Una misa de difuntos.

por Patricio Escobar

La mañana era definitivamente gris. No fría, pero gris y nada indicaba que el sol pudiera hacer algún tipo de entrada triunfal en algún momento. Era otra mañana de otoño en Santiago de Chile. A espaldas de un grupo bastante nutrido que ocupa la entrada de la iglesia, Danilo se empina para tratar de ver dónde se encuentra su amigo Gastón. Habían quedado de encontrarse en la puerta, pero llegó al lugar cuando ya habían pasado veinte minutos de la hora fijada. En realidad, conociendo desde hace décadas el sentido de la puntualidad de su secuaz en tantas batallas, Gastón entró en cuanto pudo y reservó un lugar a su derecha en una de las últimas bancas, ubicando el maletín en que acostumbra a llevar incontables cosas que nunca ocupa. No es que el recinto estuviera tan abarrotado de gente, pero sí había la necesaria para poder hablar de un funeral digno. Finalmente, y haciendo el suficiente ruido como para incomodar a la mitad de los asistentes, Danilo llegó al lugar reservado. Su amigo hacía esfuerzos por parecer por completo ajeno a un sujeto tan poco comedido con el ambiente de recogimiento que imperaba en el lugar, pero que se ha sentado a su lado y se inclina para hablarle.

  • ¿Llegaste hace rato?
  • Claro. A la hora en que quedamos.
  • Ah, cierto.

Adelante, apoyando sus manos en el altar, un cura enjuto y de rostro macilento al que, a pesar de su oficio, los años no han tratado bien. Realiza con cierta desgana los sortilegios del caso, mientras recita una letanía que poco se entiende en el fondo del recinto. Gastón le sigue el hilo, debido a su amplia cultura religiosa con primera comunión y confirmación incluidas, pero su incipiente sordera le impide lograr de desentrañar por completo la dicción endemoniada del clérigo. Danilo ve el espectáculo con el desinterés propio de un ateo y con la emoción que pondría en un circo pobre, al ver el número de un perro que da la mano. Tratando de distraerse, interroga a Gastón:

  • ¿Quiénes son esos?

Estirando los labios como si lanzara un beso a la distancia, señala a un nutrido grupo que ocupa las bancas delanteras en ambas naves de la iglesia. Parte de ellos solloza con muy poca elegancia y contención, mientras que media docena llora estentóreamente.

  • Son los comunistas.
  • Ah, claro.
  • ¿Ya viste si llegaron tus compañeros socialistas?
  • Sí. Hay varios, pero están todos dispersos. Como siempre.

El público se ha puesto de pie mientras el cura, haciendo un extremo esfuerzo por modular mejor, lo que solo logrará en las primeras frases, fija la vista en el fondo de la iglesia e inicia su alocución.

  • Hermanos, hoy nos hemos reunido para dar el último adiós a la Clase Obrera.

Llantos y sollozos estallan en las primeras filas, mientras unos y otros tratan darse consuelo con intentos de abrazo y sobajeos de espalda. Los socialistas, ubicados en distintos lugares de la iglesia, no prestan particular atención y, en la medida que pueden, conversan y comparten los últimos videos de mascotas aparecidos en Twitter. Se han hecho presentes, pero como se asiste al funeral de una tía lejana, con la que había una relación no fría, pero sí algo distante y ya un tanto protocolar. Intentando nuevamente entablar conversación, Danilo se inclina hacia su amigo.

  • ¿Te enteraste que hubo una trifulca hace un par de semanas por acá?
  • Sííí, yo estuve.
  • Parece que hubo violencia extrema…
  • Algo así, pero tampoco tanto. Estábamos en el funeral de la Clase Media, y de pronto uno se asomó por la puerta y dijo en voz alta, interrumpiendo justo el momento de la consagración del pan y el vi…
  • Tú debes ser el único que todavía se sabe esas cosas …
  • ¿Quieres que te cuente, o no?
  • Si, sí, claro. Disculpa.
  • Bueno… Se asomó por la puerta y dijo: “¿Vieron? Les dije que la vieja se había muerto”. Ahí se armó la trifulca. La Democracia Cristiana, que estaba en pleno, o lo que queda de ella, lo salieron persiguiendo hasta la plaza de enfrente, allí lo alcanzaron y le dieron como a un bombo en fiesta. Unas veteranas más histéricas lo querían crucificar y quemar en la misma plaza. Mientras, el tipo alegaba que él era solo el mensajero, que lo soltaran. En fin…, la política siempre tiene ese puntito divertido…

Independiente de la amena charla en el fondo, el cura continúa con su liturgia y dedica largos minutos a recordar la vida y obras de la difunta.

