Cincuenta años han pasado desde que se estrenó este filme de Werner Herzog. La presencia de Klaus Kinski marca al personaje principal y deja a la película como una superproducción artística que se centra en el giro psicológico y violento del protagonista.
Corría noviembre de 1991 y yo me apuraba para ir a mi fiesta de graduación. El pelo engominado, la chaqueta especialmente comprada para la ocasión, la corbata regalada por alguien especial y los zapatos obtenidos en Buenos Aires, en mis últimas vacaciones de invierno. Todo estaba a la perfección cuando me senté en la mesa que tenía reservada con mi acompañante en el Club de la Unión. El pololo de una compañera estudiaba cine y me comenta “Murió Klaus Kinski”. El mundo se me vino abajo, era uno de mis actores favoritos, siempre lo imaginaba vestido de conquistador español con su casco de metal abollado, tal como aparece en “Aguirre, la ira de Dios” (1972). Han pasado cincuenta años desde el estreno de ese filme y todavía cuando lo veo me estremezco. La trama se inicia en 1561 cuando un grupo de conquistadores e indios viajan desde Quito hacia el Amazonas en busca de El Dorado, la máxima ambición de los españoles. En la expedición, Aguirre (Kinski) comienza a rebelarse, a tomar el control, luego que los cabecillas son vulnerados. Los hombres que quedan, asustados, aceptan. El ataque de los indios, la fiebre, la falta de comida y las inclemencias del tiempo convierten a Aguirre en el líder indiscutido del grupo. Se hace llamar el emperador de El Dorado “Yo, Aguirre, quiero que los pájaros caigan muertos de los árboles. Soy la ira de Dios. La tierra sobre la que ando me ve y se desvía. Pero el que me siga, seguirá la ley eterna”.
El Director Werner Herzog le dio un giro artístico a la película, sin optar por hacer un filme de aventuras. El alemán se centró en el paisaje, en el razonamiento psicológico de los personajes y en la brutalidad del ambiente selvático. La filmación realizada con bajo presupuesto, en distintos países del Amazonas, tuvo numerosos contratiempos, entre ellos Kinski, quien con su carácter irascible hirió a integrantes de la producción con una espada y un arma de fuego y se quiso escapar varias veces del rodaje, obligando al director a amenazarlo de muerte tal como el propio Herzog lo describe en el documental “Mi enemigo íntimo” (1999). “Los seres humanos expuestos a presiones extremas dan una visión interior mucho más rica acerca de lo que somos”, señaló el director en una oportunidad. Con la actuación de Kinski, Herzog cuida en extremo al personaje de Aguirre, dándole un ímpetu especial, un despliegue escénico imposible de conseguir con un actor común y corriente.
Muchos críticos compararon a Aguirre con Hitler, por sus ansias de poder y por el fin desquiciado de crear una raza nueva que tuvieron ambos, volviendo a colonizar sin éxito sus propios mundos. Sin embargo, Herzog descarta esta idea. Lo que si queda claro en la película es la fuerte crítica que se hace al colonialismo, a la locura de los conquistadores, al poco respeto que tuvieron con los indígenas y con sus propias huestes que resultaron innecesariamente diezmadas y en muchos casos aniquiladas. La última escena en la balsa de la película es la que marca el rumbo, el destino trágico de un personaje que muere rodeado de monos pigmeos, navegando a la deriva y observando como el Amazonas y su sueño por El Dorado se destruye completamente. Hay poesía en la imagen de Aguirre. Hay poesía en el poder de la naturaleza y en la ambición que quiere emprender un hombre solo contra el mundo. Solo contra todos.
Volviendo al día que murió Kinski, a su fuerte carácter y a la tristeza que sentí por él en un Club de la Unión repleto de lámparas de lágrimas, no puedo dejar pasar una imagen de “Fitzcarraldo” (1982), también filmada en el Amazonas por Herzog. Inicialmente en la película iban a actuar Jason Robards y el rockero Mick Jagger, pero Robards enfermó gravemente y no pudo volver al lugar de filmación y el cantante británico abandonó el proyecto. Kinski tomó el rol principal del empresario irlandés cuyo sueño era hacer una ópera en el Amazonas, volviéndose a filmar gran parte de la película. En “Mi enemigo íntimo” Herzog hace un paralelo entre una escena filmada en un campanario donde se compara la participación de los actores en un mismo plano. Que me perdonen Robards, que en paz descanse, y Jagger, pero Kinski gana por goleada en actuación al clamar por una ópera para Iquitos desde la torre de la iglesia. Es tal su convencimiento con el personaje que en un momento se golpea la cabeza con la campana y no la siente o no se da cuenta. Es tanta su ansiedad por llevar arte a la selva que dan ganas de seguirlo, de apoyarlo.