Porque para mí, si hay alguien que ha pintado el erotismo de manera interesante es Zinaída Serebriakova. Una mujer que pinta mujeres. Totalmente autoconscientes. Tanto en su Autorretrato en el tocador como en sus Bailarinas en el vestuario me encanta ver los matices mucho más ricos que una mujer artista aporta cuando representa su propio erotismo. Miguel Ángel Cajigal, historiador del arte, conocido como El Barroquista.
Zinaída Serebriakova nació en Neskuchnove, en la provincia de Kursk, muy próxima a la ciudad ucraniana de Kharkiv, en el seno de una notable familia de artistas e intelectuales ruso/franceses, los Benois-Lanceray, en la que se cuentan escultores, pintores, arquitectos y diseñadores, desde el siglo XVI hasta nuestros días y, podemos mencionar, entre los actuales, al destacado director y actor Peter Ustinov como uno de sus descendientes.
El padre de Zinaída, el prominente escultor Yevgeny Nikolayevich, pertenecía a la familia Lanceray, formada por destacados militares y artistas. Su madre Ekaterina Nikolaïevna Benois era descendiente de Louis Jules Benois, pastelero real de la corte de Luis XVI de Francia, que huyó a Rusia cuando estalló la revolución francesa.
Zinaída – voy a optar por referirme a ella confianzudamente por su nombre de pila ya que es complejo escribir el apellido – creció y se desarrolló en el ambiente artístico e intelectual de una familia adinerada y prestigiada, donde alternaba con distintos creadores, políticos y pensadores, combinando sus estudios en la escuela de arte donde enseñaban gran parte de los mejores maestros de entonces y fundada por la princesa María Klavdievna Tenisheva en San Petersburgo, con estadías en la finca familiar de Neskuchovne, entre campos de labranza habitados por campesinos que inspiraron algunas de sus mejores obras.
Zinaída, tuvo la oportunidad de viajar siendo adolescente – en los primeros años del siglo XX- a diversos países de Europa y así complementar sus estudios con el conocimiento de las obras maestras de arte en los museos de París, Florencia o Roma. Para comprender su privilegio, hay que posicionarse en aquellos días en que no había aviones y viajar no era como hoy cuando se ha democratizado mucho el acceso, transformándose en algo corriente, sino que requería de ingentes recursos para desplazarse por el continente y hospedarse en los países visitados por el largo tiempo que requerían los traslados.
A pesar de su adolescencia privilegiada, ésta no estuvo exenta de sufrimiento ya que Zinaída tuvo que bregar durante muchos años para concretar el amor que sentía, desde niña, por su bello primo hermano Boris Anatolevich Serebryakov, dado que las familias de ambos eran una, ortodoxa y, la otra, católica y ambas religiones ponían muchas trabas a un vínculo familiar tan cercano como el de primos hermanos. Además, Boris que era ingeniero, fue enviado a trabajar a Manchuria, durante la guerra entre Rusia y Japón y allí estuvo a punto de morir a finales de ésta, pero logró sobrevivir y se casaron en 1905, previo pago de una abultada suma a un pope que así accedió a hacer la vista gorda a un vínculo casi incestuoso. A continuación, vinieron los años felices de Zinaída ya que mientras Boris ingresó como ingeniero en los ferrocarriles rusos, ella continuó formándose como artista entre la vanguardia rusa prerevolucionaria, convirtiéndose quizás en la más importante pintora de ese tiempo y enmarcándose en el impresionismo y un renacimiento de la pintura. En los próximos años tuvieron a sus cuatro hijos: Yevgeny, Alexander, Tatiana y Ekaterina.
Es en esta etapa, la más feliz de la vida de Zinaída, en que pinta una de sus pinturas más famosas, el autorretrato “En el tocador”, donde ella aparece en todo su esplendor físico y que la dio a conocer en los círculos artísticos de la época. Un retrato que transmite la belleza y la plenitud de una mujer joven que lo tenía todo, mientras se incubaba el caos a su alrededor.
También de estos años felices son Chica bañándose, un retrato de Yevgeny Nikolayevich Lanceray y un retrato de la madre de la artista, Yekaterina Lanceray, obras donde ya se apreciaba una mano madura que le permitió unirse al movimiento Mir iskusstva en 1911, y destacarse entre los otros miembros del grupo por la armonía y la plasticidad de su pintura.
