Junto a su pareja, Anne Lister, son las primeras mujeres que se sabe celebraron una boda del mismo sexo, sin reconocimiento legal, por supuesto, en la Iglesia de la Santísima Trinidad de York en 1834: Arrodilladas una al lado de otra bajo los arcos medievales dos mujeres inclinan sus cabezas y se ponen a orar. Con velas que parpadean a su alrededor, reciben el sacramento en el altar. Aunque no era un servicio eclesiástico normal, a los ojos de las enamoradas, su «matrimonio» había sido sellado.
Cuando pensé con qué cerrar esta semana, la última del año 2021, días en que se inician los recuentos y, querámoslo o no, meditamos sobre los logros y fracasos del año que se va, tenía apenas bosquejado en mis neuronas que quería hablar desde la femineidad, desde la mujer. Y, precisamente, al cumplirse una semana desde la elección de Gabriel Boric como presidente de la nación, empecé a leer los múltiples análisis que explican el tremendo incremento de votos que logró en la segunda vuelta. Mucho se había elucubrado sobre cómo se componía esa gran masa electoral y comprobé sin asombro alguno que, uno de los factores determinantes fueron las mujeres de menos de 30 años que se volcaron masivamente a votar por el candidato que mejor representaba la continuidad o mejoramiento de los avances que necesitamos para llegar a un plano de plena igualdad con los hombres (sin esperar los 150 años que tomaría el proceso sin mediar acciones concretas para ello). También, por supuesto, la comunidad LGBT contribuyó en forma relevante a la obtención del triunfo y para qué decir, muchos como yo, que apostamos a una renovación no solo generacional sino de nuevas políticas que vendrían a reforzar y mejorar la vida de todos y, especialmente, de todas.
Entonces decidí escribir esta crónica sobre Anne Lister, nacida en las postrimerías del siglo XVIII, en 1791, la primera lesbiana reconocida como tal en una época en que la palabra no había sido ni siquiera acuñada, pero que merced a la publicación en 1988 de sus diarios, hoy podemos conocer. Aunque pase el tiempo, me sigue pareciendo increíble esta larga historia de misoginia que no solo ha ocultado la vida y obra de las mujeres, sino que ha ninguneado su quehacer y, ya en la anécdota, ha optado por destacar las historias de aquellos hombres y su donjuanismo, pero rara vez ha escrito en forma seria o picaresca sobre una mujer como Anne Lister que rivalizó en conquistas con cualquier tenorio… podríamos llamarla Doña Anne de los mil amores.
Anne Lister fue, desde su infancia, lo que vulgarmente llamamos un marimacho, vestida invierno y verano con gruesas ropas y botas negras por lo que, frecuentemente, era confundida con un hombre. Esta rareza de mujer, como dicen “no estaba ni ahí” con las convenciones misóginas de la Inglaterra del siglo XIX y no solo llegó a ser exitosa empresaria, también incursionó en la política y fue la primera mujer en ascender el Monte Perdido al sur de los Pirineos. Escalar montañas fue lo menos excéntrico que hizo Anne, quien fue apodada por sus coetáneos “Gentleman Jack” (HBO realizó una exitosa serie con ese nombre que se estrenó el 2019 en HBO en Estados Unidos y en BBC One en Reino Unido), en una época en que las relaciones homosexuales estaban prohibidas y el sexo entre mujeres no era reconocido (una ventaja, si se piensa que no era penalizado como para los hombres). Anne Lister adoraba a las mujeres y se enamoró apasionadamente una y otra vez, y con gran éxito, a lo largo de su vida, dejando un camino tapizado de mujeres que la amaron y un par que enloquecieron por ella.
«La gente generalmente comenta, cuando paso, cuánto me parezco a un hombre«, escribió en su diario, un ritual que hacía cada día.
