Por Marc Saxer
Publicado originalmente en Nueva Sociedad nuso.org
Tras cuatro décadas de escepticismo neoliberal frente al Estado, está surgiendo algo que se había olvidado durante años: los Estados, con solo desearlo, todavía tienen una enorme capacidad de acción. Que la crisis del coronavirus no termine beneficiando a los nacionalistas de derecha, requerirá una lucha política e ideológica profunda por parte de la izquierda.
Nadie sabe cuánto durará la pandemia, cuántas personas se enfermarán ni cuántas vidas se cobrará el coronavirus. Pero lo que ya hoy se está viendo son las consecuencias económicas y políticas de la coronacrisis. Las medidas para contener la pandemia interrumpen la vida pública en todo el mundo. La producción se detuvo primero en China y lo hace ahora en cada vez más países. Se han cortado las cadenas de suministro mundiales. No se necesita mucha imaginación para ver una ola de bancarrotas en muchas industrias que ya funcionan en situación crítica.
En los últimos días, las compras por pánico han dominado los informes. Sin embargo, los consumidores, presos de la incertidumbre, retrasan las compras grandes. A los cuellos de botella en el suministro se suma la caída del consumo. Es probable que estos trastornos provoquen que las economías europeas, que ya estaban debilitadas, entren en recesión.
Incluso antes de que el impacto total de la pandemia pueda sentirse en los países en desarrollo, los efectos económicos ya son devastadores. Las políticas locales de cierre han dejado a millones de trabajadores de Pakistán, la India, Bangladesh, Indonesia y Tailandia sin otra opción que regresar a sus aldeas y países de origen para sobrevivir, y al hacerlo aumentan el riesgo de propagación del virus hasta los rincones más remotos y pobres. Al mismo tiempo, el colapso de la demanda de los consumidores ha hecho que las marcas mundiales cancelen sus pedidos, lo que ha afectado a los principales productores textiles como Bangladesh o la India. Las restricciones locales de movimiento y la suspensión de redes portuarias y logísticas claves en China provocan un efecto dominó a través de las cadenas de suministro mundiales. Privados de sus suministros, los fabricantes de Malasia o Corea del Sur tienen que detener la producción y despedir a los trabajadores. El comercio fronterizo, por ejemplo entre Myanmar y China, resulta golpeado. El colapso del turismo golpea a Tailandia, Filipinas e Indonesia.
La repentina caída de la demanda china sacudió los mercados de materias primas y perjudicó a los exportadores de aceite de palma, como Malasia e Indonesia. Los exportadores de productos básicos como Mongolia, que dependen en gran medida del mercado chino, ya sienten el dolor de la crisis. Después de que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) no llegara a un acuerdo con Rusia para reducir la producción y estabilizar los precios, Arabia Saudita cambió su estrategia e inunda los mercados con petróleo barato. Como resultado, el precio del petróleo se desplomó a mínimos históricos. En el corto plazo, esto puede traer alivio a la industria y a los consumidores. Sin embargo, las guerras de precios del petróleo, la preocupación por la recesión y las calamidades en los mercados financieros están causando la caída de las bolsas. Solo la decidida intervención de los principales bancos centrales ha sido capaz de impedir hasta ahora un infarto financiero.
La respuesta económica
Algunos países, especialmente Alemania, lanzaron rápidamente amplios paquetes de medidas para amortiguar la inminente crisis económica. Estados Unidos está planeando también inyectar momentáneamente liquidez en la economía. Economías emergentes como Tailandia, la India o Indonesia ya han establecido paquetes de estímulo. Pero incluso ellas se encuentran en una posición fiscal que las habilita a instalar el tipo de paraguas de seguridad que los países más ricos pueden permitirse para proteger a sus pequeñas y medianas empresas, a los trabajadores autónomos y a los trabajadores. Que estas y otras posibles medidas inmediatas sean suficientes para detener la recesión económica dependerá de qué tan profundamente afecte la crisis al sistema. En epidemias pasadas, la economía por lo general regresó rápido a un camino de crecimiento tras una breve y profunda caída. Que esto también suceda en la coronacrisis también dependerá de la duración de la pandemia.
