Una condena tardía y necesaria

por Antonio Ostornol

Durante la mañana del sábado primero de abril, bajo la carpa del “Teatro por la vida”, lugar ceremonial situado en el “Parque por la paz: Villa Grimaldi” (sitio de memoria), participé junto a mi familia en un responso por la memoria de mi prima Ida Vera Almarza. Ella fue detenida el año 1974 y, desde entonces, está desaparecida. Entre tanto, la dictadura incluyó su nombre en la llamada “Operación Colombo” o el caso de los “119 desaparecidos”. Aunque íntimamente siempre supimos que su destino había sido la muerte, las mentiras y encubrimientos siempre mermaron esta convicción, haciendo de la esperanza más un dolor que un alivio. Pero a principios de abril, la Corte Suprema revocó una sentencia anterior y condenó a presidio efectivo a 59 ex agentes de la DINA, incluidos varios altos oficiales. Mis primas, sus hermanas, podían despedir a la Yiyita: la justicia, casi cincuenta años después, les daba un poco de alivio. 

La ceremonia fue sencilla. Principalmente estábamos los familiares, algunos amigos de mi prima, quizás uno que otro compañero o compañera de militancia, representantes del Colegio de Arquitectos. Porque mi prima era arquitecta y, al momento de su detención, ejercía como tal. Por esta razón el Colegio se involucró oficialmente y acompañó a la familia en el patrocinio de la querella por secuestro calificado de la Yiyi. Esta no era la primera vez que estaba en Villa Grimaldi. Pero este sábado reciente se sentía más. No hacía demasiado calor, el día brillaba y, aunque parezca cursi decirlo, lo digo igual porque es verdad: los pájaros cantaban. Como una música sutil que acompañaba las palabras del sacerdote, me hacía desconcentrarme de la ceremonia y tomar conciencia del lugar. En ese lugar había funcionado el cuartel “Terranova” de la DINA. Desde ese lugar, desaparecieron compañeros de mi colegio, camaradas de mi partido, mi prima. En Villa Grimaldi, el año 1975, estuvo mi padre, alrededor de una semana. Luego apareció en “Tres Álamos” (el campo de concentración ubicado en el corazón de La Florida). Tuvo suerte, la que le faltó a mi prima.

Dicen que ella fue vista por algunos sobrevivientes en diversos centros de tortura. Dicen que estuvo en la Clínica Santa Lucía (ciertamente, clínica secreta) y la “Venda sexy” (otro de los centros de tortura clandestinos de la DINA). Desde su detención, hubo noticias –inciertas la mayoría de las veces- durante unos ocho meses. Luego fue el silencio, la tortura que se extendió a la ausencia cotidiana y la incomprensión de mis tíos, a su incredulidad, a su pena por la pérdida sin explicaciones.

Eso terminó cuando se publicó en Argentina y Brasil, en medios impresos de dudosa existencia, que, en enfrentamientos armados entre grupos políticos de izquierda, habrían muerto 119 personas, las que, curiosamente, habían sido denunciadas con mucha anterioridad como detenidas y desaparecidas.  En esa lista estaba mi prima. Era su certificado de defunción emitido de manera abyecta: una trama urdida desde el gobierno dictatorial, en concomitancia con las dictaduras del barrio, para ocultar sus crímenes y revictimizar a las familias de los desaparecidos. El ardid contemplaba la concurrencia de medios nacionales que, con mano mora, orquestaran la puesta en escena. Un resumen de lo obrado por los diarios chilenos se aprecia en la siguiente cita: “A partir de lo informado por las dos publicaciones extranjeras y a los cables de la agencia UPI que habían informado del hallazgo de los cuerpos calcinados en Buenos Aires, los principales medios de prensa de Chile comenzaron a replicar en las siguientes semanas las noticias de estos supuestos enfrentamientos, con titulares como «Matanza entre miristas deja al descubierto burda maniobra contra Chile» (La Tercera, 16 de julio), «Sangrienta «vendetta» interna hay en el MIR» (Las Últimas Noticias, 16 de julio), «Feroz pugna entre marxistas chilenos» (La Segunda, 18 de julio), «Identificados 60 miristas asesinados» con el epígrafe «Ejecutados por sus propios camaradas»— (El Mercurio, 23 de julio), «El MIR ha asesinado a 60 de sus hombres» (La Tercera, portada del 23 de julio) y «Sangrienta pugna del Mir en el exterior» (Las Últimas Noticias). El vespertino La Segunda, sobre la base de la publicación de Novo O’Día, tituló el 24 de julio de 1975, en primera plana, «exterminados como ratones», texto acompañado del epígrafe «59 miristas chilenos caen en operativo militar en Argentina»”.Vale la pena mirar la portada de “La Segunda”. Es reveladora:

