Caen los dioses y florecen los narcisos. Por Luis Marcó

por La Nueva Mirada

“Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”.
Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano.

La historia tiende a repetirse, incluso en sucesos tan excepcionales como un mundo sin dioses. Ante esa ausencia, y esto no se refiere a un tema de fe personal sino de un modelo de “orden social”, ya no es posible decir que las cosas pasan por designio divino, sino que ocurren porque las provocamos. El calentamiento global, las epidemias, los desastres humanitarios no son un sino del destino o de fuerzas superiores, el problema es antropológico. En ese contexto sorprende que prosperen en el mundo líderes negacionistas que no solo cuestionan la evidencia sobre la crisis climática, sino también han ido contracorriente de una adecuada política sanitaria durante esta pandemia. Los casos más agudos de esta anomalía política se ubican en regímenes autoritarios o democracias dirigidas por líderes con rasgos narcisistas.

Los casos más agudos de esta anomalía política se ubican en regímenes autoritarios o democracias dirigidas por líderes con rasgos narcisistas.

Como en casi todo orden de cosas hay casos más agudos que otros, pero es interesante considerar que los análisis políticos ubican como una de las principales amenazas a las democracias los populismos de distinto corte y se tiende a obviar los narcisismos extremos. Los profesores Levitsky y Ziblatt plantean en su libro “cómo mueren las democracias” que los líderes populistas logran instalarse porque alguien de trayectoria política les abre una puerta. Esto lo ilustran con el tardío arrepentimiento del ex Presidente Rafael Caldera por haber impulsado la carrera de Hugo Chávez después de dos fallidos intentos golpistas.

Pero no hay que confundir un líder de un proyecto revolucionario con una personalidad narcisista. “No soy monedita de oro para caerles bien a todos”, decía Chávez. Lo relevante del caso es que la instalación de líderes que pueden llegar a perturbar el sistema democrático, normalmente se da por la laxitud del propio sistema.

A veces es difícil diferenciar entre carisma, hedonismo y un narcisismo enfermizo.

A veces es difícil diferenciar entre carisma, hedonismo y un narcisismo enfermizo. La Clínica Mayo considera que este trastorno de personalidad requiere de varias características, dentro de las que destaca la conciencia de privilegios y necesidad de reconocimiento constante; exagerar logros y talentos; sacar ventaja de los demás; incapacidad o falta de voluntad para reconocer las necesidades de los otros; y esperar que se reconozca su superioridad, entre otros. Es un trastorno complejo porque en el lado más negativo conlleva también un exceso de confianza en la intuición personal, volubilidad, frustración, agresión o depresión si las cosas no funcionan en la línea de su voluntad. Es posible que lo más relevante para la política sea la incapacidad del narcisista de ver al otro y, a su vez, su necesidad de verse en el otro.

Es posible que lo más relevante para la política sea la incapacidad del narcisista de ver al otro y, a su vez, su necesidad de verse en el otro.

El psiquiatra Jacques Lacan juega con esta idea argumentando que la imagen de un espejo es solo un reflejo vacío de atributos; en el mito original Narciso ve solo su cara en el cauce de un río y eso basta para despertar un amor imposible hacia sí mismo. En la realidad el narcisismo requiere del reconocimiento, de un “espejo activo”, de un oído que escuche. ¿Puede entonces sostenerse un narcisista en la impopularidad?, quizás la pregunta no es la más adecuada; pareciera que, en la intervención narcisista en política, importa más la sumisión que la popularidad y lo relevante, al final de todo, son los objetivos personales más que colectivos.

Narciso ve solo su cara en el cauce de un río y eso basta para despertar un amor imposible hacia sí mismo.

