Con solo 23 años, Carmen Laforet Díaz, ganó el Premio Nadal con su primera novela, Nada (1945), que cuenta la historia de Andrea que llega a vivir a una Barcelona destruida y empobrecida tras la Guerra Civil. La obra de características realistas permite conocer la España franquista a través de los ojos de una adolescente que es acogida por parientes a los que no conocía y que la reciben en un caserón venido a menos que se cae a pedazos ubicado en la antes lujosa calle Aribau.
Laforet nació en Barcelona el 6 de septiembre de 1921, hija de un arquitecto y una maestra. La conexión con la madre es decisiva en la vida de la escritora, pues es ella quien la introduce en el mundo de la literatura. Sin embargo, la temprana muerte de Teodora Díaz la marcó profundamente, dejándola con una sensación de abandono permanente que se vería reflejada en sus novelas Nada, La isla y los demonios y La insolación.
“Con la muerte de su madre se hundió definitivamente en mundo de la infancia. Tengo la impresión que Carmen Laforet sintió durante toda su vida una sensación invencible de orfandad que la hizo infeliz”, señala José Teruel en el prólogo de Nada.
Una vez que el padre enviudó volvió a casarse lo que le dio cierta libertad a Laforet que las demás jóvenes no tenían. La familia residía en Las Palmas de Gran Canaria, por lo cual la escritora, siendo una adolescente, no volvía a casa tras el colegio y se pasaba horas nadando en el mar tras almorzar en la orilla de la playa.
La figura de la madrastra histérica también aparece en su obra, particularmente en los personajes de Pino y Adela en La isla y los demonios y La insolación.

Y fue precisamente por la mujer que llegó a ocupar el lugar de su madre, que Laforet “huyó” de Gran Canaria para terminar el bachillerato y matricularse luego en la Facultad de Letras de Barcelona, tal como hace la protagonista de Nada, Andrea. Sin embargo, ese carácter autobiográfico que se le suele asignar siempre molestó a Laforet “quien salió al paso de cierta crítica periodística que buscaba (…) identificaciones: ‘¿por qué ese afán de confundir vida y literatura, en una mezcla tan curiosa y confusa”, comenta Teruel citando a la misma autora en “La continuación”, Destino, en 1950.
Juego de ambientes

Agustín Carezales, hijo de Carmen Laforet, en su obra Apud, señala que su madre jugó siempre con la exitosa fórmula de “ambiente vivido, argumento inventado”. Esto lo encontramos claramente en Nada, en donde Andrea llega a Barcelona, sola en tren, tras la muerte de su madre, a estudiar letras. Es en la Facultad donde conoce a Ena, una joven millonaria, consentida y que no conoce de las carencias – sentimentales y económicas- que sufre Andrea y cuya familia la acoge como a una hija más.
Historia similar es la que vivió Laforet una vez matriculada en la universidad y tras entablar amistad con Linka Babecka, quien llegó a Barcelona huyendo de la invasión alemana y rusa en Polonia. Son estos extranjeros quienes se convierte en su parentela adoptiva, y según palabras de la escritora, “con mi familia polaca yo viví pendiente de los avatares de la guerra europea. Yo estaba segura (…) del triunfo aliado y de que luego se abrirían las fronteras, se llenarían las panaderías de pan y las librerías de libros interesantísimos, y todo seguiría su curso”.

Y es precisamente el hambre un eje fundamental de la premiada novela de Laforet. Andrea llega a sentir dolor en el estómago ante la falta de alimentos. Primero es su tía quien le arrebata la mesada que le da el Estado y luego es ella misma la que la pierde –comprándole mes a mes costosas flores a la madre de Ena- por lo que no le queda más alternativa que comer diariamente un escueto cucurucho de castañas tostadas que le entregan escaso calor a sus manos mientras camina por las noches de una invernal Barcelona.
En la casa de calle Aribau también escasea la comida. La familia es pobre; la familia es violenta; la familia convive con la muerte, la venganza y la prostitución. Todas situaciones que asquean a Andrea y que la hacen preferir pasar el día en la calle antes que dormir en el frío y sucio altillo copado de reliquias de un pasado ostentoso que se fue con el avance de la Guerra Civil.
La fama y tener que demostrar talento: la dualidad entre ser madre y ser escritora

El haber recibido el premio a la novela más importante de la posguerra española, convirtió a Laforet en un fenómeno “socioliterario”. Así lo explica Domingo Ródenas de Moya, quien afirma que gracias a ella se le abrieron las puertas de la literatura a otras escritoras a lo largo de los años ‘50.
Sin embargo, el éxito –tanto entre los lectores como con la crítica especializada- llevó a Laforet a sentirse desbordada por las expectativas que se crearon alrededor de su figura.
Entre la vorágine de la angustia y la potencia de ya ser una “escritora conocida”, la llevó a decir, en una carta escrita a Emilio Sanz de Soto, que “lo que más me importa, (lo único de verdad) es escribir con tranquilidad, a mi manera y lo mejor que sepa”.
Carmen Laforet se casó con Manuel Cerezales (quien fuera el primer editor y gestor del éxito de Nada) y se separó en 1970. ¿Por qué son importantes estas fechas? Porque enmarcan la mayor parte de su obra: La isla y los demonios, 1952; La mujer nueva, 1956; La insolación, 1963; su literatura breve recogida en volúmenes como La muerta, 1952; La llamada, 1954; y La niña y otros relatos, 1970.
Y si bien mientras estuvo casada siempre sintió esa dualidad entre el ser una buena madre y dueña de casa y por otro lado dedicarse con libertad a las letras, la separación de Cerezales no la llevó nuevamente a la cima, sino que por el contrario la introdujo en una angustiante y permanente “sequía literaria”.
En su primera novela plantea ese deseo profundo de libertad y errancia, de crear y vivir de ello; su vida marital la hizo dudar de qué publicar y que podía violar el secreto de la vida íntima; y una vez “libre”, adulta y sin ataduras toda su narrativa quedó en la nebulosa de los proyectos.
Tras publicar Nada, Laforet escribió “y durante esos seis años en que no tomé la pluma seguí siendo escritora en un remordimiento apagado, constante. Cuando hice la segunda novela, comprendí que no había remedio, que todo lo que floreciese en mi vida sufriría ese monstruoso proceso de elaboración literaria necesario para inventar; y que con la angustia de mis huesos todo se convertiría en tinta, quisiese yo o no quisiese”.
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Esa nostalgia invencible que me dejó Carmen con su novela Nada aún me sigue