Columna de Luis Breull. Tragedia y rabia mediatizadas

por La Nueva Mirada

¿Por qué si existen 16 mil personas desaparecidas en Chile, mil de ellos menores de edad, los canales de televisión locales se volcaron a una vorágine de cobertura tipo reality al extravío y muerte del niño Tomás Bravo? Exagerar la relevancia del caso puede gatillar linchamientos y relegar otros temas realmente importantes.


La desaparición y muerte de Tomás Bravo, niño de tres años residente en la localidad sureña de Caripilún, -con el consiguiente dolor que el hecho provoca- dio forma a un fenómeno mediático presente desde hace al menos dos décadas en la televisión chilena e hispanoamericana. Una práctica morbosa de hipervisibilización de un caso destinado a generar conmoción (shock emocional) en los públicos, al tiempo que instala como si fuera de máxima relevancia país el extravío de un niño, considerando que existen al menos otros mil de los que se ignora su paradero y unas 16 mil personas en general que dejaron sus hogares y no se tiene rastro de dónde están.

Fenómeno estudiado

Para la cientista política Lucía Dammert “los medios no son un elemento abstracto que participa de la vida social, por el contrario, son un actor con intereses económicos y políticos claros” (Flacso, 2005).  Esta condición estructural inherente a cada sistema de medios fija el piso de la acción de los mismos. Un terreno donde particularmente los temas criminales, policiales, de violencia y seguridad ciudadana han marcado una clara presencia en los noticieros y matinales en Chile, cuyos efectos en los altos niveles de desconfianza social suelen pasarse por alto.

En una línea similar, pero indagando aún más en el tratamiento de estos casos de alta conmoción, la periodista española Paula Corroto publicó un libro que lleva por título El Crimen Mediático (Akal, 2019).  Allí estudia la cobertura de lo que denomina como “sucesos” en los medios de comunicación, así como la fascinación social que provocan y cómo la historia de un país es posible llegar a narrarla desde sus crímenes debido a esta práctica compulsiva.

Tomando como referencia crímenes y desapariciones de adolescentes en la última década en España, Corroto analiza la incidencia en los medios, el interés que despiertan y los hitos informativos que se van produciendo. Al respecto, establece cómo ha cambiado la forma en que el espectador/lector consume noticias de este tipo, así como los modelos narrativos, estilos y mecanismos por los cuales los periodistas van vehiculando la entrega de contenidos y la información para responder a esta necesidad, con un claro giro hacia la prensa amarilla, especulaciones infundadas y el morbo de la sobreexplotación de la intimidad de los involucrados.

Estamos en presencia de una maquinaria miserable con la que los propios periodistas deben luchar consigo mismos en la medida que sus propios principios éticos profesionales se ven jaqueados por esta lógica mediática caníbal. Una forma también de erosionar las bases del Estado de Derecho, en la medida que las pulsiones mediáticas de contar y resolver las historias de estos crímenes en pantalla y en los tiempos de las transmisiones se contraponen con los tiempos muertos de la realidad y los ritmos cómo operan las instituciones encargadas de investigar acabadamente estos hechos e impartir justicia.

De aquí deriva un afán propio de los seres humanos por entender el entorno para estar prevenidos ante una realidad cambiante, donde el otro es visto como una constante amenaza por su inherente maldad. Un espacio que se ancla a las transmisiones televisivas de las tragedias en búsqueda de justicia en donde los malos terminen pagando sus culpas.

El caso de Tomás, como otros tantos sobreexplotados en televisión en estos últimos años (recordemos a Fernanda Maciel, como uno de ellos), se inicia con la desaparición enigmática como gatillante de la cobertura televisiva de tipo reality seriado, para luego dar paso en semanas sucesivas –o meses- a la constatación de su muerte por el hallazgo de sus restos. Esto abre la senda a la segunda etapa del caso que es resolver cómo murió y su hubo intervención de terceros. Todo condimentado con la transmisión simultánea de la vida de la familia afectada y de cómo van trabajando en resolver este deceso las distintas instituciones que se comprometen en esta tarea.

