Wilde y “Bosie”. O cómo perder la razón por unos ojos azules.

por Cristina Wormull Chiorrini

¡Oh, el más dulce de los muchachos, el amado de los amores! Mi alma se adhiere a tu alma, mi vida es tu vida, y en los mundos todos del dolor y el placer tú eres mi ideal de admiración y alegría. (fragmento final carta de Oscar Wilde a Bosie, antes de ser condenado)

En estos días previos a la elección de un nuevo presidente para Chile, donde todos los ojos, los suspiros y los anhelos están pendientes de lo que pasará el próximo domingo 19 en una votación polarizada hasta el extremo, es difícil pensar en una crónica que desvíe la atención de la política contingente para volcarla a la historia.  Pero, como la escritura y la investigación son una adicción difícil de abandonar, quise ahondar en la historia de amor que llevó a uno de los más grandes escritores del siglo veinte a la prisión y a morir apenas cumplidos los 46 años en la más completa ruina y habiendo abandonado la escritura.

Oscar Wilde fue y es uno de los escritores que más he admirado, no solo por sus brillantes cuentos, sus espléndidas obras de teatro donde se burlaba sin tapujos y con una notable y aguda ironía de la sociedad de su época y, por supuesto como admiradora de su increíble novela El retrato de Dorian Grey que, en su versión completa es uno de los relatos donde mejor se ha logrado transmitir, desde el escritor al lector, una magnífica sensualidad que se palpa y se huele en cada frase y párrafo de la historia.  Esta novela perteneciente al decadentismo, que se ha transformado en un clásico de la literatura y que Wilde autocensuró para lograr publicar, fue calificada en ese entonces como homoerótica y provocó una gran controversia y escándalo. De la autocensura de Wilde, se supo cuando se descubrió el manuscrito original donde el autor quitó algunos de los párrafos románticos y matizó referencias a la relación homosexual entre Basil Hallward con Dorian Gray.

Allí se ve claramente, cómo tachó la confesión de que «el mundo se vuelve joven para mí cuando sostengo su mano» o, el cambio del tono en el reemplazo de la palabra belleza, con la que Basil se refiere a Dorian, por el término «aspecto bueno». También «pasión» se convierte en «sentimiento» y, muchas otras que no es el caso enumerar ahora.

No puedo soslayar que Wilde dejó, además, una colección de insuperables frases donde queda plasmado todo su ingenio.

La conversación recayó sobre ti, y tu madre empezó a hablarme de tu carácter. Me habló de tus dos defectos principales, tu vanidad y, según sus palabras, tu «absoluta inconsciencia en materia de dinero». Recuerdo muy bien cómo me reí. No tenía ni idea de que lo primero me llevaría a la cárcel y lo segundo a la quiebra. De profundis (fragmento), Oscar Wilde.

Sin embargo, este brillante Wilde conoció cuando tenía 36 años a quien, en sus propias palabras sería “el amor de su vida”, cuando una tarde nefasta, Alfred Douglas, acompañó a un amigo a tomar té a su casa en Londres.  Corría 1891, el mismo año de la publicación del Retrato de Dorian Gray y por ese entonces Wilde era un hombre de familia junto a su esposa Constance y sus dos hijos.  Su carrera estaba tapizada de éxitos y solo se le criticaba un excesivo dandismo. Ese aciago día, Wilde sintió lo que damos en llamar un “amor a primera vista”, mejor sería calificarla como una atracción fatal y el escritor se sintió perdidamente seducido por la belleza de este muchacho de 21 años al que apodó desde entonces “Bosie”, que se podría traducir como “muchachito o jovencito” en francés. Douglas, que había nacido en medio de la más rancia nobleza escocesa, escribía poemas, admiraba a Oscar y también, se sintió fuertemente atraído por Wilde. Su padre era John Sholto Douglas, el marqués de Queensberry, un hombre poderoso, el impulsor del boxeo moderno, promotor de las Reglas del marqués de Quensberry.

