Desde el país de la batalla política entre los que quieren cambios y, los qué a toda costa, no los quieren.
Desde el país de los muertos y, los crematorios para los descartables pandémicos.
Donde la economía prima sobre la vida y el bien común. Donde lo material prima sobre lo espiritual.
Donde el menosprecio por la vida y la muerte crece sin cesar (Me refiero, a los proyectos de ley sobre la eutanasia y el aborto “despenalizado” (libre), hasta las 14 semanas.
Donde la ética camina muy atrás de las políticas populistas.
¿Cuántos cuentos se pueden escribir con dos palabras en el país de los pobres y los campamentos?
¿Cuántos poemas se pueden escribir con dos palabras en el país de los ricos y los negocios?
Uno solo: ¡Hoy se mueren!
El lunes se informaron 70 fallecidos. Cerca del promedio de los últimos 5 días.
¿Las muertes totales? Probablemente cerca de 17.700.
A veranear y a consumir, aconseja el gobierno y la economía, (en medio de la segunda ola y eufemismos sobre la salud mental y el “cansancio pandémico”). Las autoridades le dan la bienvenida a las “nuevas cepas virales”, con contagios ya comunitarios. Las UCI casi llenas, y el personal de salud reventado. El virus es el que mata (de verdad).
La mayoría, de mínimos recursos, salen a contagiarse y contagiar en las playas populares del litoral central y nortinas. La minoría -de muchos recursos-, lo hace en las playas de la elite y en los lagos del sur. (La Araucanía es muy peligrosa). De ahí que ciertas cifras a la baja se explicarían “por la dispersión asociada a los viajes de vacaciones, con una leve menor densidad poblacional y de tráfico”. Pero la epidemia “está creciendo y no está estabilizada”, informa un prestigiado Profesor de Salud Pública de la Universidad de Chile.
Estas decisiones “las pagaremos con un aumento de la transmisión viral en Santiago cuando vuelvan los veraneantes, sobrecargando al máximo las UCI, (…) junto a un aumento en el número de fallecidos”.
“Muy preocupante”, decía hace días, el ministro de salud.
“Muy preocupante”, repitieron sus subordinados y los medios.
“Cifras alentadoras”, dijo el ministro.
“Cifras alentadoras”, repitieron sus subordinados y los medios.
Nadie osa decir lo que siente (espero) la gran mayoría: ¡Es una vergüenza! ¡Fracasamos!
Nada es alentador.
El único indicador válido en una pandemia, son las personas muertas.
Bueno, es hora de un poema que agoniza.
Setenta muertos cuentan sus cuentos. Setenta cuentos, cuentan los muertos.
Setenta cantos te cantan, setenta muertos, a la orilla del mar.
¿No tienes nada que decir?
¿Cuántos cuentos se pueden escribir en medio de setenta nombres sin nombres?
¿Cuántos muertos caben entre dos palabras?
En la nada, sólo restos y cenizas. Setenta muertos se deshojan y marchitan.
¿Cuántos poemas se pueden escribir entre dos palabras?
Se mueren. La infinitud de lo finito.
No es más que un verso libre.
Los poemas huyen. Silenciosos y adoloridos.
Mi niña, te voy a contar un cuento, y cantar un poema antiguo.
“Está linda la mar, y el viento lleva la esencia sutil de azahar”.
La esencia horrorosa de la muerte. La SOLEDAD DE LOS MORIBUNDOS.
Siempre mueren solos.
Restos de un alma, de plástico blanco.
Flotan frente al piso número siete, de un ventilador apagado.
Solitario, rumia su silencio.
Torbellino viral de verano, olas infinitas.
La vida chorrea, sanguinolenta.
Se acumula. Gota a gota. En un recolector de orina. Anaranjado.
Con un tubo blanco. Sin aire. Y ningún quejido. Vaciado.
Desgarrada en pedazos, gotea la muerte, versos coagulados.
La bolsa está llena. Hay que vaciarla, meando poemas.
¿Has visto al espacio gemir?
¿Al tiempo saltar por la ventana?
No, porque aún no has muerto.
El número 70, sí.
¡Que alentador!