Hace un par de semanas la locutora de radio inglesa, Mary Anne Hobbs tuvo una visión. Compró por casualidad un libro de Leonora Carrington (1917 – 2011), donde leyó el cuento “Conejos blancos”. Al leer el texto se acordó del video “Lazarus”, una de las enigmáticas canciones que aparece en el último álbum “Blackstar” del cantante británico David Bowie, quien murió en Nueva York, en 2016, debido a un cáncer al hígado. En el video aparece Bowie como un hombre moribundo, con un paño y unos botones que le cubren los ojos. Está acostado en una cama blanca de hospital, se retuerce. Levita. El artista parecía adivinar que le quedaba muy poco en la Tierra. A tres días del estreno mundial de su video, el cantante dejó este mundo.
¿Qué relación tiene el cuento de Carrington con Bowie? La historia muestra en uno de sus pasajes a un personaje llamado Lazarus, que está hecho de estrellas y lleva una venda en los ojos. Parece vivir sus últimos momentos, desconectado del mundo, en un ático rodeado de cientos de conejos blancos que comen carne descompuesta. Hobbs vinculó de inmediato la historia con David Bowie, un actor e intérprete fuera de lo común que, a lo largo de toda su carrera, supo conectarse a través del universo con su música y público. Fue un individuo absolutamente estelar al igual que Lazarus en el cuento de Carrington.
Los conejos siempre han sido especiales para mí y mi familia. Son símbolo de fertilidad, abundancia y afecto. En la Biblia aparecen como seres cuidadosos, protectores. En el cuento “Conejos blancos”, los lagomorfos son numerosos y se alimentan de carne podrida. Impolutos, dentro de sus aparentes e inofensivas figuras, en la historia son reflejo de redención, muerte y renacimiento, características muy particulares presentes en la obra literaria y pictórica de Leonora Carrington. Nacida en Inglaterra y nacionalizada mexicana, fue una de las mujeres cruciales del surrealismo por sus dotes artísticas y por haber sido pareja de Max Ernst, uno de los principales exponentes de la vertiente liderada por André Breton. Leonora y Max tuvieron un amor apasionado, prohibido y culturalmente muy vivo, ya que ambos escribieron y pintaron de manera desaforada. Lamentablemente la Segunda Guerra Mundial y el nazismo se encargaron de separarlos. Ernst fue apresado y Carrington tuvo que forzosamente viajar por distintos lugares del mundo hasta que logró establecerse en México, donde encontró sus nuevas raíces y se nacionalizó.
“Conejos blancos” lo escribió Leonora en 1941, a los 24 años, cuando llegó a Nueva York, desconsolada y sin mucha orientación para empezar una nueva vida rodeada de algunos de sus amigos surrealistas. En plena etapa de transición creó este texto de suspenso y horror que refleja la soledad de una mujer joven que vive en la Gran Manzana y que se fija en la vida de su extraña vecina para, más tarde, descubrir un lugar inmensamente atractivo y oscuro. Los conejos aparecen entonces como el nexo hacia los espacios distintos. Al igual que el viaje que emprende “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll, detrás de un conejo blanco, a la protagonista del cuento de Carrington le toca involucrarse con un mundo de matices absurdos y macabros.
“Tardé un rato en encontrar el portal de la casa. Resultó que estaba oculto bajo una cascada de algo, y daba la impresión de que nadie había salido ni entrado por él desde hacía años. La campanilla era de esas antiguas de las que hay que tirar; y al hacerlo, algo más fuerte de lo que era mi intención, me quedé con el tirador en la mano. Di unos golpes irritados en la puerta y se hundió, dejando salir un olor espantoso a carne podrida. El recibimiento, que estaba casi a oscuras, parecía de madera tallada”, señala un segmento del cuento de Carrington. La extraña entrada de la casa da a entender que para la mujer no existe arrepentimiento o vuelta atrás. Es el mismo viaje de Alicia, la mirada esperpéntica hacia un camino encantado y desconocido.
Nunca se podrá comprobar si Bowie se inspiró en el relato de Carrington cuando hizo su video “Lazarus”.
Nunca se podrá comprobar si Bowie se inspiró en el relato de Carrington cuando hizo su video “Lazarus”. Hobbs tampoco lo sabe, pero lo sospecha porque “Conejos blancos”, catalogado por el escritor Julio Cortázar como uno de los nueve mejores relatos de la literatura mundial, posee la misma magia emanada por el cantante británico: el toque extraordinario y de otro planeta que caracterizó la música del autor de “Starman”, está presente en la esencia surrealista del cuento. Pienso en Bowie a punto de morir. Cierro los ojos y por arte de magia aparecen los conejos blancos. Entro a una casa oscura y fea, a punto de derrumbarse. Traspaso la muralla para llegar al ático. Sentado en una silla me encuentro con Lazarus. Tiene la vista vendada y su piel iluminada, hecha de polvo de estrellas. Trata de decirme algo. Escucho que su voz se cuela por el aire como un susurro apenas audible. No logro entenderlo. Es hora de despertar de nuevo.