Creció rodeado de mujeres en una familia acomodada de Cali, Colombia. Desde pequeño intentó dar en el gusto a su entorno, atrapado en una “doble vida” de la que se liberaba demostrando su pasión por el arte. Alcanzó a publicar una novela y el mismo día que salió a la venta, el joven escritor era encontrado muerto sobre su máquina de escribir Remington con una carta a medio redactar.
Antes que él naciera (1951) dos bebés varones se le murieron a Nelie Estela, por lo cual Andrés Caicedo llegó al mundo cargado de expectativas: ser el heredero, el encargado de ocupar el rol del padre cuándo éste no estuviera, de amar el fútbol, de cuidar a sus hermanas; sin embargo desde los cinco años manifestó su pasión por las letras, el cine y el teatro.
Su hermana Rosario recuerda que a los 15 años ya escribía y que sus textos literarios, poemas, obras de teatro y cartas, revolucionaron a su acomodado y conservador entorno. Junto con las letras llegaron las drogas y el alcohol, y en pequeños arranques dejaba ver su verdadero ser, con una homosexulidad que ocultaba a toda costa y un profundo deseo de hacerlo todo rápido pues para él la vida no era una opción a considerar.
Ya en 1975 había intentado suicidarse dos veces lo que lo llevó a estar internado al año siguiente en un hospital psiquiátrico. Paralelamente redactaba ¡Que viva la música!, novela que pareciera ser que la protagonista, “María del Carmen”, es el alter ego de Caicedo, rol que llega al abismo por sus excesos.
Legado epistolar
De niño fue tartamudo. Quizá esta condición lo llevó a convertirse en un verdadero “ratón de biblioteca”. Como le costaba hablar, y además era miope, hizo de la escritura su forma de comunicarse.
No quería envejecer, tampoco vivir. Su meta era irse dejando un legado importante. En solo diez años de vida creativa realizó crítica al séptimo arte fundando la remonbrada revista Ojo al cine; puso un videoclub; dirigió –a medias- una película; su madre le pagó la publicación de una novela artesanal llamada El atravesado; y logró que el Instituto Colombiano de Cultura le publicara ¡Que viva la música!
De este período es necesario hacer una mención aparte de su enorme legado epistolar, cartas que permiten conocerlo en la actualidad de manera profunda y que le dieron la oportunidad a su padre, Carlos Alberto Caicedo, de reconciliarse con su hijo, aunque fuera una vez que éste hubiese muerto.
Más de veinte años después de su suicidio, en 2008, Alberto Fuguet editaba la autobiografía de Caicedo, Mi cuerpo es una celda. Gracias a este trabajo pudo acceder a cientos de cartas originales que se encontraban en un archivo de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.
La familia de Caicedo no estuvo en completo acuerdo en la publicación de la totalidad de la correspondencia, poniendo especial énfasis en censurar la carta fechada en 1975 dirigida a un amigo cercano.
Fragmento
Querido Jaime:
Ojalá que escribiéndote me recupere un poco del horrible domingo pasado. Como siempre en Cali, calor congelado, calles desiertas, ausencia de madre. Yo pensaba quedarme en Cartagena mínimo hasta el lunes próximo pero me fue azarando la situación incierta de la revista, he venido aquí para encararla sin que mi presencia ayude a mover nada, la pura verdad. Debemos 20 mil pesos que es lo que nos deben a nosotros en avisos. Puede que para las últimas horas de hoy consigan 10 mil. En ese caso, intentaría sacar 400 ejemplares y viajar a Bogotá con ellos. ¿Pero los días muertos de Semana Santa?
Ciertamente que no me era fácil explicar por vía verbal mi desconcierto ante ti, etc. Te quería conocer, saber que estabas escribiendo seguido me produjo como una estabilidad: ya había más gente con la que se pudiera trabajar, un crítico más. Te imaginaba distinto: igual de alto pero menos fuerte (esa complexión tuya es, me imagino, como la de los grandes poetas hedonistas: serías capaz de beber 40 horas seguidas y escribir 8 horas diarias, y yo que ya no alcanzo ni a las 2 en los primeros y con esfuercísimo puedo concentrarme horitas en lo segundo), sin barba, bien peinado, más seguro. Acepté sin decepción tu presencia. Me angustió en un principio la timidez mutua. Preví imposibilidad de comunicación en por la menos nuestro oficio. Por eso accedí a la chaborrera en la alcaldía, ya está hecho, conversaremos, trabajaremos juntos. Cuando vino lo otro, cuando por primera vez (si no lo crees se me da un culito) accedí a ser acariciado,
accedí
accedí
El escándalo
Si bien Caicedo luchó en contra de su naturaleza sexual, llegando incluso a mantener una relación estable con Patricia Restrepo, es posible conocer su “otra vida” gracias a sus cartas que dan testimonio de las muchas relaciones homosexuales que mantuvo.