Sin embargo, las ondas de choque que ahora atraviesan los golpeados sistemas financieros y las preocupaciones a largo plazo generan mayor inquietud. Muchas industrias y hogares estadounidenses están endeudados en exceso. En China, el sistema financiero informal, las empresas inmobiliarias y estatales y las provincias están acumulando pesadas deudas. Los bancos europeos aún no se han recuperado de la crisis financiera. El colapso económico en Italia podría avivar nuevamente la crisis del euro. El temor al colapso de estas casas de naipes se evidencia en la fuga de los inversores hacia bonos estatales seguros. La coronacrisis podría poner en marcha una reacción en cadena que terminaría en una crisis financiera mundial.
Sin embargo, a diferencia de la crisis financiera de 2008, los bancos centrales no están listos esta vez para sacar las castañas del fuego. Hasta el momento, las tasas de interés se están moviendo dentro de mínimos históricos en todas las principales economías. Es por ello que la Reserva Federal estadounidense comenzó a proporcionar liquidez directamente a los mercados mediante repos. La nueva directora del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, tuvo algunos tropiezos en las reacciones iniciales a la crisis europea, con lo que provocó especulaciones sobre la cohesión de la eurozona. Sin embargo, mediante una intervención coordinada, todos los principales bancos centrales han mostrado determinación para enfrentar el pánico en los mercados. La pregunta crucial, sin embargo, es si se podrá realmente superar la coronacrisis mediante instrumentos de política monetaria. Esto depende esencialmente de la naturaleza de la crisis.
Las democracias tienen que cumplir
Porque la crisis no se limita de ninguna manera al ámbito de la economía. La capacidad de los Estados para proteger las vidas de sus propios ciudadanos, ya sea solos o concertados, también se pone a prueba, no menos que la legitimidad básica del Leviatán.
En los regímenes autoritarios de Eurasia, está en juego la legitimidad de los hombres fuertes, cuyo poder se sustenta en la promesa central: «Yo los protejo». El presidente chino, Xi Jinping, lo ha entendido y está tomando medidas drásticas contra la propagación del virus cualquiera sea el costo. Sin embargo, sus colegas de Tailandia y las Filipinas han tomado a la ligera el control de la peste y ahora están siendo atacados por sus propios partidarios. Sin embargo, los poderes invocados por la declaración del estado de emergencia también pueden utilizarse para suprimir la disidencia pública. ¿Y quién dice que las medidas draconianas introducidas hoy serán retiradas cuando la crisis haya terminado?
La cuestión de si, a los ojos de sus votantes, Donald Trump cumple su promesa central de proteger a Estados Unidos de las amenazas externas es probable que tenga un impacto decisivo en el resultado de las elecciones. A pesar de la pésima gestión de la pandemia, el presidente vio un aumento de su índice de aprobación que solo está mermando lentamente. En tiempos de crisis, la gente tiende a reunirse en torno del líder.
La coronacrisis puede limar el encanto de los populistas que están en el gobierno, pero juega a favor de sus hermanos espirituales de la oposición. Ante los ojos de muchos ciudadanos, los países democráticos perdieron el control en las crisis de 2008 y 2015. Muchos se preguntan con preocupación si sus países, debilitados tras décadas de políticas de austeridad, y en particular los sistemas de salud ahogados en términos de presupuesto, podrán hacer frente a crisis importantes. En muchos países, el humor social se está volviendo contra la libre circulación de dinero, bienes y personas.