  • … La clase Obrera nos ha dejado. Es cierto que ya no estaba en la flor de la juventud, pero tampoco era tan añosa. Hay otros que están peor, pero aún siguen, pero no voy a nombrar a nadie. Nos quedan en la memoria innumerables momentos vividos con ella. Largas luchas compartidas y también ciertamente incontables derrotas. Marx, ese tribuno impío que la presentó en sociedad hace más de siglo y medio, insistió de manera tozuda hasta el último de sus días, en que ella nos llevaría hasta el nuevo mundo. No nos explicó cómo, es cierto, y ya que estamos, tampoco la manera de transformar los valores en precios. Pero bueno… este no es el lugar, hoy sobran las palabras…

La nueva pausa ha reavivado las sonoras expresiones de dolor de la bancada comunista, mientras los socialistas han hecho un grupo de WhatsApp para comentar las incidencias y compartir bromas.

De pronto, por el pasillo central, avanza en silencio un grupo pequeño, vistiendo chaquetones azul marino, con el cuello levantado y gruesos bototos ya gastados que retumban en la nave de la iglesia a cada paso que dan. Llevan entre las manos una corona de flores rojas, más pequeña que la ofrendada por los comunistas, pero igual vistosa. Con paso marcial se han acercado hasta el féretro de la Clase Obrera, donde tratan de tomar posiciones para hacer una guardia. Pero un grupo de comunistas los corretea hacia atrás con algunos empujones. Todo adrezado con más llantos, sonoros sollozos y uno que otro “qué, qué pasa comunista c…”.

Uno de los frustrados guardianes se ha aproximado hasta Danilo y lo saluda con un gesto de confianza. Gastón, con curiosidad, le interroga en voz baja.

  • ¿Y este quién es?
  • Son los miristas.[1]

Gastón, sin muchas referencias sobre el caso, se dirige al recién llegado.

  • ¿Ustedes ubicaban a la difunta?

Gastón interroga al mirista, quien, un tanto ofendido, no oculta una expresión de desagrado. Mientras tanto, Danilo hace esfuerzos por no echarse a reír, semejando más que nunca la risa contenida de Patán, la mascota de Pier Nodoyuna (si algún millennials está leyendo, puede consultar Youtube.com).

  • … Bastante. En los últimos años estuvimos más alejados, pero fuimos muy cercanos hace un tiempo.
  • ¿Y cómo cuándo sería que fueron tan cercanos? No es por molestar en todo caso ah… (Gastón detecta en el recién llegado, una cierta incomodidad provocada por su intervención).
  • No pasa nada. Tranquilo. Si estuviera molesto, ya te habrías dado cuenta. (Gastón traga saliva). La verdad es que, para ser bien exacto, desde principios de los años ochenta que no nos encontrábamos con mucha frecuencia. Más o menos cuando empezó con sus achaques.

Gastón ha cambiado de lugar con Danilo, mientras éste se afana en que los socialistas de las bancas cercanas lo pongan en el grupo de WhatsApp. Y entabla una amena conversación con su nuevo interlocutor.

  • Yo reconozco que no la ubicaba mucho. Esta cosa de los sindicatos siempre me pareció como simpática, pero no mucho más. Como buen Demócrata Cristiano que soy, vine al funeral de la Clase Media y también espero venir al de la Burguesía.
  • Eso estará más complicado. Lo último que se ha sabido de ella es que está cada día más gorda, rentista y abusadora. Pero sana como una lechuga hidropónica.

Danilo, con sus lentes en la punta de la nariz, lee con atención el último mensaje del grupo socialista y, con el teléfono aún en la mano, se vuelve hacia sus acompañantes con una primicia.

  • ¿Saben de qué murió la Clase Obrera?