Pensé que la vanidad era una especie de flor airosa
en un hombre joven; en cuanto a la prodigalidad -porque pensé que no
se refería más que a la prodigalidad-, las virtudes de la prudencia y el
ahorro no estaban ni en mi naturaleza ni en mi estirpe. Pero antes de
que nuestra amistad cumpliera un mes más empecé a ver lo que realmente quería decir tu madre. (De profundis, fragmento)

Oscar empezó a dedicarle cada vez más tiempo a Bosie… Se les veía juntos en todas partes y como el escritor era muy conocido, este hecho despertaba los rumores.  Wilde y Douglas/Bosie “eran una pareja extraordinaria y se complementaban de mil maneras. Oscar había alcanzado la originalidad de pensamiento y poseía la cultura de la erudición, mientras Alfred Douglas tenía juventud, rango y belleza, con un don de expresión insuperable”, afirma Frank Harris, autor de la biografía Vida y confesiones de Oscar Wilde.

“…hasta el más valiente de nosotros tiene miedo de sí mismo. Todos los impulsos que nos esforzamos por estrangular se multiplican en la mente y nos envenenan. (…) La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. Si se resiste, el alma enferma, anhelando lo que ella misma se ha prohibido (…) Usted señor Gray, usted mismo todavía con las rosas rojas de la juventud y las blancas de la infancia, ha tenido pasiones que le han hecho asustarse, pensamientos que le han llenado de terror, sueños y momentos de vigilia cuyo simple recuerdo puede teñirle las mejillas de vergüenza…” Fragmento de la novela de Oscar Wilde El retrato de Dorian Gray, publicado en 1891.

Las salidas de los enamorados se fueron convirtiendo en un derroche de dinero… iban a restaurantes y hoteles de lujo, y Bosie introdujo a Oscar en círculos de jóvenes viciosos y prostitutos que él amaba frecuentar.  “Oscar Wilde no sólo era un incrédulo; tenía toda la despreocupada confianza del artista que ha ganado popularidad mundial y tiene el halo de la fama en su frente. Con gran corazón y ojos sonrientes, se fue a su destino sin sospechar nada” (Frank Harris). Por supuesto, los gastos pronto superaron los ingresos de Wilde y éste se vio obligado a escribir varios textos en un tiempo mínimo, textos que no se pueden considerar como lo “mejor” del escritor.

El padre de Bosie montó en cólera al conocer los rumores sobre la relación de su hijo con Wilde.  Le escribió a Bosie amenazándolo con desheredarlo si continuaba su relación con el escritor, pero no obtuvo resultados.  Los amantes desafiaban a la sociedad de su época y en el colmo de su ira el marqués le dejó una nota pública a Wilde que decía: “Para Oscar Wilde, ostentoso sodomita”.  Wilde se indignó y tomó la decisión de acusar de difamación a Queensberry. Esto fue el comienzo de los días más terribles de la vida de Oscar que luego de tres juicios, el primero como denunciante, pero los dos siguientes como denunciado, fue condenado a dos años de trabajos forzados por “ultraje a la moral pública” un sinónimo de homosexualidad o sodomía.  Wilde sufrió lo indecible en prisión en una celda de cuatro por dos metros donde debía permanecer 23 horas del día y sin poder recibir visitas y con serias dificultades para conseguir materiales para escribir. Los trabajos forzados a los que fue condenado consistían más que nada en desgastar a la persona, castigar el cuerpo con ejercicios inútiles, darles papillas que provocaban vómitos… cosas así de terribles.  Aún así, escribió en prisión una de sus obras más notables, una extensa carta a Bosie (que nunca le escribió ni trató de comunicarse con él mientras permaneció encarcelado), el De profundis.  Estremecedor. 

El público, ese público que lo había aplaudido y adorado, le volvió la espalda y la sociedad británica empezó a asociar la escritura con el erotismo homosexual. Poco antes de que Wilde se embarcara en los juicios, su editor y amigo Frank Harris le había aconsejado que desestimara la denuncia contra Queensberry porque era un caso perdido de antemano, en donde ya estaba condenado antes de ser juzgado porque “Todos los prejuicios británicos estarán en tu contra. Aquí tienes un padre, dirán, trata de proteger a su pequeño hijo (…) perderás tu caso”.