La sentencia de la Corte Suprema de Justicia puso punto final a una operación de encubrimiento que tomó casi cincuenta años desentrañar. La verdad jurídica consagró la verdad que siempre supimos: todo fue un montaje y los 119 hipotéticamente muertos habían sido detenidos, torturados y hechos desaparecer por la dictadura chilena. Para los familiares de las víctimas, se cierra un capítulo, rescatando en buena medida la verdad y recibiendo, aunque muy tarde, un necesario acto de justicia. Faltan los cuerpos (siguen desaparecidos) y eso hace perdurar el dolor ancestral, como tan bien lo sabía Antígona cuando se rebela frente a la orden del rey para dejar insepulto el cadáver de su hermano.

Mientras la ceremonia seguía su curso, un grupo de visitantes del museo de sitio “Parque por la paz Villa Grimaldi” hacía el recorrido por los diferentes lugares marcados en la visita. Vieron el portón, las zonas de Celdas y Salas de Torturas, las gradas de una escala que tenía estilo y muchos sobrevivientes reportaron. En esos lugares estuvo mi prima y también mi padre. Y muchos más.

Se estima que allí hubo 4.500 detenidos y casi doscientos cincuenta de ellos fueron hechos desaparecer desde este lugar. Hoy es un lugar patrimonial (también intentaron hacerlo desaparecer) y su visita debiera ser parte fundamental de nuestra memoria. Lo que allí ocurrió no tiene precedentes en la historia reciente de nuestro país.  Ni tampoco con lo que ha sucedido después de la dictadura. Muy por el contrario, la evidencia del horror ejercido sistemáticamente por personeros del estado, como parte de una política pública destinada al extermino de los opositores políticos, fue un hecho inédito en la era democrática previa a la dictadura. ¿Cómo un país puede llegar a un punto donde se puede concebir que es necesario exterminar a los adversarios? Lamentablemente, este no es un fenómeno de solo buenos y malos. Las lógicas de la guerra son la antesala de los abusos, violaciones a los derechos humanos y las políticas de exterminio. Detectarlas, anticiparlas, evitarlas, debiera ser parte de los aprendizajes para que nunca más nos ocurra algo similar a lo vivido durante la dictadura.

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3 comments

Rosario abril 13, 2023 - 2:13 pm

Antonio , como siempre tan fiel y real a la historia , volví a vivir ese tan triste pasado ese pasado q nunca se olvida , porq como tu dices aun no aparecen los desaparecidos …

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Fernando Moure Rojas abril 13, 2023 - 3:04 pm

Viví una experiencia similar el 2014, en el Museo de la Memoria; un homenaje póstumo, un rescate de recuerdos; un sepelio friccionado en nombre de los hermanos Patricia y Fernando Peña Solari, una despedida dolorosa e incompleta. Ellos también fueron incluidos en aquella vergonzosa y criminal lista de los 1119; de ellos hay en el patio de dicho museo unas esculturas fotográficas. También sus nombres figuran en medio de los rosales de Villa Grimaldi. Gracias Antonio por tus palabras, abrazo

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Verónica Neumann abril 13, 2023 - 8:43 pm

Se agradece el relato Antonio Ostornol. Hace unos días posteaba en Facebook a propósito de un Estado que se moviliza por cielo mar y tierra buscando a los responsables del asesinato de carabineros. Es lo que corresponde. Pero no fue así para tu prima junto a tantos otros seres humanos , chilenos, que aún permanecen en esa condición de desaparecidos que coloca al ser humano en una suerte de cápsula donde el tiempo se detuvo.
Nunca más sabremos de ellas.
Faltando poco para los 50 años del golpe militar enfrentamos el dolor de ver carabineros asesinados porque quienes han cometido estos hechos no son delincuentes, son asesinos sin color político, sin escrúpulos, sin Dios ni ley.
La inmensa diferencia con los ejecutados, los torturados, los detenidos desaparecidos es que hoy el Estado de Chile se moviliza a toda máquina para dar con el paradero de estos desalmados. Durante décadas nadie movió un solo dedo a nivel de Estado para buscar a los responsables de las victimas de la Dictadura Militar.
Recibir “ Justicia “ como apuntas , 50 años después , es un consuelo pero no repara un ápice lo sucedido, ni castiga tampoco la complicidad siniestra de los medios de comunicación. Un abrazo

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