Los tres líderes de la Revolución Rusa tuvieron su tren. El más famoso, “Krásnaya Strelá” o “Flecha Roja” de Stalin. Se le llamó el “tren de la muerte”. Hoy se le conoce como el “tren del amor” en su ruta de Moscú a San Petersburgo. En cambio, el presidente Boric viajó en el tren sin nombre de una revolución por ahora imaginaria, sólo con la historia y el librillo de la Constitución azul estrellada de la esperanza. Viajó defendiendo y arriesgando con la audacia de siempre lo imposible. En su nuevo relato sobre líneas y movimientos en fuga, no alcanzó el territorio robado de las personas por la muerte y el fuego más allá de la estación del olvido. No descubrió el “sur profundo” y abisal de la guerrilla delincuencial terrorista, ni menos a la frontera poética de Teillier, porque en estos dos lugares ya no hay estaciones ni durmientes. Allí, los restos de los rieles inservibles y desmantelados por el paso del tiempo y la historia neoliberal, quizás ya se los robaron por órdenes del comandante Llaitul para comprar armas y pertrechos. Viajó abriendo viejas ventanas negociadoras en medio de su modelo de mundo, de su universo subjetivo repleto de sueños que por momentos parecieron desaparecer.
En su “Tren al Sur”, cuenta que se encontró con el poeta “de la frontera”. Teillier escribió “Cuando yo no era poeta/ por broma dije que era poeta/ aunque no había escrito un solo verso/pero admiraba el sombrero alón del poeta del pueblo…” Dicen que el presidente Boric escribió el mismo verso, pero que reemplazó la palabra poeta por político, y el sombrero alón por una boina pampina … No durmió en el tren por no llevar un Coche Salón Presidencial. A cambio, se llevó los “Los trenes de la noche”, y leyó: “Los pinos descortezados y nudosos / pasan interminablemente delante de nosotros/, / y nos miran hasta que nos damos cuenta/ de que su rostro es su rostro/ de nuestros verdaderos antepasados”. Reflejados en las ventanas algo sucias y opacas, recibió el saludo cadavérico de los muertos y también la mirada en silencio de los que bien vivos acampan bajo las araucarias y toman desayuno con tortilla de rescoldo y mantequilla de Piñón. Y sintió por momentos “un viento de locos”, y que “el cielo caía con las hojas del árbol de la memoria”.
Dicen que un día de ira y lleno de desesperanza arrojó el librillo futurizo después de intentar comprender unas líneas que nunca mencionó. Con una sonrisa alcanzó a ver que cayó sobre una boñiga de vaca. Luego pidió una cerveza, y se fue a dormir una siesta. Mañana tenía que hablar como político de la recuperación del tren como medio de transporte. Y él, que siempre quiso ser poeta, insultó al destino… Bueno, un poeta político, y pidió consejo al autor de las buhardillas encantadas.
Y el poeta le habló cuando amaneció el último carro.
“Veré nuevos rostros/ Veré nuevos días/ (…)”, llenos de esperanzas.
De pronto, “Un viento de otra estación, se llevó la mañana (…)”.
Y divisó asombrado el ramal olvidado de una nueva convención. Siguió apesadumbrado su viaje en un tren silencioso. Y prometió qué al llegar, cambiaría el patio de los naranjos por un lugar de araucarias si ganaba la nueva Constitución. Allí votarían los poetas muertos.
Ya de vuelta, sólo un verso de Teillier no se lo pudo sacar de la cabeza. (…) “Seré olvidado”. ¿Lo seré? Se preguntó. Y le respondió el insomnio en la hora de la conciencia y del pensar profundo. Y lo saludó la angustia del amanecer, la peor de todas.
En el próximo viaje, el presidente de seguro llevará un Salón Cama Presidencial y escribirá un poema antes de llegar a la estación ¿fantasma? del Apruebo que es Rechazo y del Rechazo que es Apruebo.
¡Qué oscuridad más visible!
(Fragmentos poéticos en comillas de Jorge Teillier).