Hijo del tío abuelo de Tomás Bravo: «Mi familia completa está destruida»

La desaparición y muerte de Tomás Bravo es uno más de los casos en donde la privacidad y la dignidad de las familias afectadas se ven arrasadas por acción de los medios. En especial de la TV, que no escatima esfuerzos por tener la más mínima primicia –errada o no-, que vaya armando el puzzle del relato emocional, así sea a costa de alterar a los vecinos de estas familias o a las localidades donde esto ocurre, incitando a linchamientos fruto de la mera especulación sobre quiénes serían los culpables y porque es más potente que en estos casos siempre se tena claro quién podría ser.

Sobre este tipo de transmisiones, Corroto cree “que las decisiones vienen de más arriba, son los responsables de la cobertura mediática de un caso los que deciden el espacio que se dedica a los sucesos. Los periodistas a pie de calle se ven obligados a sacar noticias de donde no las hay o repetir lo ya sabido para cumplir con el tiempo de emisión”.

Entre la información y el espectáculo

Manuel Marlasca, periodista jefe de investigación de LaSexta, cadena de televisión española perteneciente al grupo Antena Tres, explicó en un seminario sobre cobertura criminal por qué algunos casos se convierten en mediáticos y otros no. Uno de los componentes detectados obedece a razones comerciales “y desgraciadamente hay desapariciones que dan mejores resultados de audiencia que otras” (Vertele.es, 2017). En especial las que comprometen a mujeres adolescentes y no a hombres. Y en donde los pueblos o localidades terminan transformándose en una extensión de plató televisivo, con el consiguiente impacto en que las policías encargadas de la investigación terminen trabajando peor que si el caso no estuviera sobreexpuesto en la pantalla televisiva.

Si se extrapola a la muerte de Tomás Bravo, la especulación de pruebas contra su tío abuelo, detenido y sometido a control de formalización del que libró por desestimarse todas ellas, da cuenta de una grave consecuencia mediática de esta cobertura. Los habitantes de la localidad sureña en donde vivía el niño sentenciaron a este pariente antes que la justicia pudiera actuar, influidos por las declaraciones del fiscal a cargo.

Recién a dos semanas del hecho los canales de TV –principalmente sus noticieros y matinales- comenzaron a abrirse a otras aristas de investigación, pero después de apedreos a cuarteles de la PDI y a innumerables gestos agresivos de los vecinos hacia la familia de Tomás, arriesgándolos incluso a que sus casas pudieren ser atacadas o incendiadas, fruto de anticipadas sentencias de culpabilidad mediatizada.

Resulte una muerte provocada o accidental, este caso forma parte de una de las 16 mil desapariciones que se mantienen vigentes en nuestro país. Un hecho que por compulsión a que la TV no se aleje día a día de las preferencias de consumo de las audiencias se transformó deliberadamente en un hito periodístico.

Curioso fenómeno periodístico si se examina la relevancia implícita en el resto de la agenda, en donde estamos en medio de una campaña electoral constituyente cuasi invisible y de absurdo derecho a pantalla para los independientes  -con solo 0,001 segundo de presencia en la franja televisiva-; en medio de un importante proceso de vacunación, de reinicio de año escolar y universitario en pleno rebrote de la pandemia, y con una economía que lejos de reactivarse sigue cayendo en sus índices de crecimiento.

Un año que marca el fin de este gobierno y la elección de alcaldes, concejales, gobernadores, diputados, senadores y Presidente de la República (aparte de quienes redactarán la nueva constitución política). Doce meses que pueden cambiar radicalmente la vida de los chilenos, mucho más que las consecuencias del horrible drama de la familia de Tomás Bravo, en donde los medios reafirmaron la práctica que el sociólogo Pierre Bourdieu denominó “ocultar mostrando”, en donde se exagera la importancia de un caso con la consecuente invisibilización de otros que pueden ser de mucha mayor consecuencia en la vida y destino de las personas.

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