No hay que olvidar que Caicedo pertenece a la clase acomodada de Colombia, por lo cual un escándalo no era propicio para nadie. Y es precisamente la vergüenza lo que se quiso ocultar cuando se involucró con el mayor de los hijos de una familia colombo-española, Guillermito Lemos, a quien incluyó en la dedicatoria de El atravesado en la edición original financiada por su madre (1975).
Era una etapa en que Caicedo era asiduo de prostíbulos, con una misoginia declarada y un marcada obsesión por los niños. Clarisol Lemos y su hermano Guillermo tenían 8 y 12 años –respectivamente- cuando Andrés, de 19, empezó a frecuentarlos. Esto ocasionó una demanda legal en su contra, lo que lo llevó a escaparse a las montañas a causa de la persecución armada, “con claras intenciones de asesinato” por parte del padre de los menores, todo lo cual ha sido explorado en la “Historia debida” incluida en el volumen La estela de Caicedo.
El rumor de un amorío no se hizo esperar, escandalizando a su círculo social tras aparecer en la prensa. Sobre este asunto, Caicedo le confesaría años más tarde a Hernando Guerrero, gestor de Ciudad Solar, el romance en ese “periodo homosexual […] cuando ya me parecía que empezaba a detestar definitivamente a las mujeres”.
Otra revelación importante que hizo Caicedo fue durante su internación en 1976. En junio de ese año, estando en la Clínica Santo Tomás de Bogotá, cuenta a modo de anécdota que “en quinto de primaria tuve varias experiencias homosexuales, pero en grupo. Se sucedían los miércoles, en tarde deportiva. Íbamos a jugar un partido de fútbol a un lote bien alejado y al terminar empezábamos un campeonato de quien tuviera el pipí más largo. Yo pensaba en eso como propio de la edad y del despertar del sexo, y nunca pensé que se repitieran, pero sucedió. Ahora sí creo que desapareció esa faceta de mi personalidad. Amo a Patricia, la adoro con todas mis fuerzas”.
En su literatura se encuentra una clara alusión a su sexualidad no asumida. El crítico Daniel Balderston ha notado que las “referencias despectivas como ‘maricas’ y ‘maricones’, y la amenaza constante de una violencia homofóbica son frecuentes en muchos cuentos de Caicedo”. Estos elementos pueden hallarse en Besacalles, texto que escribió antes de cumplir los 18 años (1969). La voz narradora del cuento, que pasa inicialmente por ser femenina, revela mediante detalles ser la de un travesti que recorre las calles en procura de conquistas sexuales.
Sobre los roles de género y la masculinidad, se puede encontrar un constante cuestionamiento en “Maternidad” (1974), en que el protagonista de 16 años se dedica al cuidado de su hijo recién nacido, adoptando el papel de una madre tradicional: “Me levantaba temprano, le daba el tetero al niño, cambiaba pañales, barría, trapeaba. Al volver del colegio me pasaba horas. […] contemplándole su pipí, lo único que sacó igualito a mí”. De esta forma, el personaje protagñonico pasa de ser un padre tierno a uno macabro, cuando se entiende que al mismo tiempo se encargaba de alentar la drogadicción de la madre biológica del niño, con la firme esperanza de que les abandone.
La relación de Caicedo con las mujeres debe entenderse en el contexto del amor edípico por su madre. Patricia Restrepo ha recordado el terror que le producían las relaciones con mujeres, algo que él reconoce en los textos de Mi cuerpo es una celda: “Desempeño una mejor función si el objeto es escogido en órdenes anormales (prostitución, masculino, poca estabilidad emocional), en cambio hay un temor creciente cuando se trata, por ejemplo, de una muchacha distinguida por su corrección o inteligencia”.
Esta visión está relacionada con muchos de sus personajes femeninos, caníbales y vampiresas de sexualidad excesiva que castran a mordiscos a los hombres, como se puede ver en Los dientes de Caperucita y en la novela inconclusa Noche sin fortuna.