Gastón y el mirista (que todavía se resiste a entregar su nombre o siquiera su chapa; prefiere que lo sigan llamando así), interrumpen abruptamente su conversación, evidenciando sorpresa. El mirista se sube un poco más el cuello de su chaquetón marinero y Gastón ahora abraza su maletín. Danilo estira la expectación viendo alternativamente los rostros de sus interlocutores, como si estuviera frente a una pantalla de “Pong”.

  • Lo último que se ha sabido es que no murió de vieja. La-ma-ta-ron (dice recalcando cada sílaba)

Gastón y su nuevo mejor amigo tienen los ojos como huevos fritos. No pudiendo salir de su perplejidad y sorpresa, interroga.

  • Pero ¿quién pudo haber asesinado a la Clase Obrera?
  • Internet (responde con una sonrisa enigmática Danilo.) Eso me acaba de llegar por WhatsApp.

Ciertamente la aparición de Internet fue acelerando la fragmentación productiva y la deslocalización de los procesos de fabricación de bienes. La globalización dio lugar a una nueva división del trabajo, en que los procesos industriales se radicaron en países que basaban su competitividad en una abundante oferta de trabajo y bajas remuneraciones. Paulatinamente los procesos manufactureros fueron migrando hacia estas regiones y ello acabó en una profunda reestructuración de la ocupación en sus países de origen, con un fuerte sesgo hacia la producción de servicios, pero de baja calificación.

El mirista, aún algo atónito, deja entrever un cierto escepticismo.

  • Bueno, pero en ese caso, la vanguardia revolucionaria que construirá el socialismo tendrá que ser otro segmento de la clase trabajadora. ¿O no?
  • Um… Eso no es tan claro (interviene Gastón). La diferencia que tenía la clase obrera con otros segmentos de trabajadores se relaciona con que, en los procesos industriales, los obreros podían percibir materialmente el plusvalor; lo podían tocar. Por ejemplo, si un obrero fabrica mil piezas en un periodo y cada una se vende a diez pesos, el valor de la producción será de diez mil pesos, ¿verdad? Si en ese periodo su remuneración es de cinco mil pesos, él puede saber con toda claridad que la producción que resulta de la mitad de su jornada es solo plusvalor del que se apropia la burguesía. De allí la conciencia de clase. No proviene del “altísimo”, sino que tiene un origen material. (Gastón se persigna después de mencionar al altísimo).

Ahora son los rostros de Danilo y el mirista los que dibujan una interrogante y cierta incomodidad, porque realmente entendieron más o menos la mitad de la sesuda explicación.

  • Cómo se nota que has leído bastante sobre el tema y tienes gran dominio de la economía política (acota con sincera admiración el mirista).
  • Bueno, lo que pasa es que tuve un profesor de economía que era notable (señala Gastón, mientras eleva su vista hacia el cielo). Además, dentro de la fracción anarquista de la DC, pertenezco a la “corriente revolucionaria auténtica”. Ahí todos somos súper leídos.

El mirista no termina de dilucidar si Gastón le está tomando el pelo o solo se trata de un demente. Pero, al final prefiere ir a lo sustantivo…

  • Pero me queda una duda. En la economía, las principales actividades están relacionadas con la producción de servicios y es allí donde se concentra la mayor proporción de asalariados actualmente. ¿Por qué no pueden tener conciencia de clase?
  • Claro que pueden tenerla y ser conscientes de la explotación capitalista. Pero es más difícil. La vendedora de una tienda en un centro comercial enfrenta dificultades mucho mayores a la hora de identificar la magnitud de la plusvalía y, por tanto, de la explotación que sufre. Que pueda desarrollar su conciencia de clase, requiere un esfuerzo organizativo y de movilización mucho mayor. Puede tener la convicción de que es explotada, pero la evidencia le es muy ajena…
  • Um… Cierto. ¿Es como eso de creer en dios, o no? (busca aclarar el mirista).
  • No. Nada que ver. La presencia de dios en nuestros corazones es una experiencia sensible que tenemos la fortuna de experimentar los creyentes (Gastón lleva su mano un poco más arriba de la boca del estómago).
  • ¿Eso no serán gases? Tenía una tía que…

Danilo hace esfuerzos por contener la risa, que no resultan muy efectivos y acaba interrumpiendo al mirista y sus consejos de salud. No obstante, para mostrar que está atento al debate y además aliviar el sentimiento de ofensa religiosa que está experimentando Gastón, comenta:

  • Yo creo que hay un detalle que no están considerando. ¿Internet es el autor del crimen o solo es el arma homicida?

