Por P. Jorge Muñoz Arévalo, SJ
Vicario de la Pastoral Social Caritas (y de los Trabajadores).
Rector del Santuario del Padre Hurtado.
Hace un tiempo atrás, conversando con un abogado, me preguntaba, a raíz de un comentario mío, por qué era tan importante para mí –para todos los jesuitas- el informe final de la investigación por la denuncia contra Renato Poblete. La verdad es que no sé si para todos tenía la misma significancia. Al menos, para mí, escuchar el testimonio de Marcela Aranda fue aplastante, me dejó sin palabras y con una sensación de vergüenza inmensa. Sin embargo, lo primero era intentar imaginar su dolor. Si intentaba acercarme a su experiencia, lo devastador crecía aún más, llegando a ser horroroso (palabra usada por ella en varias ocasiones).
Al menos, para mí, escuchar el testimonio de Marcela Aranda fue aplastante, me dejó sin palabras y con una sensación de vergüenza inmensa.
Por lo mismo, conocer el informe final de esta investigación era tan importante, pues no podía imaginar que un compañero mío, que un jesuita, hubiera sido capaz de cometer esos actos. Cuando digo que no podía imaginar, no es que no le crea a la víctima, digo que no podía concebir que un jesuita pudiera actuar de esa manera. Y junto con esa dificultad personal, estaba el hecho que como Compañía no nos hubiéramos dado cuenta de lo que estaba pasando; que hubiéramos sido incapaces de leer, reconocer, percibir esta desviación en la vida de Renato. Tal vez, la importancia del informe final estaba en que nos develaría que la verdad podía ser aún más grave. Y lo fue.
Tal vez, la importancia del informe final estaba en que nos develaría que la verdad podía ser aún más grave. Y lo fue.
El informe final confirmó no sólo la veracidad de lo denunciado por Marcela Aranda, sino que, junto a ella, otras 21 mujeres habían sufrido abuso, siendo cuatro de ellas menores de edad al producirse los hechos. Se informaba, además, que los abusos habían sucedido en un rango de 48 años. Duro, claro, directo, sin eufemismos. Renato Poblete, siendo jesuita, siendo sacerdote, causó mucho daño. Nosotros, debíamos aceptar y hacernos cargo de esa verdad. Lo primero en esto es la reparación o restitución de las víctimas. Camino que hay que hacer con la mayor delicadeza posible, pues han sido quienes más han sufrido.
los abusos habían sucedido en un rango de 48 años. Duro, claro, directo, sin eufemismos. Renato Poblete, siendo jesuita, siendo sacerdote, causó mucho daño.
No sé si hay que ahondar más en los mismos abusos de Renato. La justicia tendrá que seguir si cauce, y la Compañía prestar toda la colaboración necesaria para que haya eso, justicia. En lo que sí es necesario ahondar es en la vida nuestra, la de los jesuitas. No podemos soslayar las preguntas que el caso de Renato, más los otros que hemos conocido, levanta acerca de cómo cuidamos que nuestra vida personal sea coherente con aquello que decimos vivir.
Una cosa son las preguntas de quienes no nos conocen, y que en la formulación de ellas podrán incluso generalizar, criticar y destruir todo, lo que no deja de ser entendible por el contexto en el cual estamos insertos y que lleva mucho tiempo horadando las confianzas. Habrá que saber tener paciencia e ir respondiendo de a poco.
En lo que sí es necesario ahondar es en la vida nuestra, la de los jesuitas.
Otras son las preguntas que nos pueden hacer quiénes sí nos conocen, quiénes sí comparten más cercanamente con nosotros, ya sea por amistad o por trabajo. Éstas serán preguntas que irán acompañadas de dolor, de indignación, incuso de crítica, pero que también llevarán una dosis de cariño, pues justamente nos conocen y saben de la mucha verdad que hay en todo lo que hacemos y buscamos. Preguntas que deberemos ir escuchando, respondiendo, y encontrando caminos para sanar las heridas que haya en ellos y ellas.
¿Cómo es posible que alguien que comparte la vida, que vive en la misma casa, que celebra la eucaristía, que se sienta a la mesa cada día, que es uno más del engranaje cotidiano de una comunidad puede convertirse en un abusador?
Sin embargo, las preguntas más importantes son las que debemos hacernos nosotros mismos. ¿Cómo es posible que alguien que comparte la vida, que vive en la misma casa, que celebra la eucaristía, que se sienta a la mesa cada día, que es uno más del engranaje cotidiano de una comunidad puede convertirse en un abusador? Claro, podría decir que todo esto es supuesto, y que depende de la transparencia de la misma persona. Sí, es verdad. Pero eso no minimiza el hecho que es uno de la casa, que es de los nuestros, que es un compañero. Tenemos que ser capaces de mirar con honestidad la calidad de nuestra vida como compañeros de camino, y sin duda, debemos mirar cuáles son los mecanismos de control y supervisión que deben acompañarnos, de modo que no ocurran estas dobles vidas que con vergüenza hemos visto que sí se han dado. Lo que pasó con Renato, no puede volver a pasar. Ningún criterio apostólico, mediático, de popularidad, puede hacer que dejemos de exigirnos dar cuenta de lo que hacemos y vivimos. Dependerá de nosotros mismos que seamos capaces de interpelarnos, evitando toda superficialidad en las miradas.
El caso de Renato se une a otras tantas víctimas de otros jesuitas. Lo padecido por ellas no es menos duro. No es que solo ahora estemos conociendo de abusos ocurridos dentro de la Compañía. Conozco y les tengo gran cariño a muchas de ellas, y me duele lo que han debido sobrellevar: la humillación del abuso, la humillación de no haber sido creídos, la humillación del abandono. Mi dolor sin duda es inmensamente menor, pero me mueve a solidarizar con ellas.
El caso de Renato se une a otras tantas víctimas de otros jesuitas. Lo padecido por ellas no es menos duro. No es que solo ahora estemos conociendo de abusos ocurridos dentro de la Compañía.
Espero que los estudios realizados acerca de nuestra formación y a las dinámicas que caracterizan nuestra vida como Provincia Jesuita, nos ayuden a encontrar los vacíos, debilidades y resortes que pudieran posibilitar algún abuso ya sea al interior mismo y hacia fuera. Espero que las estructuras que se han creado para recibir denuncias, acompañar procesos y restaurar a las víctimas nos vayan ayudando a encontrarnos y sanar, algo que indudablemente llevará mucho tiempo. Y tal vez es mejor que demore, porque al igual que una larga enfermedad nos ayuda a tomar conciencia del modo en que cada uno vive y a modificar rutinas poco sanas, de la misma manera este camino, nos puede ayudar a extirpar toda práctica destructora.
Por ahora, hay que seguir rumiando lo revelado. Por de pronto, podremos aprender a ser más humildes, dejar de lado nuestra típica arrogancia, y reconocer que no somos todo lo bueno que nos creíamos. Al menos, podemos comenzar a intentar a ser parte, entre muchos y muchas, de aquellos que se esfuerzan por hacer más humano este mundo.
Por ahora, hay que seguir rumiando lo revelado. Por de pronto, podremos aprender a ser más humildes, dejar de lado nuestra típica arrogancia, y reconocer que no somos todo lo bueno que nos creíamos.