Las malandanzas de su hijo al volante con cobertura de padre le continúan pasando la cuenta y penando al otrora poderoso mandamás de RN que, billetes mediante, mantuvo a ralla las históricas turbulencias del partido que cobijó por décadas a Sebastián Piñera y otros aspirantes eternamente frustrados en sus ambiciones presidenciales como el ahora deslenguado canciller Allamand.
Larraín se las tiene juradas a su exdiscípulo y protegido Mario Desbordes, que se apresta a emigrar de la cartera de Defensa para una aventura electoral, tomando distancia de los resabios conservadores de su original padrino político. Así de ingrata parece la vida de algunos patrones cuando se desordena el ganado.
Con todo, difícil es rendir al deslenguado Larraín que no pierde oportunidad para agregar chilenismos de viejo fundo y cuentos diabólicos a su singular visión de la realidad, que se continúan sumando a una historia que se remonta a sus tiempos juveniles y de armas tomar en la década del setenta del siglo pasado. Más sabe el diablo por viejo…dicen.
A fines de noviembre, en una de sus animadas conversaciones en Radio El Conquistador, fue derivando desde sus drásticas apreciaciones sobre el llamado estallido social a revelaciones sobre lo que estaría animando e incidiendo en lo que él considera acciones demoníacas de los manifestantes que pusieron su centro de operaciones en la Plaza de la Dignidad (ciertamente Larraín no la nombra así).
La conductora del programa disfrutaba con risas algo nerviosas sus asertos al cierre de la conversación cuando el locuaz invitado relató lo que le habría confidenciado un amigo, aficionado a la fotografía y al esoterismo. Había descubierto, pintadas en los muros cercanos a la plaza, las siglas NOM -explicó Larraín que eran las correspondientes a Nuevo Orden Mundial, institución (“bicho” dijo don Carlos) que dirige George Soros, a quién las autoridades austríacas le estarían exigiendo salir del país – y muy cerca de aquello 12 pelotitas, amarradas a un paño, que colgaban de unas cuerdas y corresponderían a un ritual demoníaco (tierra de cementerios), lo que demostraría que “estos revolucionarios están recurriendo hasta al demonio. A “el cachudo; “el mandinga” o el “coludo” como le dicen en Colchagua” terminó acotando el exsenador al vincular a George Soros con las señales del mandinga.