La poca claridad sobre una estrategia de desarrollo del país continúa siendo un desafío pendiente para los sectores democráticos del país. Mientras sobran candidato(a)s autoproclamado(a)s, ya van 11, escasean las propuestas programáticas.
Pareciera esencial que una estrategia de “apertura”, debiera situarnos en términos más precisos y exigentes respecto de los asuntos educacionales. Es claro que “la educación” constituye un factor clave en el ascenso y movilidad social, pero también es esencial en términos de productividad, manejo de tecnologías y calidad de los productos. Entonces, la prioridad debe consistir en que la cuestión educacional, incluida la capacitación laboral, se enfoque en la dirección de la estrategia de desarrollo.
La tarea de mejorar la calidad de la mano de obra es asunto relevante. Más aún si se tiene en cuenta que los resultados de elevar la calidad de la educación transcurrirá un plazo aproximado de una década, de tal modo que en el interregno se hace necesario establecer planes especiales de perfeccionamiento de la actual mano de obra.
En esa expectativa, la exigencia de un segundo idioma es inevitable para el ámbito profesional y técnico de empresas orientadas al intercambio, para los trabajadores de ellas que manejan tecnología más avanzada o cuyas labores residan en los servicios que se prestan a los diversos flujos de visitantes extranjeros, especialmente al turismo.
En otro plano, las cifras en investigación son bajas, sin existir una articulación eficaz entre el estado, las empresas y las universidades. Todavía más, todo parece indicar que la investigación financiada por el estado no guarda una estricta relación con el entramado productivo del país.
En esta línea urge una instancia público-privada que, en corto plazo establezca criterios respecto de qué tipo de investigación requiere el desarrollo del país. Alcanzar aquí un consenso puede resultar significativo para impulsar esta área y facilitar sus requerimientos de financiación. No se puede aspirar a ser competitivos estratégicamente si nos limitamos sólo a adquirir conocimientos.
No se puede aspirar a ser competitivos estratégicamente si nos limitamos sólo a adquirir conocimientos.
La modernización en la organización del estado también debe enfocarse desde una estrategia de desarrollo. Un sistema político que adolece de limitaciones en sus formas de representación, como quedó en evidencia con el estallido social, constituye un obstáculo para el desarrollo y progreso de nuestra sociedad. Importa al desarrollo democrático del país prestigiar sus instituciones y hacerlas más sólidas.
Así, parece indispensable la aplicación de una reforma más integral del sistema de municipios y de regionalización a fin de incrementar su eficiencia en la gestión, profundizar iniciativas para vincularlos más directamente en los procesos de intercambio, a partir de la formulación de planes específicos en función de potenciar sus ventajas productivas, de la explotación intensiva de aquellos rubros transversales, como es el caso del turismo. Apuntando a transformarlos en cimientos para sostener un real proceso descentralizador.
Cabe reconocer que más allá de sus funciones legislativas y de gestión es necesario que el estado ejerza liderazgo para impulsar una estrategia de desarrollo y no se limite sólo al ejercicio eficiente de sus facultades político-administrativas.
De las orientaciones señaladas debiera concluirse en la necesidad de un tipo de estado más reducido, pero de mayor calidad; menos ingerente en ciertos ámbitos, pero con mayores facultades y eficiencia en su tarea fiscalizadora; menos asistencial y más promotor de emprendimientos; más ágil y menos burocrático-administrativo; y en algunas áreas, definitivamente propietario y gestionador.