Es así que cuenta la historia que siendo una pequeña niña su madre la envió a un internado para librarse de sus rarezas, pero las maestras también colapsaron y optaron por confinarla a un dormitorio en el ático del colegio donde un diario se convirtió en su única compañía hasta que, a los 15 años, Eliza Raine, hija ilegítima de un cirujano inglés, fue enviada a vivir con ella en el ático. Así, las dos jovencitas se embarcaron en una apasionada aventura que Anne registró meticulosamente en su diario, camuflado tras un código que mezclaba elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, el zodíaco y puntuación, entre otros, que lo convertían prácticamente en indescifrable. Seguiría escribiendo estos diarios a través de 34 años, casi toda su vida, con lujo de detalles, especialmente en lo concerniente al sexo. Cuando su relación con Eliza terminó, ésta entró en una profunda depresión que, finalmente la condujo a un manicomio por el resto de su vida.
«Apenas sabes el dolor que me has causado«, escribió la joven desconsolada.
Anne, en las postrimerías de su relación con Eliza había conocido a través de su aventura amorosa y amistad con Isabella Norcliffe a Mariana Belcombe, que se convertiría en su gran amor. Tuvieron un romance apasionado. Un día, pese a su pasión y ruegos, Mariana aceptó casarse con Charles Lawton. Por casi 20 años continuaron viéndose cada vez que podían, aunque Anne la engañaba una y otra vez. Las mujeres se sentían confundidas por Anne, pero quedaban cautivadas por su personalidad promiscua que la hacía ir de una amante a otra, aunque durante su relación con Mariana, ésta fue la única que llegó a su corazón. Con Mariana y Eliza, Anne intercambió anillos como símbolo de su compromiso como pareja.
Las amistades románticas entre mujeres solteras no eran inusuales en aquellos tiempos y no se miraban con sospecha ya que los padres, temerosos de una amistad masculina que ocasionara un embarazo, estimulaban a las jóvenes a tener relaciones cercanas entre ellas antes de casarse. Sin embargo, a Anne no le interesaban en absoluto las expectativas de la sociedad. Quería todo lo que un hombre podía tener, y eso incluía una esposa. A pesar del escándalo que eso provocaría, había albergado esperanzas de establecerse junto a Mariana como una pareja cualquiera.
«Hicimos el amor«, escribió Anne después de una noche con Mariana. «Ella me pidió que fuera fiel, que me considerara casada».
«Ahora comenzaré a pensar y actuar (como) si fuera mi esposa«.
Cuando Mariana se casó, tratando de escapar de ella, se fue a París donde el ambiente, mucho más tolerante que en Yorkshire, la animó a ser más abierta con su sexualidad y a tener numerosas aventuras entre las que se contó una viuda, María Barlow, con la cual disfrutó de un ardiente romance hasta que Anne se cansó de sus vaivenes y sin mirar atrás volvió a su terruño natal.
«Me temblaban las rodillas y los muslos, mi respiración«, se lee en uno de los pasajes escritos por Anne.
Tuvo entonces la suerte de que un tío que la amaba muriera y le heredara su casa en Shibden. Herencia que le dio los medios para mantener un estilo de vida más lujoso e independiente. En esta etapa volvió a viajar a París en compañía de Vere Hobart, la elegante y seductora hermana del conde de Buckinghamshire y se entusiasmó con la idea de que ésta sería su pareja para siempre. Pero también los hombres amaban a Vere y ésta la dejó por un oficial del ejército con el que se casó. Esta vez Anne lloró larga y amargamente la pérdida de su amor y decidió volver a Halifax y a Shibden para quedarse en la casa señorial que había pertenecido a la familia Lister por más de 200 años. Inquieta y capaz como era, vio que el auge industrial de Halifax había producido una enorme demanda de carbón. Se enfrentó a los hombres que dirigían la industria local y pronto se posicionó como una próspera empresaria.
«Aquí estoy a los 41 años, con un corazón por buscar. ¿Cuál será el final?»
Y entonces, Anne que, a lo largo de sus relaciones, había estado en permanente conflicto con la sociedad en la que habitaba buscando una mujer con quien vivir abiertamente, empezó a cortejar a su vecina Ann Walker con la que comenzó a pasar tiempo en una casita aislada en los terrenos de Shibden que Anne había construido para su propia privacidad. A las pocas semanas, su relación se volvió íntima. Ann respondió con entusiasmo a los avances sexuales de Anne.