Muchos italianos temen hace tiempo que estarán entre los perdedores de la globalización y el euro. Ahora se suman las medidas de emergencia, el shock económico y una nueva crisis de refugiados. No solo el lombardo Matteo Salvini, líder populista de derecha, sabe cómo usar los ingredientes «fronteras abiertas, extranjeros peligrosos, elites corruptas y Estado indefenso» para preparar un brebaje tóxico. Por lo tanto, las democracias liberales de Europa occidental están a prueba. En la lucha contra la derecha, los demócratas deben demostrar ahora que pueden proteger la vida de toda la ciudadanía.
Pero ¿hasta qué punto pueden restringirse las libertades individuales? ¿Cuánto debería durar el estado de excepción? ¿Tolerarían las sociedades occidentales medidas drásticas como las que se han tomado en China? ¿Deberían estas, como en el Este asiático, dar prioridad al conjunto social sobre el individuo? ¿Cómo puede reducirse la tasa de propagación de la pandemia si los ciudadanos no adhieren a las recomendaciones sobre «distanciamiento social»? ¿Y qué significa realmente solidaridad con los demás cuando lo único que podemos hacer es aislarnos?
Cada nación por su cuenta
Una pandemia, que no reconoce fronteras nacionales, exige una respuesta global coordinada. Hasta ahora, sin embargo, las naciones han buscado su propia salvación. Incluso dentro de Europa falta solidaridad entre ellas. Italia siente particularmente, tal como sucedió en la crisis del euro y la de los refugiados, que sus socios la han dejado sola. China aprovechó hábilmente la falta de solidaridad europea y envió un avión repleto de suministros médicos a Italia, país socio en la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. Berlín ahora ha reconocido la dimensión geopolítica de la doble crisis del coronavirus y los refugiados y está preocupado por los intentos de algunas potencias externas de dividir Europa. La suspensión de la exportación de equipos de protección médica fue nuevamente relajada e Italia se aseguró la provisión inmediata de un millón de barbijos. Más importante aún es el hecho de que el Pacto de Estabilidad Europeo fue suspendido para dar a Italia suficiente respiro fiscal para salvar su economía. Sin embargo, como demuestra el emotivo debate sobre los eurobonos, rebautizados como «coronabonos», la crisis de solidaridad está sacudiendo los cimientos mismos de Europa.
La crisis es otra prueba de fuego para la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), que ya está muy exigida. La decisión del presidente Trump de aislar a Estados Unidos de sus aliados europeos de manera inconsulta envía una señal clara. El intento estadounidense de tomar posesión de CureVac, una empresa con sede en Tubinga, para asegurar la vacuna exclusivamente para su país llegó a convertirse en una verdadera disputa con Berlín. Una respuesta conjunta y coordinada a la crisis es apenas concebible en estas condiciones. En Occidente, el lema que rigió hasta ahora y sigue haciéndolo es: «El primer prójimo es uno mismo».
A escala mundial, los nuevos conflictos entre las principales potencias están avivando aún más la crisis. La guerra de precios del petróleo, en particular, es impulsada por motivos geoeconómicos. El conflicto entre Arabia Saudita y Rusia pone en duda la supervivencia del cartel de la OPEP. El gran perdedor en la caída histórica de los precios podría ser, en última instancia, la endeudadísima industria estadounidense del petróleo de esquisto bituminoso. Entonces, que los consumidores de este país realmente puedan disfrutar de precios más bajos en las gasolineras, como prometió su presidente, depende de quién pueda soportar esta guerra de desgaste por más tiempo. En cualquier caso, Rusia y Arabia Saudita tienen un interés central en noquear a su competidor estadounidense, que se financia con créditos.
Cualquiera sea el resultado de la guerra de precios del petróleo, el equilibrio de poder en los mercados petroleros se reacomodará. El debate sobre el «pico petrolero», candente durante décadas, también debería experimentar un giro interesante. Al final, las que sellarían el declive de la industria petrolera podrían no ser las menguantes reservas de combustibles fósiles. Con precios bajos permanentes, la explotación de estas reservas simplemente deja de tener viabilidad económica. ¿Podría entonces un conflicto geoeconómico anunciar involuntariamente el fin de la era de los combustibles fósiles?