Wilde, finalmente, luego de dos años de sufrimiento, salió en libertad y se fue a vivir a Francia y se instaló en el Hotel de la Plage en Berneval, un pueblito apacible cerca de Dieppe. El hombre que había tenido a Londres a sus pies, se hizo llamar Sebastián Melmoth para evitar la vergüenza de su nombre. Su mujer cambió el apellido de sus hijos y Wilde nunca más volvió a verla ni tampoco a sus hijos.

Poco a poco Wilde se fue recuperando y algunos amigos fueron a visitarlo.  Recuperó la sonrisa y lucía saludable.  Volvió a escribir y publicó The Ballad of Reading Gaol, que en pocas semanas se convirtió en todo un éxito. Fue asombroso el entusiasmo con el que fue recibida en Inglaterra, al punto de que un crítico aseguró: “Nada parecido ha aparecido en nuestro tiempo”.

Oscar había salido de la cárcel firmemente decidido a no volver con Bosie, pero éste ejercía una “atracción fatal” que superaba la voluntad de Wilde.  Douglas empezó a escribirle todos los días, rogándole que se juntara con él en Posillipo, una villa que había alquilado en Nápoles.  Como Wilde le comentó en una carta a Frank Harris, “Todos los días oía su voz que me llamaba: “Ven, ven, al sol y a mí. Ven a Nápoles con su maravilloso museo de bronces y Pompeya: te espero para darte la bienvenida, ven”.

“¿Quién podría resistirse, Frank? ¿Quién podría quedarse en el sombrío Berneval y ver caer las sábanas de la lluvia, y la niebla gris que cubre el mar gris, y pensar en Nápoles, el amor, el sol? ¿Quién podría resistir todo? Yo no podía, Frank. Estaba tan solo y odiaba la soledad. Resistí tanto como pude, pero cuando llegó el frío octubre y Bosie vino a buscarme, dejé de luchar y cedí”. “Vida y confesiones de Oscar Wilde.

Era un canto tan fatal como el de las sirenas para los marinos que surcan el mar. Bosie le ofreció amor, afecto y cuidados, pero cuando se encontraron, Wilde descubrió que no tenía dinero y sus promesas se esfumaron.  Consiguió que Wilde reuniera dinero para sus placeres, pero apenas Oscar se quedó sin fondos, lo abandonó.  Luego de esta última desilusión, Oscar Wilde no volvió a escribir y perdió toda razón para vivir.

El maravilloso, ingenioso y prolífico escritor que fue capaz de regalar al mundo obras inolvidables que, a más de un siglo de su partida, no pierden vigencia, murió poco después, en noviembre de 1900.  Tenía solo 46 años.  Antes de morir, cuenta la leyenda que pidió una copa del champán más caro del hotel D’Alsace, en que se alojaba y, consciente de que no podría pagarlo, le confesó a su doctor: «Estoy muriendo por encima de mis posibilidades».

Douglas, lo sobrevivió por casi medio siglo y murió en 1945.  Su vida, marcada por el racismo y los conflictos, tuvo hitos como la traducción de Los protocolos de los Sabios de Sion en 1919, que fue la versión en inglés de este libelo escrito por la Ojrana (la policía secreta zarista) con la intención de difamar al pueblo judío. Su vida estuvo atravesada por juicios como acusado y acusador. El más notorio fue el que tuvo con Churchill cuando propagó el rumor de que éste había formado parte de una conjura para asesinar a Herbert Kitchener, el secretario de Estado para la Guerra en 1923.

Quizás es importante recordar una de las frases de Wilde que sirve como testamento de su existencia: «La vida es demasiado importante como para tomársela en serio». Su tumba en el cementerio de Pére Lachaise es una de las más visitadas, también una de las más protegidas por ser objeto de permanentes ataques homofóbicos, pero también por demenciales muestras de admiración.

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