La política está llena de ejemplos de personajes que crean su propio mito, hedonistas, que basan su imagen en un éxito omnipresente y continuo. Algunos de ellos navegan al filo de las leyes o las normas. En Italia, el ex Presidente Silvio Berlusconi mezcló farándula, negocios y política rompiendo todas las formas y muchos códigos institucionales y morales. En un documental y entrevista al magnate italiano emitido en Netflix con el título “My Way”, se cuentan los escándalos de la época y cómo se habría forzado el sistema legal para evitar sanciones. Berlusconi, en su estilo seductor, muestra habitaciones en su mansión en Milán repletas de objetos relacionados con él o que recibió de regalo, ningún reconocimiento personal parece suficiente.

En Argentina, el ex Presidente Carlos Menem hacía lo propio cuando aceptó una Ferrari de una organización empresarial y cerraba una autopista para correr la macchina, como le dicen los italianos. El mismo Menem seducía a las vedettes del momento y, según se dijo, también habría olvidado un cocodrilo en la piscina donde solía nadar la primera dama, justo a poco de su quiebre matrimonial. No había límites, o parecía no haberlos. En América Latina podríamos dar cátedra de gobiernos populistas, aunque no narcisistas, con personajes tan pintorescos como Abdalá Bucaram en Ecuador que, aficionado a cantar, huyó del país con las reservas nacionales al ritmo del tema Puerto Montt de los Iracundos. Un ejercicio más complejo es ubicar líderes narcisos, aunque bien podría calzar un personaje que no dudó en calificar a nuestro país hace algunos años de “republiqueta”.

Los narcisistas ganan elecciones ya sea por tener una personalidad arrolladora o proyectar una imagen de éxito que prometen poner en servicio del bien común.

Los narcisistas ganan elecciones ya sea por tener una personalidad arrolladora o proyectar una imagen de éxito que prometen poner en servicio del bien común. Mensaje simplista y tentador a la vez, pero que revela una especial sensibilidad frente a un mundo que ha abrazado con entusiasmo la inmediatez, la panacea de los resultados rápidos. Es curioso que, pese a existir una enorme cantidad de información disponible en medios digitales, la trampa de los líderes narcisistas está puesta no solo en sus promesas sino explotando la confusión y falsas noticias en las redes sociales. Basta recordar la “trama rusa” en las elecciones presidenciales estadounidenses. Tampoco es descartable el uso de equipos propios o contratados que inundan de bots favorables a un candidato durante su campaña electoral, algo que en Chile tocaría más de cerca. Esto explica en parte por qué florecen los narcisos y se debilita el orden tradicional o los  viejos dioses.

el cruce de intereses personales del mandatario con las líneas institucionales, algunas de estas cosas ventiladas por el propio Trump en twitter.

El asunto se vuelve todavía más complejo en el ejercicio del poder. El ex Asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, en su libro The room where it happened da cuenta de la volubilidad de Donald Trump en procesos de decisiones que tocaban la seguridad internacional y el cruce de intereses personales del mandatario con las líneas institucionales, algunas de estas cosas ventiladas por el propio Trump en twitter. No han sido pocos los analistas y políticos estadounidenses que han apuntado a la fortaleza institucional como un factor de contención efectiva frente a la volatilidad de la actual administración, pero eso no significa que deje de haber un daño de mediano plazo.

en el caso chileno también se ha dado en distintos niveles que algunos tienen más prontuario que curriculum.

Una última consideración es que la elección de líderes con rasgos narcisistas no es imputable al electorado, no se puede sostener que cada país tiene el gobierno que merece. Levitsky y Ziblatt resaltan que los líderes políticos y las estructuras deben ser activos en contener el riesgo autoritario, lo que también debiera ser aplicable para liderazgos narcisistas. Es por ello que, finalmente, son los partidos políticos los que deben responsabilizarse tanto en la designación de candidatos como de postulantes a cargos públicos, en el caso chileno también se ha dado en distintos niveles que algunos tienen más prontuario que curriculum. En fin, pareciera que en la actividad política hay que cuidarse de las malas hierbas y evitar cultivar narcisos; si éstos logran prosperar no existe la opción del dios ex machina, como en las tragedias griegas, para restablecer el orden y la confianza; desde hace un buen rato estamos solos.

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