El mutismo se instala nuevamente en los dos interlocutores, al tiempo que Danilo se aleja hacia el centro de la iglesia, porque se acerca la parte que más disfruta de las misas católicas. Entre tanto, el mirista parece pensar en voz alta.

  • La impresión que yo tengo, es que, si bien la tecnología nunca ha sido neutra en los procesos sociales, también es claro que las cosas no actúan por sí mismas y, en este caso, Internet ha sido el instrumento de un nuevo patrón de acumulación de capital. Si es así, la Clase Obrera habría caído bajo las propias lógicas de acumulación que impone la Burguesía.

Gastón asiente en silencio y el mirista parece despertar de un trance, admirándose de la epifanía de que ha sido objeto. El encanto lo rompe Danilo, que regresa un tanto inquieto, preguntando:

  • ¿Resolvieron el problema de la revolución? Porque, me van a perdonar, pero sin vanguardia revolucionaria no hay revolución. ¿O no? Además, ¿qué va a pasar con la lucha de clases?

La repentina intervención de Danilo ha dejado a los interlocutores nuevamente descolocados. En ese mismo instante se producen movimientos entre la gente y alguien pregunta por un tipo bajito de bigotes. Danilo se hace el desentendido. Pero Gastón, que lo conoce bastante…

  • ¿Qué hiciste?
  • Nada (la cara de Danilo es como la de Silvestre con las plumas de Piolín en la comisura de los labios. Youtube, again).

El mirista, que ha visto a Danilo tratando de pasar inadvertido, se ha movido hacia otro grupo y ahora regresa con más información.

  • Parece que exageraste un poco con eso de “dar la paz” a las señoras de adelante. Hay unas feministas del PC que quieren hablar contigo, Danilo.

Danilo, tratando de salir del trance.

  • Bueno, pero no nos distraigamos en medio de los malos entendidos y lo anecdótico. ¿Qué pasará con la revolución? Insisto en que, si la Clase Obrera está muerta, no hay vanguardia, y sin vanguardia no hay revolución, y sin revolución estaremos igual de mal que ahora, pero sin esperanza alguna.
  • Yo insisto (acota Gastón), que la Clase Obrera es insustituible, puesto que tiene todos los atributos que ya señalamos. Pero eso no significa que no haya un nuevo actor que encarne la contradicción con la Burguesía y, por tanto, encabece la lucha de clases. Puede que sea más difícil la construcción de su identidad, su movilización y su organización. Pero no se puede olvidar que seguiremos en un sistema social fundado en la extracción de valor y en la apropiación que de él realizan los dueños del capital. La desaparición de la Clase Obrera supone un paso atrás en la Historia, no el fin de esta.

El mirista y Danilo están que aplauden, y con dificultades logran contener la emoción.

En algún momento, el cura dio por finalizada la liturgia o eso se entendió y la gente comienza a salir del recinto. Cabizbaja, la multitud avanza, dirigiéndose hacia la luz (la puerta de salida, en realidad), igual como los cristianos caminaban hacia el martirio en la arena del Coliseo romano, en la escena final de la película Quo Vadis de 1951, dirigida por Mervyn LeRoy (número fijo de la programación televisiva de Semana Santa).

  • ¿Y qué hacemos ahora?  (Interroga el mirista con una inquietud casi leninista).
  • ¿Nos conseguimos unas cervezas…? (Aporta Danilo).
  • No. O sea…, también. Pero yo decía, con nuestras vidas.
  • Ah… Yo creo que más o menos lo mismo.

Como en el final de un spaghetti western, se recorta la silueta de nuestros héroes mientras caminando se alejan hacia el ocaso. Compartiendo tips y consejos para enfrentar las luchas venideras, se disponen a celebrar la unidad de las fuerzas progresistas.


[1] “Mirista”: militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Organización revolucionaria surgida a mediados de los años sesenta del siglo XX en Chile.

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