La crisis también está alimentando el conflicto por la hegemonía entre Estados Unidos y China. Desde hace algún tiempo hay un consenso general en Washington para desacoplar la economía estadounidense de la economía china y no contribuir así, con su propio dinero y tecnología, al fortalecimiento de su competidor por la supremacía global. Ahora, las empresas con actividad en todo el mundo tienen que hacer, de la noche a la mañana, un nuevo tendido de sus cadenas de suministro. ¿Volverán todas estas corporaciones a China cuando termine la presente crisis? Los líderes empresarios tendrían que pensar dos veces si deciden ignorar la dirección marcada por Washington en materia de geopolítica. Esto puede ofrecer una gran oportunidad a las economías emergentes como Vietnam o la India.
¿Y cómo se reposicionarán las empresas europeas después de la crisis, con costos que se han evidenciado demasiado dependientes de las cadenas de suministro chinas? Durante meses, los europeos han estado experimentando, en el debate sobre si la compañía china Huawei debería ser excluida de la expansión de la infraestructura europea de 5G, qué tan grande puede ser la presión estadounidense. La coronacrisis podría acelerar un proceso que se ha puesto en marcha hace ya tiempo: la desglobalización. Como resultado, la división global del trabajo podría repartirse en bloques económicos que competirían entre sí. Las economías pueden reunirse en torno de un hegemón regional para deshacerse de los competidores no deseados mediante normas y estándares incompatibles, plataformas tecnológicas y sistemas de comunicación, o infraestructura de conectividad exclusiva y barreras de acceso al mercado.
¿Dónde dejará esto a los países en desarrollo que están luchando por ascender en las cadenas de valor mundiales? ¿Ha pasado ya su momento de industrialización para ponerse al día? ¿Cómo pueden países como Bangladesh, Myanmar o Pakistán proporcionar medios de subsistencia a cientos de trabajadores si las marcas mundiales deciden producir más cerca de sus mercados de origen? ¿Y cómo pueden países de ingresos medios como Tailandia o Malasia ascender en la cadena de valor mundial si esta cadena se corta por razones geopolíticas? Privados de opciones estratégicas, pueden terminar siendo mucho más vulnerables a la presión de su patrón regional.
De la noche a la mañana, la era del neoliberalismo está llegando a su fin
De repente, todo está sucediendo muy rápido. En cuestión de horas, se inyectan enormes sumas en los mercados, lo que hace que las promesas «radicales» del candidato presidencial demócrata Bernie Sanders parezcan meras propinas. Los políticos alemanes, que hasta ayer se irritaban con los juegos intelectuales del joven socialdemócrata Kevin Kühnert, ahora consideran seriamente la nacionalización de empresas. Lo que en el debate sobre el clima fue descartado por haber sido considerado como ingenuas ensoñaciones infantiles es ahora una triste realidad: el tráfico aéreo mundial se detiene. Las fronteras que se consideraban imposibles de cerrar en la crisis de refugiados están hoy cerradas. Y, por cierto, el primer ministro conservador Markus Söder descarta, al mismo tiempo, el «déficit cero»: «No nos orientaremos por cuestiones contables, sino por lo que Alemania necesita».
La era del neoliberalismo, es decir, la primacía de los intereses del mercado sobre todos los demás intereses sociales, está llegando a su fin. Claro, todas estas medidas se deben al estado de excepción. Sin embargo, serán recordadas por los ciudadanos cuando pronto vuelva a decirse: «No hay alternativa». Con la crisis, comenzó a moverse la política, congelada durante largo tiempo. Tras cuatro décadas de escepticismo neoliberal frente al Estado, está surgiendo algo que se había olvidado durante años: los Estados, con solo desearlo, todavía tienen una enorme capacidad de acción.
