sorprender. La intriga es policial, pero también está intensamente cruzada por una conmovedora y sutil historia de amor que se va forjando entre los protagonistas.

La clave de toda la trama es el título de la novela: “Todas las nubes son relojes” que se inspira en la conferencia del filósofo Karl Popper sobre la dicotomía que existe entre la regularidad y perfección de los relojes y lo impredecible de las nubes. En pocas palabras, el determinismo e indeterminismo que tienen los distintos sistemas para convivir y existir.

En 1988, Raúl Ruiz estrenó la película inspirada en este libro con Jessica Forde y Alain Sachs como protagonistas. En una carta dirigida a Pascal Bonitzar, profesor en FEMIS (Instituto de Cine de París), al principio del libro, el director de cine le cuenta que va a empezar a filmar la cinta y que en ella combina toda esta estrategia de lo voluble de las nubes y la precisión de los relojes. También hace otras revelaciones: “El segundo problema que presenta nuestro cuento concierne a la naturaleza “criminal” de cada actividad cinematográfica y literaria: la superstición según la cual la fotografía es un robo o un crimen. Que cada narración es una delación o una mentira. Que grabar un filme no es solo mostrar la muerte en la obra, filmar quiere decir matar”.
Creo, personalmente, que además de la muerte y del robo de imágenes en las fotos y el cine, es la misma vida la que trae de vuelta el talento de Ruiz con este libro que despierta sentimientos encontrados y vuelve a revivir la figura de personajes malos y buenos al mismo tiempo, llenos de dudas, que se esconden en puestas en escena en casonas, detrás de sombras chinescas, redenciones o amores ocultos. Se trata de la esencia misma de la construcción de un relato, del cine y las fuerzas de la naturaleza. El lirismo siempre presente en un cineasta, poeta, dramaturgo y narrador con una obra que resalta la sublimación de la belleza a toda prueba. El eterno resplandor de una novela y un horizonte.