El crítico, poeta y escritor gay barranquillero Jaime Manríque, quien escribió la contraportada de El atravesado, se refiere a los coqueteos que le propinó Caicedo, calificando la situación como “infantil y truncada. La angustia que le proporcionaba sin duda obró en alguna medida en la decisión de su suicidio”.
Junto con el éxito se hizo el fin
El 4 de marzo de 1977 fue un día decisivo para Andrés Caicedo. La noche anterior se fue de copas y drogas junto a un grupo de amigos acompañado de su novia, Patricia Restrepo. En esa eterna velada, la chica consideró que Caicedo se mostraba de manera cariñosa y homosexual con uno de sus amigos, el poeta Harold Alvarado Tenorio conocido como Matraca.
Discutieron. Ella, furiosa y herida no daba el brazo a torcer. Él se fue del departameno que compartían con el ánimo de relajarse, pero solo fue el comienzo de la seguidilla de hechos que acabarían con la vida de Caicedo ese viernes.
Al llegar a casa, Caicedo redactó su primera carta. Iba dirigida a Patricia y decía «Yo no soy homosexual». La segunda, no terminada, era para el critico literario Miguel Marías, misiva en la cual las calificaba las últimas películas que había visto y le contaba que por fin su novela estaría en los escaparates de Colombia.
Mientras tecleaba en su Remington el ruido del timbre lo distrajo, creyó que era Patricia, sin embargo, eran los primeros ejemplares de ¡Que viva la música! Ni siquiera tener su primera novela en las manos lo sacó del estupor de ¿saberse descubierto en su homosexualidad?
Así, con un sorbo y otro de cerveza, se tomó 60 pastillas de Secobarbital, cayendo desfallecido sobre su máquina de escribir, su única y real compañera. Su madre llegó primero al departamento y después el resto de la familia. Rosario Caicedo relata que “mi padre, con quien Andrés sostuvo una dolorosa relación, se encargó de empezar a desocupar el espacio y de meter en una caja tras otra todas las hojas que pudo encontrar (…) Y desde ese día, el 4 de marzo de 1977, Carlos Alberto Caicedo Arboleda se dedicó a entender a través de sus escritos al hijo que jamás pudo entender en vida. ‘Más vale tarde que nunca’, me repitió por décadas cada vez que él y yo hablábamos sobre el hijo y el hermano muerto”.
No obstante el impacto familiar por el suicidio de Andrés, para la madre el golpe no le llegó de sorpresa, dos años antes de morir le escribía:
Por favor, trata de entender mi muerte. Yo no estaba hecho para vivir más tiempo (…) Madrecita querida, de no haber sido por ti, yo ya habría muerto hace ya muchos años. Ahora mi razón está extraviada, y lo que hago es solamente para parar el sufrimiento.
Un día tú me prometiste que cualquier cosa que yo hiciera, tú la comprenderías y me darías la razón. Por favor, trata de entender mi muerte. Yo no estaba hecho para vivir más tiempo. Estoy enormemente cansado, decepcionado y triste, y estoy seguro de que cada día que pase, cada una de estas sensaciones o sentimientos me irán matando lentamente. Entonces prefiero acabar de una vez.
De ti no guardo más que cariño y dulzura. Has sido la mejor madre del mundo y yo soy el que te pierdo, pero mi acto no es derrota. Tengo todas las de ganar, porque estoy convencido de que no me queda otra salida. Nací con la muerte adentro y lo único que hago es sacármela para dejar de pensar y quedar tranquilo.
…Acuérdate solamente de mí. Yo muero porque ya para cumplir 24 años soy un anacronismo y un sinsentido, y porque desde que cumplí 21 vengo sin entender el mundo. Soy incapaz ante las relaciones de dinero y las relaciones de influencias, y no puedo resistir el amor: es algo mucho más fuerte que todas mis fuerzas, y me las ha desbaratado.
…Dejo algo de obra y muero tranquilo. Este acto ya estaba premeditado. Tú premedita tu muerte también.
Es la única forma de vencerla.
Madrecita querida, de no haber sido por ti, yo ya habría muerto hace ya muchos años. Esta idea la tengo desde mi uso de razón. Ahora mi razón está extraviada, y lo que hago es solamente para parar el sufrimiento.