Así, la coronoacrisis echa luz sobre las fragilidades geopolíticas, económicas, ideológicas y culturales de nuestro tiempo. ¿Acaso este momento crucial indica un cambio de época? ¿La era de la globalización veloz llega a su fin con el desacoplamiento de los principales bloques económicos? ¿Las guerras de precios del petróleo están anunciando el fin de las economías industriales basadas en combustibles fósiles? ¿El sistema financiero global está virando hacia un nuevo régimen? ¿Estados Unidos cede el mando como garante del sistema a China, o estamos experimentando el avance del mundo multipolar?
Lo cierto es que la coronacrisis podría dar paso a una serie de tendencias que han estado ocultas durante mucho tiempo. Todos estos procesos interactúan a una velocidad impresionante. Tal complejidad sugiere que esta crisis será más profunda que la última crisis financiera. La pandemia podría ser la mecha encendida en el barril de pólvora de una crisis sistémica global.
La ventana al futuro está abierta de par en par
La coronacrisis es un gigantesco ensayo de campo. Millones de personas están experimentando nuevas formas de organizar su vida cotidiana. Los viajeros de negocios dejan atrás los vuelos y pasan a las videoconferencias. Los profesores universitarios ofrecen seminarios web. Los empleados trabajan desde su hogar. Algunos volverán a sus viejos patrones después de la crisis. Pero muchos ahora saben, por experiencia personal, que la nueva forma de trabajar no solo funciona, sino que también es más respetuosa del medio ambiente y la familia. Tenemos que aprovechar este momento disruptivo, la desaceleración que estamos experimentando de forma directa, para generar cambios de comportamiento a largo plazo en la lucha contra el cambio climático.
El periodista británico Jeremy Warner resume cínicamente la visión neoliberal de la crisis: «Desde un punto de vista económico, la crisis podría incluso ser beneficiosa a largo plazo porque sacrifica de manera más que proporcional a los miembros mayores de las familias [¡sic!]». En marcado contraste con el comportamiento no solidario de los Estados, las personas experimentan una ola de solidaridad en sus vecindarios, en el trabajo y en círculos de amigos. ¿Cuándo fue la última vez que se detuvo la máquina de producción capitalista para proteger a los ancianos y los enfermos? Podemos basarnos en esta experiencia solidaria para planificar una sociedad que vuelva a ser solidaria. Si logramos superar la crisis juntos, estaremos dando la señal de que comienza una nueva era: «una comunidad que se mantiene unida puede enfrentar cualquier desafío».
Sin embargo, la respuesta a la crisis también conlleva riesgos. Las fronteras se cierran en todo el mundo, se cancelan visas y se imponen prohibiciones de entrada a los extranjeros. Los pedidos récord de robots industriales indican que las cadenas de producción serán más resistentes a las interrupciones gracias a una apuesta decidida a la automatización. La automatización digital puede hacer añicos las esperanzas de las economías emergentes dispuestas a aprovechar los puntos de apertura de las cadenas de suministro mundiales. Ya hoy en día, las fábricas de los productores globales en India o Vietnam están pobladas por robots. La creciente inversión extranjera directa que busca diversificar las cadenas de suministro impulsará el crecimiento, pero puede ser un crecimiento sin empleo.
En los países occidentales, ambas tendencias amenazan con hacer que tome velocidad la espiral de pérdida de empleos, miedo al descenso en la escala social, resentimiento contra los inmigrantes y revueltas políticas contra el establishment liberal.
El economista liberal Philipp Legrain advierte con razón: «La coronacrisis es un regalo político para los nacionalistas y proteccionistas nativistas. Ha promovido la percepción de que los extranjeros son una amenaza y que no siempre se puede confiar en los vecinos y aliados cercanos en una crisis». No podemos ceder la interpretación de la crisis a los populistas de derecha. La respuesta a los desafíos mundiales no debe ser el aislamiento y los egoísmos nacionales, sino la solidaridad y la cooperación internacional.