Entre 1914 y 1917, Zinaída vive su mejor momento y pinta una serie de cuadros sobre la vida rural de Rusia y el trabajo de los campesinos: Campesinos; Chica campesina dormida y Blanqueando ropa, quizás su obra más importante de esta época.
En 1916 es invitada por Alexander Benois a participar en la decoración de la Estación Kasansky en Moscú, donde, inspirada en el tema del Oriente, lo representa monumental y alegóricamente en la forma de bellísimas mujeres. Y, en 1917, en el punto más alto de la carrera de Serebriakova, la Academia Imperial de San Petersburgo la califica para asumir el rango de académica, cosa que no pudo concretar.
Esta vida bella, tranquila y exitosa termina bruscamente en octubre de 1917 con la Revolución Rusa. Neskuchnove es atacado, quemado y totalmente saqueado. Algunos de sus parientes fallecen y muchos de ellos, aprovechando sus vínculos, huyen de regreso a Francia.
Solo su hermano, el conocido pintor Yevgueni Lanseré, permaneció y vivió toda su vida en la Unión Soviética. En cambio, su marido, Boris, fue apresado por la temida “Checa”, enferma de tifus y muere apenas unos días después de su detención en 1919.
La artista nunca pudo superar el amor por Boris, su pérdida fue uno de los hechos más dolorosos de su vida y no volvió a tener pareja. En los inicios de la República Soviética, sola con sus cuatro hijos, y sus parientes exiliados en Francia, tuvo que convertir su pasión en una forma de subsistir realizando trabajos de dibujo y pintura por encargo. Es en este tiempo cuando pinta a sus cuatro hijos en una pintura titulada “Castillo de naipes”, que los muestra en una atmósfera triste y melancólica, quizás como su vida que se había destruido tal como aquel castillo que los niños levantan en el lienzo.
Zinaída siguió en contacto con sus familiares, entre ellos con el famoso Alexandre Benois y finalmente éste, en 1924, le consigue un encargo para pintar en París. Para ello, parte sola, con la intención de volver apenas termine la obra, pero no puede regresar porque las autoridades bloquean su regreso quitándole la ciudadanía por considerarla una “rusa blanca” que había huido de la revolución. Ella resiste y logra, pasados unos meses, que sus dos hijos más pequeños viajen mientras los dos mayores permanecen en Rusia junto a su abuela. Aquella dolorosa separación se prolongará durante casi cuatro décadas, atravesada por la segunda Guerra Mundial donde se perdió toda posibilidad de contacto entre París y Moscú, en circunstancias que Zinaída debió adoptar la nacionalidad francesa para evitar ser enviada a un campo de concentración cuando los nazis invadieron París. Recién en 1960 pudo retomar el contacto con ellos.
Zinaída Serebriakova viajó mucho. Entre 1928 y 1930 recorrió África, especialmente Marruecos. Fascinada por los paisajes del norte de aquel continente pintó los montes Atlas, así como las mujeres árabes y los africanos con su ropa étnica.
A pesar de la separación, los hijos de Boris y Zinaída continuaron la senda de sus ancestros. Yevgeny llegó a ser un importante arquitecto y restaurador y Tatiana, una conocida actriz de teatro, ambos en la Unión Soviética; mientras Ekaterina y Alexander triunfaban en la alta sociedad francesa como artistas y decoradores, compartiendo proyectos juntos, muchas veces de la mano de su madre.
A fines de los 50, finalmente los esfuerzos de sus hijos, de algunos amigos del mundo del arte, junto con la apertura de Nikita Kruschev permitieron que el gobierno soviético se replantee el caso de la artista, ya muy mayor, apenas conocida en su país y en 1965 se puedan realizar las primeras exposiciones individuales de Zinaída Serebriakova en Moscú, Leningrado y Kiev. Así, por primera vez después de la revolución de octubre, se difunde masivamente la creación en su tierra, y Sinaída, con 80 años, puede retornar a Rusia para la inauguración de las muestras que obtienen un impresionante éxito.
Dos años después, un 19 de septiembre, fallece de un derrame cerebral en París, donde es enterrada en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois.
Zinaida Serebriakova es, sin duda alguna, la más grande artista rusa de la era pre- revolucionaria y no deja de sorprender lo poco que hoy sabemos de ella. La sencillez y elegancia de sus líneas, sus retratos íntimos y su pasión por los horizontes rurales, impresionan en aquella pintura de fascinante belleza.