No cabe la menor duda de que Andrés Pérez ha sido uno de los directores teatrales más exitosos del teatro chileno. Queda en evidencia que sus propuestas teatrales abrieron un sólido camino en el contexto de un teatro (el chileno) que se ha debatido entre lo experimental, sobre todo a nivel de la dramaturgia, y lo comercial. Así, a veinte años de su muerte, es casi un deber recordarlo.
Nos interesa mencionar cuáles son las constantes en la poética direccional de Andrés Pérez que den cuenta de los elementos estructurantes en sus puestas en escena y de los motivos que han llevado al espectador chileno a ser un fiel testigo de estas propuestas. Para tales efectos, aludiremos a tres de sus producciones: La Negra Ester, El desquite y La huida, que nos permiten reconocer, entre otros componentes, la teatralidad como estructura híbrida. En las dos primeras, la hibridez se manifiesta en la utilización y puesta en escena de signos folclóricos y populares, en el tipo de actuación, y en el maquillaje utilizado como máscara. En la última de las producciones, la integración y uso de elementos mediales y el tema central de la dramaturgia, nos llevará a proponerlo como el más posmoderno de estos montajes. A su vez, estas tres obras están contextualizadas en períodos políticos y sociales delimitados en nuestro país y, más que nada, en el ideario estético de Pérez. También, nos conectan con la década de los veinte del siglo pasado, permitiéndonos hablar de una obra iniciática, de la consolidación como director y del testimonio de vida como testamento final, respectivamente.
Para comprender un espectáculo como el de La Negra Ester,
es necesario efectuar ciertas puntualizaciones vinculadas con los inicios
teatrales de Andrés Pérez, relacionadas con su experiencia en el teatro
callejero y en lo que significaron los seis
años en que trabajó en el Théatre du Soleil. Respecto a lo primero, en
1983, funda la Compañía Teatro Callejero. Esta experiencia en la calle, en un
período en que hacer teatro callejero y más aún hacer teatro en Chile era una
actividad peligrosa (plena dictadura), posee un sinfín de elementos que son un
valioso antecedente para acercarse con propiedad a su trabajo con el Gran Circo
Teatro. Por ejemplo, la ocupación de espacios abiertos, la preeminencia de lo
circense, la destreza corporal, el empleo de la máscara, lo popular y una
implícita concepción de una múltiple teatralidad.
La Negra Ester: La masificación de un espectáculo
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La Negra Ester (décimas espinelas, de Roberto Parra) es uno de los espectáculos más significativos del teatro chileno. Cuando en diciembre de 1988 se estrenó en Puente Alto, nadie sospechó de las resonancias –no solo teatrales o artísticas, sino que fundamentalmente sociales− de dicha representación. Al poco tiempo, en el verano de 1989, el cerro Santa Lucía fue escenario de una efervescencia pocas veces vista en nuestro teatro. La historia de los amores de Roberto Parra con la Negra Ester es un pretexto para que los actores den rienda suelta, con rigor y disciplina, a una creatividad desbordante, apoyada por los múltiples lenguajes escénicos. En esencia, La Negra Ester es un homenaje a la poesía, al teatro, a la vida. Es la metáfora de la palabra y del silencio.
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En septiembre de 1995, se estrenó El desquite, bajo la dirección de Andrés Pérez, ahora con Teatro Sombrero Verde. Dicho montaje acontece en la Casa Amarilla (Estación Mapocho); como en otras ocasiones, Pérez se “apropia” de espacios abandonados para transformarlos en salas teatrales. El texto nos remite a una historia de amores y desamores, ambientada en los años veinte al interior de Chillán. Por lo mismo, no solo se nos narra la relación de Anita con don Pablo, su patrón, y la expulsión de la casa por su embarazo y el posterior “desquite” de la muchacha, sino que se entrega una visión costumbrista de esa zona rural. Así, nos encontramos con una obra apegada a lo folclórico, con personajes representativos entre quienes detentan el poder y los sirvientes (caciquismo local), temática recurrente en la literatura latinoamericana del siglo XX.
A nivel textual, el autor de La Negra Ester ha pasado de la poesía a la prosa poética. A través de ella, deja testimonio de una realidad social tanto por las acciones descritas como por su lenguaje. Este último punto es significativo en cuanto se registran giros idiomáticos, expresiones populares, refranes y frases que aluden a lo específicamente chileno. El argumento es convencional y se conecta a una tradición naturalista de nuestra literatura. Por ello, un montaje ceñido exclusivamente a lo textual se transformaría no solo en un espectáculo poco atractivo, sino que tendría un carácter localista. Entonces, es aquí donde adquiere una especial significación la “mirada” de Pérez, para darle una dimensión universal al montaje.
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Un grupo de homosexuales, “supuestamente”, fue exterminado bajo el gobierno de Ibáñez del Campo hacia fines de los años veinte. Este tema constituye el eje estructural del montaje de La huida, escrita en 1974 y recién estrenada en el 2001. El interés que suscitó este nuevo montaje del Gran Circo Teatro se vincula tanto con la textualidad como con la puesta en escena. En todo caso, fue un espectáculo muy diferente a los anteriores. Esta es una obra intimista, una especie de tragedia contemporánea, con momentos violentos. Es el instante del despojo, de manifestar en escena una marginalidad que viene de su ser gay y en donde “entrega su máscara”. Motivos como el exilio, el miedo, la muerte, la libertad, el viaje se infieren a partir de la lectura del texto y de su plasmación escénica. Muchos de estos se han configurado como una constante en el teatro chileno. Por ejemplo, el viaje posee diversas connotaciones, tanto desde una perspectiva extrínseca como intrínseca; en este caso, una primera lectura nos remite al viaje realizado por los homosexuales para huir de la represión; una segunda, esta “huida” es el viaje del propio Pérez –conocedor de su enfermedad−, despidiéndose de la comunidad nacional.
A veinte años de su muerte, la figura de Andrés Pérez sigue presente en el teatro chileno, pues a través de sus montajes valoró el aporte de los lenguajes de la teatralidad.