Puede nacer un Estado democrático más fuerte
Muchos, especialmente los jóvenes, experimentan una emergencia nacional por primera vez. En cuestión de días, sus libertades se están restringiendo en una medida inimaginable. No solo en China, sino también en el centro de Europa, se están utilizando tecnologías a gran escala para vigilar y regular el comportamiento de los ciudadanos. Como en la «lucha contra el terrorismo», muchas de las regulaciones de emergencia ahora dictadas seguirán vigentes después de que la crisis haya terminado. Uno no tiene por qué presentir detrás del estado de excepción normalizado la intención de hacer dóciles a los individuos frente a un capitalismo de catástrofe, como sí lo hacen Giorgio Agamben y Naomi Klein. Sin embargo, debemos evitar que nuestros derechos fundamentales resulten permanentemente erosionados. En Asia, que ha sufrido una reacción autoritaria en el último decenio, estas tendencias son aún más preocupantes.
Slavoj Žižek da en el clavo cuando advierte: «La gente considera con acierto que el poder del Estado es responsable: ustedes tienen el poder, ¡ahora muestren lo que pueden hacer! El desafío para Europa es demostrar que lo que ha hecho China se puede hacer de una manera más transparente y democrática». Hasta ahora, las democracias asiáticas orientales de Corea del Sur, Taiwán y Japón han demostrado de manera impresionante cómo se puede hacer esto sin restringir en exceso las libertades de los ciudadanos. La gestión exitosa de la crisis también fortalecería la confianza en el Estado democrático en nuestro país. En tiempos de crisis, se requiere de un gobierno competente, comprometido y protector.
Sin embargo, para que esto suceda, se debe hacer todo lo posible para que los sistemas de salud ahogados en términos presupuestarios durante años puedan hacer frente al aluvión de enfermos. En medio de la crisis se toman venganza el cierre de las clínicas municipales, la escasez crónica de personal de enfermería y el lamentable equipamiento tecnológico. En Tailandia, las clínicas privadas se negaron durante mucho tiempo a colaborar firmemente en la lucha contra la pandemia. Pocas veces ha sido tan popular la demanda por revertir la privatización del sistema de salud. En la crisis, España nacionalizó rápidamente todas las clínicas privadas y servicios de salud. También en Alemania ha comenzado el debate sobre si fue realmente sabio someter nuestra vida colectiva a los dictados del mercado. En el futuro, los servicios públicos ya no serán guiados por el interés de lucro de los individuos, sino por el bien común de todos.
La reconstrucción de los servicios públicos en todo el país requiere inversiones por miles de millones. La canciller Angela Merkel confirma que el freno contra las deudas no se aplicará en situaciones excepcionales como esta: «No es nuestro problema cómo será el balance presupuestario al final». En la crisis, el gobierno alemán abre un paraguas de rescate sin precedentes para la economía, desde pequeños autónomos hasta grandes grupos empresarios, pasando por profesionales libres. «Haremos todo lo posible», asegura Olaf Scholz, ministro federal de Finanzas. El fondo de garantía de medio billón de euros es solo el comienzo, asegura Peter Altmaier, ministro de Economía alemán.
Entonces, en la crisis, todos somos nuevamente keynesianos. A diferencia de la crisis financiera de 2008, no debemos volver a las políticas de austeridad después de la crisis. Después de décadas de políticas de austeridad, el sistema de salud y el sistema educativo, los gobiernos municipales, la infraestructura de transporte, las fuerzas armadas alemanas y la policía están exhaustos. Para eliminar el miedo de la ciudadanía a perder el control, preparar la economía y la sociedad para la revolución digital y, por último pero no menos importante, combatir el cambio climático, son necesarias inversiones de niveles históricos.
