Hortensia, esta carta nunca llegará a tus manos porque al terminarla, la destruiré. Los aviones han dejado de lanzar sus rockets y el Palacio arde sin que podamos hacer nada por evitarlo.
Quise escribirte antes, pero no alcancé, o en verdad, no pude. Ahora mismo quiero reconocer mis ingratitudes, pero mi orgullo no me deja, ni siquiera cuando sé que esta confesión se convertirá en cenizas. He sufrido por no poder ser sincero contigo, pero el destino, las circunstancias, la historia, qué se yo, me han empujado más allá que lo que mi propia intuición política pudo prever.
Me he despedido del pueblo alertándolos a que no se dejen matar, a ti te imploro que no te dejes morir. Tu cuerpo de apariencia frágil esconde una fortaleza espiritual que siempre admiré.
El bombardeo me recordó cómo nos conocimos. Recién ocurrido el terremoto ¿te acuerdas?, tú y yo caminábamos en distintas direcciones. Amigos comunes nos presentaron y desde esas primeras palabras que nos dijimos, nunca más nos hemos separado. Hasta hoy.

Hortensia, he llegado al minuto decisivo. ¿Salvo mi vida, me escabullo al sur, me refugio en una embajada? ¿Para qué? Es mejor enfrentar los errores apostándolo todo. Así la experiencia que resulta vuelve plena de sabiduría. Debo morir para marcar el fin de una era y el comienzo de la próxima. Prefiero ser yo uno de los primeros. Augusto Olivares, mi hermano, se me ha adelantado. Espero reunirme con él donde quiera que sea. Hay tanto que discutir, tanto que recordar. Entre ello estarás tú, Hortensia. Y tú abnegación. Y tú sacrificado silencio. Perdóname.
Llegar al poder no era ni fue fácil, tú lo sabes, fuiste leal conmigo en todas mis campañas, a pesar de que sabías que yo no lo era contigo. Pero más difícil fue mantenerse en la cima.
Reconocer que ya no estábamos juntos, en medio de la lucha electoral, habría sido un duro golpe para el candidato de los trabajadores. Soy un dirigente popular en un país retrógrado, donde el poder todavía lo manejan los aristócratas, los patriarcas, sus servidores.
Esto que me hacen, que nos hacen, que le harán al pueblo, es la apariencia más brutal y cavernaria de algo que ya nos hicieron: destruyeron nuestra conciencia de seres libres, amedrentaron al rebelde que hay en todo hombre y mujer, cercaron con una red de prejuicios nuestros corazones, nuestro derecho a disfrutar, a amar, a desear.
Voy a morir, Hortensia, no sólo porque no quiero que los golpistas humillen al líder del pueblo sino además para señalarle a la juventud que a veces hay que dar la vida por lo que uno cree imprescindible. Pero sobre todo muero para matar en mí al burgués que llevo dentro, al que me hizo mentirte, al que no me dejó ser un hombre enteramente nuevo.
Adiós Hortensia. Adiós, compañera.
(*) Primero de Trilogía Breve de Gerardo Cáceres P.