A Ann le costó decidirse a aceptar vivir junto a Anne como una pareja casada, desafiando a la sociedad entera y compartir su fortuna y propiedades. Anne decidió viajar a París y Copenhague mientras Ann tomaba una decisión. Al regreso, la estaba esperando ansiosa y sellaron su alianza comulgando juntas en la iglesia. Ambas cambiaron sus testamentos para convertir a la otra en inquilina vitalicia de sus bienes.
«Realmente me sentí bastante enamorada de ella en la cabaña«, escribió Anne en su diario. «Quizás después de todo, ella me hará realmente más feliz que cualquiera de mis amores antiguas«.
El evento fue puramente simbólico: asistir a la iglesia con otra mujer y tomar la comunión era suficiente ceremonia para Anne. Ella se tomaba en serio los valores de una unión tradicional. Sus días promiscuos habían terminado.
Las «recién casadas» se embarcaron en una luna de miel y a su regreso, Anne instaló a su «esposa» en Shibden. Carros cargados de muebles iban y venían por el camino entre sus casas con gran escándalo de todo Yorkshire que veía como Anne actuaba como un hombre de familia.
Un anuncio burlón apareció en el diario Leeds Mercury anunciando el matrimonio del «Capitán Tom Lister de Shibden Hall con la señorita Ann Walker». También llegaron cartas anónimas dirigidas al «Capitán Lister» felicitando a la pareja «por su feliz unión«.
Juntas recorrieron Francia, Dinamarca, Suecia y Rusia. En el último de sus viajes, en el Cáucaso, Anne murió a causa de fiebre, posiblemente producto de la picadura de un insecto. Su esposa embalsamó su cuerpo y lo llevó de regreso a Inglaterra a través de una larga travesía de ocho meses viajando por el norte de Europa.
Como habían establecido, Ann heredó el patrimonio de Shibden, pero sus familiares adujeron que ella tenía problemas mentales y consiguieron autorización médica y legal para entrar a la casa donde la encontraron oculta tras una puerta, rodeada de papeles y con un par de pistolas cargadas. Fue internada en el mismo asilo de York donde todavía estaba Eliza Raine.
Los diarios de Anne Lister no desaparecieron porque Ann los resguardó e incluso los volúmenes finales los trasladó desde el Cáucaso, junto con los restos de Anne. Pasaron casi 150 años antes de que se revelaran sus contenidos tras un largo periplo a través del prejuicio. Aunque en 1890, uno de los herederos de Anne los encontró y requirió la ayuda del profesor Arthur Burrel para descifrar los garabatos ininteligibles de su pariente. El profesor Burrel se espantó con los “contenidos inconvenientes” que logró descifrar y recomendó quemar los diarios, pero afortunadamente se limitaron a esconder los 26 volúmenes en estantes ocultos de Shibden donde estuvieron hasta 1933 cuando tras la muerte del propietario, la casa pasó a ser propiedad pública y los diarios de Anne se regalaron a la Biblioteca de Halifax. Nuevamente, el profesor Burrell metió sus manos y aunque entregó detalles del código que permitía traducir los diarios, aconsejó eliminar “cualquier material inadecuado” y un comité decidió que los diarios permanecieran ocultos.
Décadas después, en 1982, Helena Whitbread, una profesora que acababa de completar sus estudios de Historia encontró el material en la biblioteca y una empleada le dio una fotocopia del código de Arthur. Lo que descubrió permitió la comprensión moderna de la historia del lesbianismo. Producto de la investigación de cinco años de Whitbread, se publicó el libro I Know My Own Heart (Conozco Mi Propio Corazón) en 1988. El impacto fue total.
Hoy, una placa colocada en su memoria en la iglesia de Holy Trinity en York, escena de su matrimonio con Ann Walker, describe a Anne como la «primera lesbiana moderna».
Esta mujer que desobedeció las convenciones sociales y resumió sus vivencias en más de cuatro millones de palabras fue reconocida en 2011 por la UNESCO que declaró que sus escritos eran documentos fundamentales en la historia británica, por dar un acceso único a la vida privada de una mujer lesbiana en una época donde debía esconder su sexualidad, y por documentar la Inglaterra de aquel entonces.
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Excelente sin duda las lesbiana hemos mar adobtendencia hasta en la conquista. Gracias no conocía a este gra que mujer