Y aún así, no contengamos la respiración. Después de la crisis financiera de 2008, los gigantescos costos de los paquetes de rescate se socializaron a través de una dura austeridad. Los bancos se llevaron el dinero de los contribuyentes para consolidar sus cuotas de mercado. Como resultado, la concentración de poder y recursos en la cima de las sociedades se aceleró.
Sin embargo, no solo las democracias occidentales y las economías reales no sobrevivirán a otra década de austeridad. No se debe abandonar a los países en desarrollo para que hagan frente a los efectos devastadores de la crisis y sus consecuencias económicas. A los países europeos les interesa mucho ayudarlos a recuperarse, aunque solo sea para evitar otra crisis de refugiados. Por último, pero no menos importante, nuestro planeta no puede permitirse más austeridad. Las inversiones en la transformación social y ecológica necesaria para mitigar el calentamiento global deben hacerse ahora, y no deben ser superadas por el costo de la crisis de la corona. Estamos, de hecho, todos juntos en esto.
La socialdemocracia puede salvarnos de la crisis
La crisis global ha creado conciencia de cuán vulnerables nos ha hecho la hiperglobalización. En un mundo globalmente interconectado, las pandemias se propagan velozmente a través de las fronteras. Las cadenas de suministro mundiales se cortan con demasiada facilidad. Los mercados financieros son vulnerables a las crisis. Los populistas de derecha quieren cerrar las fronteras y aislarse del mundo. Pero esa es la respuesta incorrecta a los desafíos globales de epidemias, guerras, migraciones masivas, comercio y cambio climático. Más bien, nuestro objetivo debería ser combatir las causas de estas crisis. Para hacer esto, la economía global debe tener una base más resistente.
A raíz de la coronacrisis, las cadenas de suministro mundiales ya se están reorganizando. Las cadenas de suministro más cortas, por ejemplo con fábricas estadounidenses en México y europeas en Europa del Este, crean más estabilidad. Europa debe volver a ser tecnológicamente soberana. Para hacer esto, tenemos que trabajar mucho más estrechamente en investigación y desarrollo. El sistema financiero global, que se mantiene unido pero con una enorme fragilidad, necesita con urgencia un nuevo orden. Hace más de una década que los bancos centrales no logran controlar las tendencias deflacionarias con políticas puramente monetarias. Los gobiernos con políticas fiscales expansivas están esquivando la crisis. De esto se colige, en términos políticos, que para hacer cumplir la lógica fundacional del parlamentarismo, no debe haber impuestos sin representación. Los sistemas financieros deben volver a ponerse bajo control democrático.
Los conflictos surgen de la interdependencia excesiva. Estos conflictos deben ser amortiguados por normas internacionales y por la cooperación multilateral. El manejo competente de crisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS) demuestra la efectividad de la cooperación multilateral para combatir la pandemia. Sin embargo, a diferencia de la crisis financiera de 2008, esta vez no hay una respuesta coordinada de las 20 economías más grandes. La rivalidad geopolítica de las grandes potencias, por un lado, y la apelación del populismo de derecha al aislamiento, por el otro, se interponen en el camino de una mayor cooperación internacional. Los elementos existentes de la gobernanza multilateral deben fortalecerse con contribuciones concretas. Esto puede comenzar por una mejor financiación de la OMS y continuar con una reunión del G-20 para coordinar el manejo de la crisis económica. Aquí, la alianza de los multilateralistas puede demostrar su valor añadido.
La crisis ha dejado claro a la ciudadanía que las cosas no pueden continuar como antes. Nunca ha sido mayor el deseo de una reorganización fundamental de nuestra economía y nuestra vida en común. Al mismo tiempo, se deben evitar los peligros existenciales sin restringir desproporcionadamente la democracia y la libertad. ¿Qué fuerza política puede negociar las necesarias soluciones de compromiso? La politóloga estadounidense Sheri Berman tiene una esperanza inquietante: «¿puede la socialdemocracia salvar al mundo nuevamente?». Pongamos manos a la obra.